Introducción:
A lo largo de tres subtemas, reflexionaremos sobre la Espiritualidad de la Cruz. En otras palabras, el significado que tiene hablar hoy acerca de Jesús Sacerdote y Víctima; es decir, el que se ofrece a sí mismo en favor de los demás. Dichos puntos serán los siguientes:
- Una respuesta ante la ansiedad y la depresión.
- No se trata de dolorismo.
- La Cruz del Apostolado como itinerario o programa de vida.
Una respuesta ante la ansiedad y la depresión:
Todos, en mayor o menor medida, estamos expuestos a la ansiedad o, en su caso, a la depresión. Somos humanos. Tenemos límites y, por lo tanto, nada de esto debe sorprendernos o asustarnos. Ciertamente, en nuestro tiempo, quizá por los cambios tan radicales que experimentamos continuamente en esferas como la social, económica y política, resultamos estadísticamente más propensos a caer en alguna de las dos afecciones mentales. Falta formación en materia de voluntad y manejo de conflictos, además de emociones y otros aspectos que no se han abordado adecuadamente. Lo anterior, en un contexto que, como ya dijimos, cambia antes de que lo podamos asimilar, dejándonos rebasados y, por lo mismo, vulnerables. Por eso la salud mental es tan importante como la física y la espiritualidad tiene mucho que decir al respecto. No como un sustituto de la Psiquiatría, de la ayuda profesional que llega a requerirse en determinados casos, sino como una aliada para impulsar el desarrollo de la persona.
¿Por qué nos sentimos ansiosos y/o deprimidos? Evidentemente, hay muchas causas clínicas que deben ser consideradas desde un enfoque profesional y personalizado, pero a nivel social existe una causa y es la de no encontrar un sentido al dolor. Ninguna pastilla puede conseguirlo, salvo la Espiritualidad de la Cruz. Los antiguos, veían en el sufrimiento algo más que una tragedia. Sabían que servía para hacerse fuertes. Lo aparentemente débil, como el paso de Jesús por la cruz, es sinónimo de resiliencia. Cristo Sacerdote toca los dos puntos más profundos del ser humano: El amor y el dolor, enseñándonos que el sufrimiento tiene un rol complejo pero útil. Al vivir la Espiritualidad de la Cruz, uno crece en la fe, se conoce a sí mismo y descubre un mundo nuevo, mucho más profundo e integral. Lo anterior, justamente porque el dolor se vuelve algo secundario para centrarse en los frutos que dará ese sufrimiento. Por ejemplo, cuando el que esto escribe, tuvo que estar en reposo por un accidente que le implicó una férula y tuvo más tiempo para hacer un alto, leer, volverse hábil incluso para algo tan simple como conectar el celular en el enchufe que estaba debajo del escritorio, etcétera. La Espiritualidad de la Cruz no se centra en lo mal que llegamos a sentirnos, sino en el resultado de esa experiencia que, a la luz de la fe, tiene una dimensión constructiva. El que lo tenga, nos ayuda frente a la ansiedad y a la depresión, pues aprendemos, como decía Teresa de Lisieux, a vivir el momento presente, hora por hora, sin plantearnos escenarios negativos que probablemente nunca se vayan a producir.
Además, nadie es probado más allá de sus fuerzas, al punto de caer en la tentación de la desesperación, si sabe confiar en Jesús. Recordemos, a modo de cierre del primer subtema, lo que decía San Pablo: "De hecho, ustedes todavía no han sufrido más que pruebas muy ordinarias. Pero Dios es fiel y no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas. En el momento de la tentación les dará fuerza para superarla." (1 Corintios, 10: 13).
No se trata de dolorismo:
El dolorismo es buscar el sufrimiento. Se trata de una patología. La Espiritualidad de la Cruz no tiene nada que ver con eso. Al contrario, reconoce el sentido del dolor, pero orientado a un bien mayor y sin despreciar las opciones que existan para curarlo y, por ende, superarlo. ¿Dónde entra? Justamente cuando después de haber buscado todas las opciones para resolverlo, permanece. Ese porcentaje de tiempo que implica, por ejemplo, una recuperación luego de ser operado o una etapa de dificultades laborales, si bien no es algo deseado o que deba buscarse, tiene un sentido que, como ya dijimos, ayuda a crecer, porque nos lleva a salir de nosotros mismos. De modo que el misterio de la Cruz no es dolorismo, sino aplicar un dicho muy popular: “Al mal tiempo, buena cara”. Es decir, reconocer en toda crisis una gama de oportunidades, porque no vamos solos, sino ayudados por el Espíritu Santo. Es decir, auxiliados por el papel que juega la gracia en el desarrollo de nuestra vida, como enseñaba un grande de la Espiritualidad de la Cruz, el Siervo de Dios Mons. Luis María Martínez. De ahí la carta de Pablo a los filipenses en las que los invitaba a estar “siempre alegres en el Señor” (Filipenses 4, 4). El dolorismo hace todo, menos promover la alegría. De ahí que la Espiritualidad de la Cruz no tenga nada que ver con dicha visión marcada por el pesimismo.
La Cruz del Apostolado como itinerario o programa de vida:
En 1894, en el Templo de la Compañía de Jesús de San Luis Potosí, México, la beata Concepción Cabrera de Armida (1862-1937) tuvo la visión de la Cruz del Apostolado. Tiempo después, escuchó en su interior una promesa de Jesús: “Esta Cruz (del Apostolado) ahuyentará al demonio. Esparcirá virtud, de la que está llena. Curará las almas y los cuerpos. Hará muchos milagros”. Sin duda, el milagro mayor para nuestro tiempo es darnos las pautas a seguir de manera que aprendamos la pedagogía que entrañan las dificultades para que, desde nuestra relación con Dios, las asumamos por medio de una lógica nueva, abierta a la madurez que libera y nos lleva a disfrutar de lo sano que la vida nos presenta.