En el Carmelo Descalzo hay cantidad de fiestas donde se recuerda a los diversos hijos de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz que han sido canonizados. ¡Padres e hijos santos! La mayoría son monjas, los frailes son escasos. ¡Las hijas de la Santa de Ávila nos llevan la delantera a los hijos y con diferencia! No hay más que recordar a Santa Isabel de la Trinidad, Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), Santa Teresa de Jesús de los Andes, Santa Maravillas de Jesús o la más pequeña y a la vez más conocida por todos, ¡Santa Teresa del Niño Jesús!
¿Quién no ha leído o rezado con algún párrafo de Historia de un alma? ¿Quién no se ha dejado cautivar por la confianza total que tiene en el Padre? ¿Quién no ha deseado vivir con la sencillez de un niño como ella? ¿Quién no le ha pedido alguna gracia? ¿Quién no ha recibido alguna de sus rosas prometidas? ¿Quién no quiere ser feliz como ella? ¿Quién no ha orado ante alguna imagen suya?
Aunque diga esto tengo que reconocer que por mi parte no he tenido mucho “trato” con esta gran santa carmelita. Desde que entré al Carmelo Descalzo la que ha llevado las riendas es Santa Teresa de Jesús y poco después San Juan de la Cruz. Soy sincero, con Santa Teresita no me he encontrado de verdad hasta el año pasado. Reconozco que sólo había leído Historia de un alma cuando era postulante, el año en que entro a la Orden, y ese lenguaje no terminaba de entusiasmarme del todo. Prefería ese castellano antiguo, recio y castizo que me encandilaba al leer las obras de Santa Teresa o el deslumbrante vocabulario que San Juan de la Cruz presenta en sus escritos. Ante las columnas del Carmelo Descalzo Santa Teresita del Niño Jesús se había quedado no olvidada pero sí dejada un poco de lado en cuanto a la lectura de sus obras.
Y “la culpa” de volver sobre ella la tienen algunos seminaristas diocesanos y religiosos de otras órdenes que durante el año pasado, sin saber nada de mi relación con Santa Teresita y sin pretenderlo lo más mínimo, consiguen que me deje llevar, como ellos, por esta santa joven carmelita. Ha sido cosa suya, lo digo sin vergüenza. Sin estas amistades no habría vuelto a leer sus obras o incluso lo que es más, a predicar este año la novena a la Virgen del Carmen con uno de sus poemas: Por qué te amo María.
Por si fuera poco el día de su fiesta, que acabamos de celebrar, al rezar el oficio de lectura me detengo en ese texto precioso y lleno de vida que hasta ahora no había llegado a hacer mío y empezar a descubrir y saborear las maravillas que Santa Teresita nos explica cuando descubre su vocación:
“Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado... En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad...!!!” (Ms. B 3v).
Eso es muy conocido, pero el párrafo anterior pasa desapercibido y ahí es donde me quedo. Lo leo y me paro. Lo llevo luego a la oración silenciosa y me doy cuenta lo que se esconde en esas líneas. ¡Nada menos que la Santísima Trinidad! ¡Vamos a verlo!
“Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor.
Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre...
Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una palabra, ¡que el amor es eterno...!” (Ms. B 3v).
A simple vista todo es amor, todo es alegría, todo es vida, pero según hago silencio y me meto en esas palabras para encontrarme con Cristo antes de la misa de la fiesta de Santa Teresita ¡me encuentro con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo! Cada uno se manifiesta de un modo concreto para llegar a la esencia, ¡al amor!
El Espíritu Santo es el que mueve los corazones para que la gracia que hace llover sobre las almas que se dejan empapar de su amor descubran su vocación al matrimonio, a la vida religiosa o la vida sacerdotal. ¡Encierra en sí todas las vocaciones! ¡Todas son necesarias! También el celibato apostólico, sin ser religioso o sacerdote, como me recuerda un joven que así lo vive y que conozco al celebrar mi primera novena del Carmen cuando acepta gustoso la invitación de ayudar en misa; ¡además quiere revestirse con alba! ¡Sin matrimonio cristiano no hay padres de Santa Teresita! ¡Sin sacerdotes no hay confesores de Santa Teresita! ¡Y sin vida religiosa no hay lugar en este mundo para Santa Teresita! ¿Nos damos cuenta que no se puede rechazar la vocación que cada uno descubre a la luz del amor del Espíritu Santo?
El Padre eterno, el Padre de la misericordia, el Padre que lleva a Santa Teresita a lo más alto ¡es todo! ¿Qué sería de nosotros sin la eternidad donde nos espera el Padre o sin ese amor misericordioso que llena las páginas manuscritas de Historia de un alma o sin la atención constante y cuidado que recibimos de nuestro Padre? ¡El Padre es todo! ¡No podemos nada si no seguimos su voluntad, si no nos rendimos a su amor, si no nos abrimos a su divina providencia! El Padre es además Padre de todos, nos quiere a todos y nos espera a todos. Es su deseo desde siempre y para siempre; si lo rechazamos y no queremos vivir como quiere nuestro Padre perdemos todo y nos perdemos del todo. ¡Vamos al Padre que nos lo da todo!
El Hijo amado del Padre es Cristo vivo que nos da la vida y ¡abarca todos los tiempos y lugares! Si volvemos al inicio lo entendemos mejor. Hay muchos santos, de muchas épocas y lugares diversos que se han santificado dentro del Carmelo Descalzo. Si eso lo llevamos al exterior reconocemos que Cristo, el que en los inicios de la cristiandad llama a los apóstoles en la lejana Galilea a seguirle muy de cerca, es el mismo que pide a Santa Teresa de Jesús en el siglo XVI fundar el Carmelo Descalzo en Ávila y es el mismo que a finales del siglo XIX escoge en Francia a Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz para mostrarle un caminito, el camino de la confianza, de la misericordia y del amor y es el mismo que hoy, a cada uno de nosotros, en un nuestro pueblo o ciudad, nos llama a ser felices siendo aquello que nos muestra, ya sea una vocación u otra, lo importante es descubrirla, acogerla, ponerse en camino y decir: ¡Sí!¡Quiero! ¡Vamos!
Con todo esto me recreo, me gozo, me lleno de fuerza y me dispongo a celebrar la misa. Cuando rezamos antes de la eucaristía, cuando la vivimos con todos los sentidos, cuando nos quedamos después en silencio para continuar la historia de amor que hemos vivido es mucho más fácil unirnos a Santa Teresita para descubrir nuestra vocación, nuestra alegría, nuestra manera concreta de vivir en este mundo y llegar a la misma conclusión que la de la pequeña Teresa, la Santa de Lisieux: “en una palabra, ¡que el amor es eterno!”.