LA VENGANZA AGRAVA

Vengándose, uno se iguala a su enemigo;
 perdonándolo, se muestra superior a él.
-Sir Francis Bacon-

 Enrique VIII odiaba a Francisco I de Francia; estaba harto de sus impertinencias. Un día le dijo a su canciller Tomás Moro:

 —Sir Tomas, voy a daros una carta en la que digo a ese granuja de Francisco I lo que de verdad pienso de él. Vos se la lleváis y se la entregáis en mano.

Tomás Moro se excusó diciendo:

—Majestad, si hago eso tomará venganza en mí y me mandará decapitar.

 Enrique VIII replicó

—Si hiciera algo así, tened por seguro que yo mandaría cortar la cabeza a todos los franceses que hay en Londres.

 Al ver el rey que su amigo no quedaba muy convencido, le preguntó:

—¡Qué!, ¿no os parece buena solución y suficiente venganza?

—Majestad —respondió santo Tomás Moro— no es eso, sino que pienso que ninguna de esas cabezas quedará muy bien sobre mis hombros.

 Toda venganza es inútil: nunca podrá remediar el mal que se intenta vengar. En realidad, lo único que se logra con la venganza es emborronar más el alma de quien se venga.

 He visto en Google un reloj de sol con la siguiente inscripción: «No cuento más que las horas soleadas».

 Esa es la clave, no dejar que anide ni en el más pequeño rincón del corazón la más pequeña semilla del odio. La viga maestra que conforma nuestro carácter debe estar libre de esta termita. Hay que ser prácticos y, dada la brevedad de nuestras vidas, no podemos perderla recordando cosas viejas que nos oxidan.

 La visión diaria y sincera de nuestro espíritu debe ir animada del afán de corregir, sanar, perdonar y elevar. Nada de revanchismos ni venganzas, porque, según el saber popular: «La venganza es como el café, por más azúcar que se le ponga, siempre deja un sabor amargo».

El perdón es un gran acto de amor. No se trata de pedirlo por una pequeñez: un pisotón, un golpe inesperado o una cosa trivial. Hablo de perdonar cuando se ha cometido una humillación, una herida en el corazón de otra persona, un desprecio…

 Saber perdonar todo y a todos es sobrehumano. Pero ese es el reto: perdonar hasta setenta veces siete, dice el texto evangélico. Y eso resulta, sin duda, difícil de practicar.

 Merced al perdón se deshacen los nudos. Llegar a adquirir la cultura del perdón es estar cerca de una de las puertas de entrada del castillo de la felicidad.

 En un mundo de venganzas y egoísmos, debemos tener muy claro que el amor cura cualquier mal, mientras que la venganza lo agrava.