En la sagrada liturgia, Dios nos nutre también con su Palabra, que se torna viva y vivificante por la acción del Espíritu Santo para suscitar en cada uno de nosotros el asentimiento de la fe y la obediencia del corazón:
Es un lugar común la expresión patrística de comulgar con la Palabra de Dios poniendo atención en que no se pierda ninguna partícula de la Palabra de Dios como ponemos cuidado extremo en que no se pierda ninguna partícula del Cuerpo de Cristo:
Es sorprendente, si nos fijamos bien, lo de comulgar la Palabra de Dios por los oídos; Dios quiere entrar por todos los sentidos. Todo el hombre se ve implicado. Ya en la patrística se lee cómo al igual que el cuerpo tiene sus sentidos, el alma tiene sus sentidos espirituales. Y los mismos sentidos corporales son tocados por el Misterio: el gusto por la comunión, el olfato por el santo Crisma y los óleos, el oído por la Palabra escucha y meditada asiduamente en el corazón.
"el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente" (Dei Verbum, 8).
Por esta razón, la Iglesia constantemente alimenta a sus hijos con el Pan de la Palabra de Dios que nos conduce a la comunión con el Pan consagrado, el Cuerpo sacramental del Señor.
"La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles" (Dei Verbum, 21).
Se pide pues que los hijos de la Iglesia comulguen con sumo respeto con la Palabra de Dios proclamada; la oigan con atención y devoción, la retengan con la meditación, obedezcan por la fe, moldeen su vida según la Palabra proclamada donde Dios se sigue comunicando, revelando, iluminando.
Es un lugar común la expresión patrística de comulgar con la Palabra de Dios poniendo atención en que no se pierda ninguna partícula de la Palabra de Dios como ponemos cuidado extremo en que no se pierda ninguna partícula del Cuerpo de Cristo:
"No bebemos la sangre de Cristo solamente bajo el símbolo sacramental (esto es, bajo la especie de vino), sinot ambién cuando recibimos sus palabras donde está la vida. En efecto, el Señor dice: "Las palabras que yo os he hablado son Espíritu y son vida" (Jn 6,63). Está herido, pues, si bebemos su sangre, es decir, si recibimos las palabras de su enseñanza" (Orígenes, In Num., 16,9).
Y san Jerónimo:
"Cuando nos acercamos al Misterio -el fiel ya me entiende [disciplina del arcano; se refiere a la comunión]- nos llenamos de angustia si es que cae al suelo una partícula. Ahora bien, cuando escuchamos la palabra de Dios y la carne y sangre de Cristo se derraman en nuestros oídos si entonces estamos pensando en alguna otra cosa, ¡a qué peligro nos exponemos con ello!" (Anecd. Mared., III, 2, p. 302).
Hemos de comulgar reverentemente con la Palabra de Dios proclamada que es mucho más que mera instrucción; es Dios mismo hablando a su Pueblo, a ti y a mí.
Es sorprendente, si nos fijamos bien, lo de comulgar la Palabra de Dios por los oídos; Dios quiere entrar por todos los sentidos. Todo el hombre se ve implicado. Ya en la patrística se lee cómo al igual que el cuerpo tiene sus sentidos, el alma tiene sus sentidos espirituales. Y los mismos sentidos corporales son tocados por el Misterio: el gusto por la comunión, el olfato por el santo Crisma y los óleos, el oído por la Palabra escucha y meditada asiduamente en el corazón.