Octubre es el mes de las misiones y el sínodo de la Amazonía, en cierta manera, nos lo ha recordado. Aprovechando la ocasión, vale la pena tocar un punto que ha estado presente en las intervenciones de varios participantes del aula sinodal que han propuesto iniciativas de evangelización sólidas y, por ende, lejanas a todo tipo de agenda ideológica que suele colarse en más de una ocasión aunque medien buenas intenciones. Un aporte muy valioso ha sido el del P. Martín Lasarte, religioso salesiano responsable de las misiones de su congregación en África y América Latina. En un artículo suyo que fue publicado el 12 de agosto de 2019 y retomado tanto por Sandro Magister, reconocido vaticanista, como por el portal de Religión en Libertad, dejó claro que el fracaso de las misiones en algunos lugares se ha debido al desplazamiento del Evangelio a causa de un exceso de sociología o de reducir la presencia católica a una mera gestión de servicios que, aunque necesarios, dejan de tener sentido cuando pierden o matizan su verdadera naturaleza: dar a conocer a Jesús en medio de los pueblos originarios. Hacerlo, en clave de propuesta y nunca como una imposición o condicionamiento para recibir el apoyo gratuito de la Iglesia.
De modo que el punto está claro. Para que surjan vocaciones, no hace falta abolir el celibato u ordenar diaconisas, sino pasar de un modelo misionero sociológico a un enfoque misionero de evangelización. ¿Cuál es la diferencia? En el primero, solamente se ofrecen servicios, mientras que en el segundo, además de idear proyectos sanitarios y educativos que contribuyen al bienestar de la población y que son una tarea irrenunciable, presenta a Jesús, ofreciendo espacios de catequesis. Una persona marcada por la pobreza necesitará un dispensario, pero también de alguien que la acompañe en su búsqueda de Dios, de la fe y eso solamente puede darse proponiendo abiertamente a Jesucristo. Las voces que señalan que la Iglesia no debe anunciar el Evangelio entre las tribus de la Amazonía para evitar colonizaciones y otro tipo de abusos, están confundiendo las cosas, pues nadie está hablando de imponer como sucedía en siglos pasados, sino de proponer, porque ¿quiénes somos nosotros para subestimar a las comunidades indígenas? Pueden asimilar perfectamente el mensaje de Jesús y, de hecho, tienen derecho a recibirlo. Naturalmente hay que inculturar, pero sin caer en una visión misionera de tipo activista.
La sociología es una ciencia que permite entender el contexto, la realidad, pero no debe ser el centro de la acción pastoral. Si quitamos a Dios, ¿qué nos queda? Gestionaremos, pero no evangelizaremos. Entonces, aceptemos la necesidad de gestionar, de impulsar colegios y hospitales, pero para demostrar con obras aquello que creemos y que viene de Jesús, pues él nos envía a transformar la realidad, siendo solidarios y conscientes de las graves injusticias que excluyen a tantos pueblos originarios. Hacerlo también desde la oración, porque no somos activistas, sino bautizados. Aprovechemos lo que queda del mes de las misiones para reflexionar sobre la importancia de compartir lo que nos ha cambiado la vida y dejar de reservárnoslo como si fuéramos los únicos depositarios de ese tesoro que urge compartir más allá de las fronteras al más puro estilo, por ejemplo, de un Daniel Comboni (1831-1881) que no anduvo disimulando el signo de la cruz y la necesidad del bautismo.