EL CORAZÓN EN UN COFRE

Una joven hermosa, inocente y dulce le entregó su corazón a un joven que no lo merecía. Él, engañándole con buenas apariencias e intención, se aprovechó de ella, la humilló y finalmente la abandonó. La joven perdió su inocencia y su dulzura, y era tanto su dolor que decidió arrancarse el corazón y encerrarlo en una urna para que nunca más le pudiesen herir. Arrojó el cofre al mar, y comenzó a obrar con los demás como aquel mal hombre había obrado con ella, aprovechándose de muchos a los que dejaba con el corazón roto. Con el paso del tiempo un anhelo y una melancolía fueron creciendo en su interior, y se hicieron tan intensos que se dio cuenta de que no podía vivir sin corazón. Decidió entonces sumergirse en el mar y buscar la urna que había arrojado para recuperar su corazón. Cuando bajó a las profundidades encontró cientos de cofres amontonados en el fondo del mar, cada uno con un corazón roto en su interior, algunos de ellos de hombres a los que ella misma se lo había roto y que finalmente se lo habían arrancado y también lo habían arrojado a lo hondo del mar. Entre tantos corazones rotos, no pudo dar con el suyo. Desesperada, comenzó a sollozar y sus lágrimas se mezclaron con las del mar. Había entrado en una espiral de maldad que había destrozado su corazón, y ella misma había contribuido a que esa espiral creciera y creciera, rompiendo cada vez más corazones. Y se arrepintió de no haber roto esa cadena de maldad y dolor, y de haberse arrancado el corazón. Reconoció entre los cofres el corazón de un joven al que ella había engañado y herido, y decidió recogerlo y devolvérselo a su dueño; al menos así podría reparar algo del daño que había causado. Volvió a tierra y encontró al dueño de aquel corazón, y, con lágrimas en los ojos le pidió perdón y le devolvió el cofre. En aquel momento el corazón del joven se sanó. Ella se fue triste, pero algo consolada por haber revertido algo del mal que había causado. Pasado un tiempo, aquel joven que le había robado la inocencia se presentó ante ella, con un cofre en las manos y lágrimas en los ojos. Era el cofre del corazón de la joven. Ambos se abrazaron y lloraron. El corazón de aquella muchacha se sanó. Y le preguntó al joven cómo había podido encontrar su corazón entre todos los cofres. Él le respondió: "Únicamente puede encontrar y reparar un corazón aquel que lo ha roto. Solo ahora que, arrepentido, te he devuelto el tuyo sano, podré recuperar mi propio corazón". Así, con el dolor, aquellos jóvenes aprendieron que el amor puede ser profundamente doloroso y que la mayor tentación es arrancarse el corazón para no amar y no ser herido, pero que si vivían así siempre les faltaría algo. Aprendieron que la vida solo merece la pena si se ama, y que, aunque al amar te arriesgas a sufrir, finalmente es peor vivir sin amor, porque solo el amor da sentido a la vida. El amor, aún con sufrimiento, merece la vida. "Si no quieres sufrir, no ames. Pero si no amas, ¿para qué vives? (S. Agustín).