Con frecuencia los historiadores nos vemos en la necesidad de someter a crítica el trabajo que otros compañeros de profesión han realizado. Dicho análisis sirve para comprobar si estas nuevas aportaciones al acervo bibliográfico o documental son de utilidad para nuestras propias investigaciones y determinar mejor los campos en los que todavía se pueden hacer avances de interés para el conocimiento del pasado. No es ese el caso de la crítica promovida desde planteamientos como los que usa la izquierda política al servicio de su proyecto de ingeniería social.
En mi trayectoria personal tengo que reconocer que los críticos han sido generosos con mi aportación historiográfica. Me gustaría ser agradecido con tantas personas que me han apoyado y se han hecho eco de mis investigaciones o han facilitado la publicación de mis libros y artículos. Especialmente estimulantes son las referencias que se hacen desde una disidencia con los planteamientos de fondo pero que reconocen la seriedad del trabajo que hay detrás.
En contraste, tampoco han faltado las descalificaciones, aunque todavía no he merecido que nadie me haga objeto de un título semejante al que Alberto Reig Tapia dedicó a uno de los mejores historiadores de la España contemporánea: Anti Moa. En ese libro, apenas he merecido del hijo de quien fuera Director del NODO más atención que unos ingeniosos juegos de palabras acerca del color de mis camisas que, como es bien sabido, se han movido entre el negro y el azul. Sorprende que alguno de esos improperios hayan salido de un historiador que se prestó a debatir conmigo en un programa de televisión, tal vez porque le gusta rivalizar con los más ignaros para que así resplandezca con mayor claridad la solidez de sus argumentos.
Peor trato he recibido de las instancias públicas que gestionan un dinero, procedente de todos los ciudadanos, y que se dedica a lo que ellos llaman promover la cultura. Uno de mis libros encontró el no en una Editora Regional, mis artículos carecen de calidad científica para aparecer en la revista editada por una Diputación Provincial y un alcalde de pueblo vetó la aparición de un artículo en una revista de ámbito local “por razones políticas”. Por cierto, que en el trabajo me ocupaba de los izquierdistas fusilados por orden de las autoridades rojas durante la Guerra Civil en una localidad extremeña. Un canibalismo que las izquierdas siempre han practicado entre sí, que antaño costaba vidas y que ahora le ha supuesto dejar la poltrona a más de un preboste.
Con una trayectoria así, apenas me causa impresión la campaña de agit-prop organizada desde la izquierda contra los autores del Diccionario Biográfico editado por la Real Academia de la Historia, y más en concreto hacia alguna de las entradas redactada por el autor de estas líneas. Quienes así actúan demuestran lo instalados que se encuentran en el verdadero totalitarismo al imponer una interpretación torcida y manipuladora de la historia, recurriendo a los medios más innobles para ello y sin admitir la existencia de instituciones académicas y científicas independientes.
Y es que la crítica a una investigación histórica no se puede hacer desde esa mezcla de ignorancia y pasiones pseudo-políticas que caracterizan a nuestros dirigentes políticos y a sus pseudo-intelectuales de cámara. Como tampoco se puede promover la difusión de aquellos trabajos que no han sido elaborados con las referencias epistemológicas que caracterizan a la Historia como una peculiar manera de conocimiento que, siendo al mismo tiempo arte y ciencia, se convierte en el único modo de conocimiento objetivo del pasado. Un respeto escrupuloso hacia las fuentes a la que hay que hacer objeto de una sana crítica; un aprecio espontáneo por aquellos que han escrito del tema antes que nosotros, una pasión sincera por la verdad que lleva a la reconstrucción lo más fiel posible de los hechos, una interpretación discreta que no busca juzgar sino entender para poder exponer y que renuncia para ello al uso de ideologías o corrientes filosóficas que ya poseen una explicación a priori.
¡Qué lejos está de nosotros la generación de aquellos historiadores que fueron verdaderos maestros en el arte del trabajo bien hecho! Cuando cualquier cosa se presenta a la sociedad en que vivimos como si fuera un trabajo de historia por el simple hecho de ocuparse del pasado, serena el alma ser cuestionado junto a nombres de la talla de Gonzalo Anes, Vicente Palacio Atard, María del Carmen Iglesias Cano, Hugo O´Donnell, Luis Miguel Enciso Recio, Monseñor Antonio Cañizares, Manuel Jesús González, Carlos Iniesta, José Martín Brocos, Carlos Seco Serrano y Luis Suárez Fernández. Nombres, por cierto, en la mayoría de los casos vinculados a un pasado en el que se cultivaba la excelencia como algo más que un reclamo publicitario.