"No hallo palabras para describir toda la voluptuosidad que aquel ser encantador me reservaba. Ella fue quien se acercó a mí. Sin hablarnos, se confundieron nuestros besos y caricias. Dejaba vagar mi mirada por aquel hermoso rostro, animado del más tierno amor. Mis dedos recorrían su espalda lenta y delicadamente. Su piel morena y tersa se estremecía ante mis caricias. Sus hombros y su cuello formaban el triángulo más sensual del reino animal. Mis labios justo detrás de sus orejas dibujaban un ósculo lleno de erotismo.
En ese momento, un estruendo de golpes y voces llegaban desde la planta de abajo. Inmediatamente salté de la cama, ante el inminente asalto y agarré mis calzones, para cubrirme las vergüenzas, mientras Doña Leonor, hacía lo propio con sus encantos.
Los violentos golpes estaban a punto de derribar la puerta de la alcoba, mientras yo me precipitaba hacia el suelo enredado entre los pantalones y mis piernas.
—¡Alto! ¿Giacomo Casanova?
Un guardia malencarado me apuntaba con su mosquetón a dos milímetros de mi cara, mientras contenía al resto del pelotón que se abalanzaba dentro del que había sido hasta ese momento, mi nidito de amor en España. Desde el suelo, en una lamentable y ridícula posición, intenté mantener algo de dignidad:
—Depende de para qué lo buscáis Señor…
El guardia, mientras hacia un enérgico ademán para que sujetaran a Doña Leonor, que no paraba de dar grititos de miedo y vergüenza, me gritó:
—¡Giacomo Casanova, quedáis detenido bajo la custodia del Capitán General del ejercito español, por engañar, seducir y beneficiarse a su esposa Doña Leonor.
Aun en el apuro que me veía, tuve tiempo de echar una mirada al pecho izquierdo de mi amada Leonor que pugnaba por tapar con la maraña de telas y gasas del malpuesto vestido.
—Os juro señor, que yo no sabía quién era esta distinguida dama, de lo contrario nunca se me habría ocurrido mirarla ni tres segundos seguidos y…
¡Zas! La bota del capitán cerró mi boca, mis ojos y hasta mi consciencia. Desperté, tres horas más tarde en los calabozos del condado de Barcelona..."

Giacomo detiene su pluma ante mi entrada en la estancia. Nos encontramos en la biblioteca de la que Casanova se hace cargo, en el palacio del Dux en Bohemia, que lo tiene acogido en la recta final de su vida. Aventurero, sacerdote, médico, agente secreto, masón, ahora se encuentra sólo, enfermo y melancólico. Pasa las horas redactando su biografía y entreteniendo, con los relatos de sus correrías pasadas, a las amistades del Dux en las fiestas que celebra en palacio.
Asume mi presencia convencido de que se ha quedado dormido y soy parte del sueño.
—¿Qué deseáis?—me pregunta inquieto.
—Hablar
—¿Sobre qué asunto?
—Lujuria.
Giacomo deja la pluma sobre el lujoso escritorio y se reclina hacia atrás acomodándose en el sillón.
—Vamos, vamos, qué seriedad. Yo más bien lo llamaría placer, amor, emoción, belleza...arte. He de reconocer que mi ocupación principal fue siempre cultivar el goce de mis sentidos; nunca tuve otra más importante. ¿Qué es la vida sin estas emociones, sin estos encantos?
Me paseo acariciando cada lomo de cada libro, leyendo los títulos y atrapando el olor a papel. Le confieso con intención:
—De la época de la que vengo vivmos entregados a los placeres, al hedonismo. Vivimos para el ocio, el placer y por supuesto, para el sexo.
—Es una actividad reconfortante— me contesta algo divertido—El hombre siempre ha buscado disfrutar del sexo, en todas las épocas de la historia. Y gracias a eso estamos aquí, porque no hemos dejado de amarnos y disfrutar de lo que Dios nos ha regalado.
—Nos lo regaló, pero no para usarlo de cualquier forma. El sexo tiene un poder esclavizador solo comparable a la atracción del dinero. Y hemos deformado su naturaleza y su función.
—¿Escalvizador? —me contesta sorprendido— Yo siempre me he considerado libre. Reconociendo que durante toda mi vida he actuado más a impulsos de los sentimientos que obedeciendo al resultado de mis reflexiones, he creído reconocer que mi conducta ha dependido más de mi carácter que de mi razón, que habitualmente han sido opuestos... Pero siempre elegí.
—En mi época tampoco se puede hacer nada por dominar nuestros impulsos, es más, está mal visto dominarse. Todo vale. Somos como animales en busca de la satisfacción inmediata, sin esperanza ni firmeza en nuestras relaciones. Divorcios, abusos, manipulaciones, insatisfacciones. Las relaciones personales se quedan en la piel.
—He sido toda mi vida una víctima de mis sentidos, pero no me arrepiento.
— ¿Nunca contempló la posibilidad de entregarse a un amor y apostar por una relación duradera, firme y madura?
Giacomo se acaricia la barbilla mientras su mirada se pierde en el infinito.
—Estaba locamente enamorado de una mujer pero nunca se lo dije, siempre me arrepentí de no habérselo dicho pero, si lo hubiera hecho, no hubiera gozado de los favores que se me presentaban a cada paso.
—Dejó escapar el amor de su vida...
Me mira apesadumbrado. Me siento enfrente de él y jugueteo con las delicadas plumas y los tintes.
—Tarde o temprano hubiera sido infiel—me confiesa derrotado.—He tenido, sucesivamente, todos los temperamentos: el colérico en mi infancia, el sanguíneo en la juventud; más tarde, el bilioso, y, por fin, el melancólico, que, probablemente, no me abandonará ya. He de reconocer que estoy atrapado por el recuerdo de lo que viví y por la frustración de lo que no viví.
Me mira intrigado.
—Y vos ¿Qué proponéis?
—Cristo. Él es el único que da sentido a todo. El único que ordena todo. El único que nos da fuerza e inteligencia para dominar y usarlo todo...y sobre todo y por encima de todo, el amor. Dios es amor. El agua es lo único que quita la sed.
—Cuidado. Usar la religión para sofocar nuestros instintos más naturales es propio de feos, tímidos o fanáticos.
—No se trata de sofocar, sino de dominar, engrandecer y elevar.
Después de una pausa en nuestra charla, el venciano reconoce:
—Creo en la existencia de un Dios inmaterial, autor y señor de todas las formas; y lo que me demuestra que nunca he dudado de Él es que siempre he confiado en su Providencia.
—¡Y la providencia le ha sacado de apuros verdaderamente grandes!
De repente, Giacomo se despierta. Se descubre con la cabeza pegada al pergamino dónde escribía. Tarda algo en comprender, pero después de unos segundos de reflexión, retoma la pluma y el relato de su vida.

"Desperté, tres horas más tarde en los calabozos del condado de Barcelona, dolorido en la piel y en el alma…"


 
“Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Que nadie falte a su hermano ni se aproveche de él en este punto, pues el Señor se vengará de todo esto, como os lo dijimos ya y lo atestiguamos, pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad.” (1Te 4, 3)