Comienzo solicitando al estimado lector perdón por la longitud de esta entrada de blog. Sé que lo ideal es que sean cortas y evidentes, pero a veces es necesario profundizar y esto alarga el discurso. En este caso, creo que vale la pena leer el texto que traigo de San Gregorio de Niza. Si les quedan fuerzas y son benevolentes, pueden leen al final mi humilde reflexión.
Porque, hermanos míos, el santo bautismo es grande: suficientemente grande para procurar a aquellos que lo reciben con temor la posesión de las realidades inteligibles. El Espíritu es rico y no es envidioso de sus dones: se vierte siempre como un torrente en aquellos que reciben la gracia; y los Apóstoles colmados de esta gracia, han manifestado a las Iglesias de Cristo los frutos de su plenitud. En aquellos que reciben ese don con toda rectitud, el Espíritu permanece; según la medida de la fe de cada uno, él es su huésped; él opera con ellos y construye en cada uno el bien, según la proporción del celo del alma en las obras de la fe.
El Señor lo dijo a propósito de la mina: la gracia del Espíritu Santo se da a cada uno en vista a su trabajo, es decir, para el progreso y crecimiento de aquel que lo recibe. Porque es necesario que el alma regenerada sea alimentada por el poder de Dios hasta la medida de la edad del conocimiento en el Espíritu; está, pues, irrigada con generosidad por la savia de la virtud y el enriquecimiento de la gracia (ver Lc 19,23).
El alma que ha sido regenerada por la potencia de Dios debe nutrirse del Espíritu hasta el límite de la edad intelectual, irrigada continuamente por el sudor de la virtud y por la abundancia de la gracia.
El cuerpo del niño recién nacido no permanece mucho tiempo en la edad más tierna, sino que es fortificado por los alimentos corporales, crece según la ley de la naturaleza, hasta la medida que le es dada. Algo parecido se produce en el alma que recién renació: su participación en el Espíritu anula la enfermedad que había entrado con la desobediencia, y renueva la belleza primitiva de la naturaleza. El alma así renacida no permanece siempre niña, incapaz, inmóvil, dormida en el estado en el cual estaba en su nacimiento; sino que se nutre con los alimentos que le son propios, y hace crecer su estatura por medio de diversos ejercicios y virtudes, según las exigencias de su naturaleza. Por el poder del Espíritu y mediante su propia virtud, se volverá inexpugnable para los ladrones invisibles que lanzan contra las almas sus innumerables invenciones.
Es necesario pues, progresar siempre hacia el "hombre perfecto", según estas palabras del Apóstol: Hasta que alcancemos todos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al "hombre perfecto", a la medida de la edad de la plenitud de Cristo; a fin de que no seamos más niños, sacudidos y llevados por cualquier viento de doctrina según los artífices del error; sino viviendo según la verdad, crezcamos en todas las cosas hacia Aquel que es la cabeza, Cristo (Ef 4,1315). Y en otro lugar el mismo Apóstol dice: No se conformen al mundo presente, sino transfórmense renovando su mente, a fin de discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rm 12,2). (San Gregorio de Niza, y a 1, fragmento)
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Es hermoso el símil que utiliza San Gregorio para referirse al alma. No tiene desperdicio todo lo que indica. Permítanme quedarme con el leitmotiv de todo el párrafo: el bautismo como inicio del crecimiento-progreso del alma hacia un hombre nuevo.
¿Progreso? Seguramente alguno se santiguará al encontrarse con esta palabra. Ciertamente es una palabra que ha sido utilizada de manera inadecuada para el engaño de muchos de nosotros. San Gregorio nos advierte precisamente de este hecho al hablar de “los ladrones invisibles que lanzan contra las almas sus innumerables invenciones.”
Progresar se suele entender hoy en día como sinónimo de ruptura relativista. Parece que nada que tenga cimiento en la tradición pueda conllevar progreso. No teman, avanzar-progresar para San Gregorio no es sinónimo ruptura sino de conversión. Dice san Gregorio: “Es necesario pues, progresar siempre hacia el "hombre perfecto" Este es el verdadero progreso, renovación e innovación que tenemos oportunidad de vivir en el día a día.
¿A qué conversión se refiere? Nos dice San Gregorio:”Hasta que alcancemos todos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al "hombre perfecto", a la medida de la edad de la plenitud de Cristo”.
¿Cómo se produce la conversión? Por medio de ”la gracia del Espíritu Santo se da a cada uno en vista a su trabajo, es decir, para el progreso y crecimiento de aquel que lo recibe”.
Es evidente que la conversión conlleva un progreso que no se manifiesta como ruptura de nuestra naturaleza. Todo lo contrario. Se manifiesta como integración, unidad y plenitud de nuestra naturaleza, por medio de la Gracia de Dios.
Creo que todos somos conscientes del entendimiento del progreso como ruptura que asume la periferia eclesial. Esta ambivalencia de significados nos causa muchos problemas de comunicación que se sustancian en desunión.
Sin un concepto adecuado con el que transmitir la acción renovadora de la conversión interna, tendemos a quedarnos en un peligroso tipo de quietismo que nos atenaza y nos impide entender que el Espíritu Santo es capaz de manifestarse de múltiples y nuevas formas. Formas que no reducen, dispersan, destruyen y rompen, sino que integran, unen, renuevan y dan plenitud al ser humano y a la Iglesia.
Si no utilizamos las palabras progreso, renovación o innovación ¿Cómo denominar a la evidencia externa de la conversión que lleva al hombre nuevo? Desde mi humilde punto de vista, tenemos un serio problema de comunicación que aparece cada vez que se habla de progreso dentro de la Iglesia.
Les pongo un ejemplo con la frase “sana traditio y legítima progressio” que reseñó el Santo Padre en la carta leída con ocasión de las celebraciones del centenario de fundación del Pontificio Instituto de Música Sacra.
Dice el Santo Padre: “la liturgia, y en consecuencia la música sacra "vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legítima progressio”, teniendo bien presente que estos dos conceptos se integran mutuamente porque “la tradición es una realidad viva, que por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso”.
¿Podemos entender este progreso del que nos habla el Santo Padre sin pensar en nada que rompa, desuna y destruya? Creo que es imprescindible. Además debemos cuidar no entender la frase desde las dos posturas extremas que tanto daño nos causan:
- Un cheque en blanco para la destrucción de la tradición. El progreso que destruye no parte de la conversión, sino de la corrupción.
- Entender que tenemos encerrado al Espíritu Santo en urnas inmóviles externas a nosotros. La tradición que inmoviliza nuestro espíritu no es verdadera Tradición, sino quietismo camuflado.
Donde está el equilibrio y la divina proporción está la belleza. Donde la belleza está presente, podemos intuir a Dios.
No se conformen al mundo presente, sino transfórmense renovando su mente, a fin de discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rm 12,2).