Una vez más, la Iglesia genera noticias que son malas y que son buenas a la vez. Malas, porque las únicas noticias que debería producir la Iglesia son las ligadas a la santidad de sus fieles. Buenas, porque, dado que existe el mal, los responsables de la institución eclesiástica actúan con firmeza para atajarlo. Esto es lo que ha sucedido esta semana con Cáritas Internacional, que ha celebrado su Asamblea General y ha visto reelegido a su presidente –el papable cardenal hondureño Rodríguez Madariaga- pero no a su secretaria general.
El veto del Vaticano a la reelección de Lesley-Anne Knight al frente de la Secretaría de la principal institución socio-caritativa del mundo fue una señal de alarma. La reacción airada de la aludida no estuvo a la altura de lo que se esperaba de alguien al que se le debe suponer siempre un deseo altruista de servir a la Iglesia y no de servirse de la Iglesia. Más bien sirvió para confirmar que el Vaticano había actuado correctamente. Esto sucedió hace tres meses, en plenos preparativos de la Asamblea General que ha tenido lugar esta semana.
Pero el Vaticano no estaba dispuesto a pararse ahí en su esfuerzo por evitar la secularización de Cáritas y la deriva en que ya se había introducido –llegando, incluso, a dar dinero a organizaciones abortistas-. Prohibió que la principal ponencia de la Asamblea estuviera a cargo del superior general de los Dominicos, conocido por su tendencia progresista -¡qué cosas hay que ver y qué dirían Santo Domingo o Santo Tomás de Aquino!-. Un destacado miembro de la Curia vaticana, que está al frente de otro de los organismos “caritativos” de la Iglesia, Cor Unum, el cardenal Sarah, no se anduvo por las ramas y poco antes de empezar la Asamblea dijo que había que evitar a toda costa que Cáritas se convirtiera en una organización meramente filantrópica. Es cierto que el cardenal Rodríguez Madariaga ha salido reelegido, aunque un 25 por 100 de los votantes le han rechazado, pero su prestigio ha quedado al menos “tocado”, puesto que ha sido durante su Presidencia que se han cometido algunos de esos desaguisados, aunque ciertamente la principal responsabilidad no hay que achacársela a él sino a la secretaria general.
En cualquier caso, el Papa no se ha andado por las ramas y las palabras que ha dirigido a los nuevos miembros del consejo directivo son tan claras como contundentes: “Cáritas es distinta de otras agencias sociales porque es un organismo eclesial”, “la Santa Sede tiene el deber de seguir su actividad y de vigilar”, “sin un fundamento trascendente corremos el riesgo de caer en ideologías dañinas”, “tiene el deber de promover de manera decidida aquellos valores que a menudo he definido como ‘no negociables’”. Con frases así, está todo dicho y bien explicado. Si no lo quieren entender, peor para ellos. Sufrirá la imagen de la Iglesia, pero todo parece indicar que el Vaticano no va a consentir que se secularice su principal institución caritativa. Y eso es bueno.
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