Confinados y alarmados
No esperábamos esta situación. Sabíamos de la existencia de un virus que iba haciendo estragos por China y aledaños, pero lo veíamos muy lejos. Cosa de otros mundos. Pero de la noche a la mañana se nos presenta, sin pedir permiso, en nuestro propio pueblo, en nuestra misma calle, silenciosamente, invisible, sin hacer ruido, pero con una agresividad pasmosa. Inmediatamente empiezan los afectados a colapsar las salas consultas de los hospitales, el miedo se apodera de las masas, los medios de comunicación no tienen otro tema que el coronavirus. Pensamos que sería como una gripe pasajera. Pero el problema es grave, y el gobierno declara el estado de alerta y confinación de la ciudadanía. El pánico cunde. La gente piensa poco menos que el fin del mundo y hace acopio de todo lo que puede. Se suprimen las Misas de precepto, se cierran templos, algo insólito. En mis setenta y ocho años no había visto cosa igual. Y de pronto nos encontramos con un parón, con un cumulo de horas sin trabajo y muchos no saben qué hacer.
Este es el panorama. No podemos salir a la calle si no es muy preciso. ¿Y que hacemos? Muchos se aburren, algunos se desesperan, hace acto de presencia la ansiedad, el mal genio, la depresión… No estábamos preparado para un cambio tan drástico. Dos semanas al menos que nos pueden parecer eternas. Y nos creíamos omnipotente, los dueños del mundo, los dioses del nuevo paganismo. Y de pronto un pequeño vicho, un virus invisible nos para a todos los pies, nos deja maniatados sin capacidad de reacción.
La segunda gran pandemia de peste que asoló Europa en el siglo XIV, época crucial para el desarrollo de las mentalidades en Occidente, supuso una terrible conmoción que dejó acaso la más honda huella cultural de nuestra historia. Pero esa peste hunde sus raíces a los comienzos de la Edad Media y en concreto durante el siglo sexto. Es la llamada primera gran pandemia o «peste de Justiniano», que destrozó el mundo tardoantiguo y del temprano medievo extendiéndose como un reguero en la época del famoso emperador bizantino que reconquistó el Mediterráneo occidental de manos de ostrogodos y vándalos. La plaga comenzó en el año 541 y afectó terriblemente al Imperio bizantino y a su rival, la Persia sasánida.
Su estallido coincidió con una crisis climática sin precedentes, una llamada «pequeña edad de hielo de la Antigüedad tardía», con una grave crisis económica y una oleada de migraciones provocadas por los movimientos de los pueblos germánicos y turcomanos por toda la cuenca del Mediterráneo. Aquella peste cambió el mundo del temprano medievo para siempre y dejó huellas directas hasta el siglo VIII e indirectas hasta llegar a la gran muerte negra del siglo XIV, pues fue probablemente la misma bacteria la responsable en un estallido acaso menos mortífero, pero mucho más duradero. (https://www.larazon.es/cultura/20200316/yos6n33y3zfhhmqshveojoxnse.html).
La viruela fue una enfermedad devastadora en la Europa del siglo XVIII, que se extendía en forma de epidemia matando y desfigurando a millones de personas. ... En los Estados Unidos, el último caso de viruela se registró en 1949, mientras que el último caso ocurrido en forma natural en el mundo fue en Somalia en 1977.
La gripe A y los 150 millones de muertos
En 2009 me tocó informar sobre una pandemia, la gripe porcina, gripe A o AH1N1, que amenazaba, como esta, con acabar con millones de personas. La Organización Mundial de la Salud (OMS), entonces, dijo que en el mundo habría 2.000 millones de contagios y 150 millones de fallecidos.
Hay una cierta similitud en la velocidad como se propagó aquel virus con el actual. En aquel caso, el virus comenzó entre EE UU y México, que acabó convirtiéndose en el principal foco del virus.
“Era increíble, se cerró la Ciudad de México —una urbe de más de 20 millones de habitantes— y parecía una ciudad fantasma. Salías a la calle y no veías a nadie caminando por largas avenidas vacías”, me contaba hace tres años Álvaro Porcuna, un español residente en México especialista en la mejora de funcionamiento de las ciudades. Seis años después de aquella imagen apocalíptica, yo aterricé en México y viví allí hasta enero de 2019. Esa vez con Álvaro es la única que escuché hablar de una enfermedad que causó 1.172 muertes y que parecía, no mucho tiempo antes, que portaba el apocalipsis. Los virus tienen la cabrona virtud de renovarse rápido. En mi estancia en México el problema eran la Zika y la Chikungunya.
El sida y el cierre de fronteras
La aparición del sida en los ochenta fue impactante. No hay nadie de mi generación, los setenta, que no identifique esa dolencia con el fin del mundo. Así nos la contaron. Se hacían cálculos de contagios de forma exponencial. La cifra resultante, que por suerte no se ha cumplido, daba titulares magníficos y necesarios. Las sociedades reaccionan ante las amenazas de forma proporcional a la velocidad con la que se propagan noticias alarmantes que les amenazan a ellos.
Y la malaria, y el colera, y el sarampión, el ébola, etc. Somos limitados, y de vez en cuando por circunstancias diversas, la naturaleza entra en picado, y la guadaña hace estragos.
Hace muchos años vimos aquella dramática película titulada “El séptimo sello”. Suecia, mediados del siglo XIV. La Peste Negra asola Europa. Tras diez años de inútiles combates en las Cruzadas, el caballero sueco Antonius Blovk y su leal escudero regresan de Tierra Santa. Blovk es un hombre atormentado y lleno de dudas. En el camino se encuentra con la Muerte que lo reclama. Entonces él le propone jugar una partida de ajedrez, con la esperanza de obtener de Ella respuestas a las grandes cuestiones de la vida: la muerte y la existencia de Dios. (FILMAFFINITY)
¿Qué podemos hacer hoy con “nuestra” pandemia. Intentar vencerla colaborando. Tener mucha paciencia. Rezar a Dios, a la Virgen y a los santos que nos ayuden, replantearnos la administración del tiempo que nos sobre, pensar en los que están luchando en vanguardia contra el virus, pensar en esos monasterios de monjes y monjas contemplativos que, por vocación, están recluidos de por vida rezando por todos. Solo Dios es Omnipotente y, si permite estos problemas, para algo será.
Juan García Inza
Juan.garciainza@gmail.com