Os lo aseguro: Cualquier cosa que pidáis en oración, creed que os la han concedido y la obtendréis, dice el Señor (Mc 11,23.24).
En la comunión, está el Señor para darse. Y dándosenos Él, que es todo, ¿qué no estará dispuesto a darnos? Si es el dueño quien se da, ¿no nos dará con Él todas sus cosas? Suyo es cielo y tierra, y el Padre es suyo, y el Espíritu. Si en tal disposición está, ¿cómo no pedirle? Si tan liberal se nos muestra en la comunión, ¿no será momento de petición?
Nos asegura su generosidad, pero hay que pedir en oración. Y ésta no es sino participación en la divina conversación amorosa que desde la eternidad sostienen las tres divinas personas. La oración nunca es una palabra desde fuera de Dios hacia Él. Es palabra en Él, hacia Él y por Él. Y en Él no porque nosotros hasta ahí nos hayamos alzado, sino porque nos han regalado con estar ahí, en el ámbito donde balbucir palabras a Dios.
La oración es posible en el ámbito del misterio divino, que es el ámbito propio de la fe. En ella, se hace presente como creíble lo que es digno de fe. Sobrenaturalmente sólo podemos creer lo que creíble como tal se nos presenta. Y lo que se me muestra como creíble no es ajeno a la voluntad divina, a su poder. La fe no solamente se ejercita en la confesión de la misma, en el llamado por antonomasia acto de fe. La virtud de la fe tiene muchos actos. Movidos por la esperanza, la oración de petición es locuacidad de fe amorosa.
¡Qué lejos está la tentación de Satanás (cf. Mt 4,5-7)! Tentar a Dios es intentar instrumentalizarsu poder y es una palabra desde fuera del misterio. Pedir en oración, es hacerlo en el ámbito del misterio, es pedir desde el anhelo que pone en nuestro corazón, es mendigar desde su verdad movidos por la belleza de su bondad.
Y ahí nuestro deseo es septiforme, es el orto del Padre Nuestro.