No hay luz suficiente para iluminar un norte perdido, pero el camino por el que transita nuestra modernidad se halla, a día de hoy, en una encrucijada desconcertante, inesperada. El corazón de occidente se desmorona, entendiendo por corazón el lugar de los tesoros, de las motivaciones e ilusiones: bienestar, riqueza, placer. Quisimos abandonar a Dios por las riquezas, ahora, sin riquezas, hemos perdido nuestro dios y las sociedades económicamente colapsadas, empezarán a manifestar su colapso moral. ¿En qué sentido? En el siguiente:
Más claro: occidente se ofreció en holocausto al dios consumo. Hoy la diabólica divinidad pide su víctima: el colapso del sistema económico es algo superior a las malas artes de patéticos gobernantes. Otros hubieran amortiguado el golpe, pero el golpe acabará cayendo. Quisimos crecer exponencialmente, todo a base de acceso al crédito. Abandonamos familia, natalidad, humanidad, Dios, por más horas, más rendimiento, más dinero. Pero crecer a base de deudas se ha demostrado crecimiento de suma cero: llega un momento en que todo termina bruscamente. La pirámide cede en algún punto y todo se viene abajo. El acceso al mercado de trabajo colapsa y con él millones de personas quedan al margen de la sociedad. Se deja de generar el flujo económico necesario para mantener el sistema y los países con un nivel de gasto extraordinario son los primeros en caer: Grecia ha colapsado; ha colapsado Islandia; Irlanda más de lo mismo; Portugal tiembla ante su futuro; España juega a engañar a los suyos; Italia se esconde tras toneladas de basura en Nápoles; Francia se agarra a la deuda pública en feroz crecimiento; Estados Unidos mantiene 44 millones de cartillas de alimentos y mira con horror el 2 de agosto porque ya no tiene fondos con los que mantener su gasto…
En este escenario de incertidumbre económica, de ausencia de salidas razonables, ¿cómo se gestiona una población sin resortes morales, individualista y desesperanzada? A medida que la situación se agrava, el acceso al sistema se dificulta, van surgiendo movimientos al margen del sistema, impulsados por un liderazgo evidente, y esos liderazgos son impredecibles. En algunos casos la gestión de la insatisfacción será reconducible por fuerzas políticas experimentadas (como el movimiento 15M español, hijo bastardo de la izquierda más radical, que ha sabido explotar la indignación causada por sus mismas políticas). En otros casos generarán liderazgos políticos desconocidos a los que se irán sumando los que quedaron al margen de un sistema que ni comprendían ni querían. Y no ha de extrañar: tanto el consumismo como el comunismo son inhumanos, pero el primero apela a la molicie desilusionando poco a poco y volviéndose odioso cuando no puede ofrecer más, mientras que el segundo apelando a la justicia, puede dar ilusiones cuando el odio ha entrado en el alma.
Y esa es la bestia que asoma de nuevo: el estatalismo anticristiano, que de suyo e históricamente, tiende a la globalidad. Y este es el nuevo enfrentamiento que se percibe: o el mantenimiento del sistema a cualquier coste (lo que exige disminuciones masivas de la población, para que los menos ingresos, los menos recursos, puedan mantener en el mismo estándar de calidad a quienes los gocen), o el cambio del sistema por un estatalismo anticristiano.
Ahora bien de nuevo el futuro revelado puede elevar los ánimos esperanzándonos de nuevo: y es que nos ha sido prometido el triunfo de María. ¿Cómo habrá de ser esto? Eso es tema que merece ser desarrollado.
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