Estupor. Es la primera sensación que me sobrecoge el ánimo al leer las declaraciones del patriarca de Lisboa sobre el sacerdocio femenino. Después la sorpresa deja paso al recuerdo y al agradecimiento.

Cuando se celebró el cónclave del que salió elegido Papa el actual Pontífice, yo trabajé como periodista informando de lo que pasaba para el diario en el que colaboraba y sigo colaborando. Uno de los que más se movieron para que Ratzinger no fuera elegido Papa fue precisamente el cardenal Policarpo. De él mismo se habló, incluso, como candidato. Afortunadamente, el Espíritu Santo hizo lo que tenía que hacer y hoy tenemos al frente de la Iglesia a Benedicto XVI. ¿Qué habría sido de nosotros si aquellas intrigas en las que participaban altos cargos incluso de la Curia vaticana hubieran tenido éxito?

En cuanto a lo que dice monseñor Policarpo, no se trata –como él asegura- de un tema abierto y que si no se cambia es por mero respeto a una anticuada tradición. El hecho mismo de que él considere que el origen está en el propio Jesús lo dice todo. Todo absolutamente. Es decir, dice que la enseñanza es de Cristo y que el patriarca de Lisboa no se ha enterado de que no podemos cambiar nada de lo que el fundador de la Iglesia dijo, hizo y enseñó. Entre otras cosas, porque si empezamos a meter la tijera quizá no quede nada ya que uno cortaría por aquí y otro por allá. Y lo primero que se cortaría sería la propia divinidad del Señor, pues si al final concluimos que fue un machista influido por su época, no parece que ese encaje bien con su omnisciencia, omnipotencia y santidad infinita. Cristo no se toca. Ni se tocan sus enseñanzas. Se podrán adaptar a los tiempos, pero sin que eso modifique lo sustancial de las mismas. Ignorar esto es volver a los años más oscuros de posconcilio, donde la Iglesia se sumergió en un mar de incertidumbres y estuvimos a punto de irnos a pique. De aquel caos nos sacó el beato Juan Pablo II poniendo en orden las cosas. Lástima que el patriarca de Lisboa no se haya enterado. Quizá tampoco se ha enterado de que la Virgen se apareció en Fátima. Habría que recomendarle que se diera una vuelta por allí para hacer oración y penitencia, como pedía Nuestra Señora.

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