"Yo puedo con todo" es una frase que me hace temblar de espanto porque es absolutamente diabólica. Y es del diablo porque dice lo contrario que aquella misericordiosa palabra del Señor: "Sin Mí no podéis hacer nada". Y nada es nada. Cuando no había recibido la Gracia de conocer a fondo mi pecado, esta frase me sublevaba: "algo podré hacer yo, ¿no?" No. Nada de nada. Ahí estaba haciéndose el muerto el demonio escondido en la soberbia oculta. Repito: escondido, oculto, muerto en apariencia. Y, siempre, justificado por nuestro "yo" con el disfraz del deber y de la vanidad: soy superman, o superwoman.
La sabiduría ascética dice que Dios castiga la soberbia oculta con la lujuria manifiesta. Podríamos añadir que Dios castiga la soberbia oculta con cualquier pecado que se haga evidente a todo el mundo. Conozco algunos sacerdotes jóvenes que tienen todos los números para pegarse un batacazo humillante en breve, gracias a Dios. Y conozco algún sacerdote cuyo pecado es tan obvio que, al no poder disimularlo, le hace humilde, sencillo y alegremente simpático.
"Yo puedo con todo" es tan diabólico porque muestra a las claras nuestra sublevación contra Dios: al no aceptar la ayuda de nadie, de nada, desechamos también la de Dios, le despreciamos y no dejamos que actúe en nuestra vida. Es terrible porque es, permitan la palabra, la antihumildad, ese estado que prepara el descenso a la soberbia incurable. Y, además, son tan claros los frutos que produce esta actitud vital y espiritual: pérdida de la paz, tensiones, enfados, nerviosismo, y, en casos extremos, rupturas familiares.
Es muy fácil descubrir a muchísima gente así en el mundo profesional. Se trata de la también diabólica frase del self made man, el hombre o la mujer hechos a sí mismos. ¡Ilusos, pedantes, vanidosos! ¿Qué tenéis que no hayáis recibido? Y si lo habéis recibido ¿de qué presumís? Vida, cuerpo, mente, fe, caridad, talentos, habilidades -también la de saber ganar dinero-, voluntad fuerte, tesón, esfuerzo, casa, hijos, salud, aficiones... TODO son dones del buen Dios. Nada es tuyo. Lo único genuinamente tuyo es el pecado.
Piénsenlo. Solo son específicamente nuestros los pecados. Y con ellos lo que se hace es dárselos a Jesucristo y quedarnos en paz. Porque todo lo que quita la paz no viene de Dios. Tan seguro como que el fuego quema y el agua moja. La lucha espiritual puede resumirse en la gran batalla por no perder la paz, no la del mundo, sino la de Cristo. ¿Y qué hay más contrario a la paz de Cristo que pretender que uno o una pueden con todo? El perfeccionismo tiene muy poco que ver con la santidad, nuestras obras no tienen NADA que ver con la santidad, nuestro progreso espiritual no tiene nada que ver con la santidad. Solo Dios es perfecto y nos pide que seamos perfectos como Él en el amor. Nuestras obras, por ser nuestras, son humanas y no divinas -como lo son las obras de los santos, de Dios, no de ellos-. Nuestro progreso espiritual es, muchísimas veces, una sólida raíz de la soberbia... Yo puedo... Yo puedo rezar 4 horas al día, yo puedo llevar cilicio y ayunar y disciplinarme y decirle a Dios: "Te doy gracias porque no soy como los demás hombres y mujeres: frágiles, débiles, quejicas, flojos, tibios, glotones, bebedores, lascivos y viciosos..." Y, muy adentro, nos guardamos lo inconfesable: soy superman, qué satisfecho estoy; me comparo con otros y gano de calle, querido Dios. Pero Dios no está ya ahí, a tu lado. Lo has echado con tu falta de humildad, con tu convencimiento de que no necesitas ayuda. Todos quieren sobresalir en todo...¡Y qué pocos aceptan con alegría sus limitaciones, sus caídas, su humillación! ¡Qué pocos han entendido de verdad a Santa Teresita!
El famoso dicho "A Dios rogando y con el mazo dando" está muy bien. Sin embargo, en un 99% de los casos se aplica de este modo: "Con el mazo dando y a Dios rogando". Es decir, lo fiamos todo a nuestro esfuerzo y luego, si gracias a Dios fallamos o no podemos, le pedimos ayuda. Rogar, rezar, pedir auxilio ANTES de empezar la tarea es humilde. Lo otro es una mera negociación comercial con el Señor para que arregle lo que las fuerzas humanas desarreglan. Naturalmente, no aprendemos (es el pecado original), y así, a golpes de humillación, de fracasos, de dolor y de pecado, el buen Dios tiene que extirpar y limpiar esos fondos ocultos, diabólicamente resistentes, que ni vemos ni podremos jamás arrancar de nosotros.
En definitiva: dejemos que Dios actúe y nos limpie por dentro; aceptemos con paz el dolor que nos pueda producir -tenemos tanto que expiar-; y, sobre todo, aceptemos con paz la ayuda que quiera darnos a través de amigos, familiares, esposo o esposa, sacerdotes, libros... Aceptemos todo como venido de la mano amorosa del Padre; arrojemos lejos de nosotros todo pensamiento o actitud que nos roben la paz; luchemos por no caer en la tentación de creernos poderosos, autónomos y encantados de habernos conocido. Y, como dijo el monje y les explicaré otro día si Dios quiere, acepten con mucha paz que en la vida espiritual cuanto peor, mejor.
Hoy más que nunca, Paz y Bien.