Tal sufrimiento psíquico es desconcertante hasta para la misma vidente. La ansiedad sólo cederá cuando reciba el consuelo del Cielo y el permiso expreso de escribirlo en obediencia a lo mandado. Pero, ¿por qué de esa ansiedad interior? Indudablemente salvo que la propia implicada explicara los por qué sólo caben suposiciones. Sin embargo una de ellas parece razonable. En este caso sor Lucia tenía la certeza no sólo de la veracidad del secreto (¡venía del mismo Cielo!) sino de que su cumplimiento sólo sería evitado secundando los mandatos de la Virgen –el Mensaje-. Y ya entonces, en 1944, las perspectivas de conversión de la humanidad no eran buenas.
“Aun ahora me asusta pensar solamente en lo que pueda suceder. Y mi repugnancia a hablar es tal, que a pesar de tener ante mis ojos la carta con la que Vuestra Excelencia me manda que explique todo cuanto yo recuerde, y aún estando íntimamente convencida de que esta es la hora señalada por Dios para que yo lo haga, estoy en la duda y en una verdadera lucha sobre si debo remitir a Vuestra Excelencia este escrito o quemarlo.”
La Vidente parecía saber algo más, parecía tener claro el destino de la humanidad. Y es que, no en vano, Nuestro Señor en una comunicación íntima del año 1931 le había revelado cuál sería el comportamiento de aquellos a los que destinaba el mensaje: “Participa a mis ministros que, en vista de seguir el ejemplo del Rey de Francia, en la dilación de la ejecución de mi petición, también lo han de seguir en la aflicción. Nunca será tarde para recurrir a Jesús y a María.”
Tenía el convencimiento, por revelación del Cielo -y por constatación de la realidad histórica al comprobar año tras año que no se hacía caso del mensaje- que el tercer secreto se cumpliría y de modo más grave al “simple” atentado contra el Papa. Los únicos remedios que podían evitar la consumación de la profecía, la oración y la penitencia, caían en el cajón de los olvidos. No se hacía caso del mensaje ni siquiera después de aquel año 2000. Por eso un año después, aquel año 2001, sor Lucia pudo reiterar por escrito su preocupación por el destino de la humanidad:
Y es que, tal como había recordado la misma vidente al papa Juan Pablo II: “La tercera parte es una revelación simbólica, que se refiere a esta parte del Mensaje, condicionado al hecho de que aceptemos o no lo que el mismo Mensaje pide: “si aceptaren mis peticiones, la Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, diseminará sus errores por el mundo, etc.”
Lo único necesario de la visión era entender que de no convertirse la humanidad, esos errores diseminados por el mundo afectarían a todos, y no de un modo etéreo, sino tan material que la misma visión del secreto no era sino una plasmación escenográfica de lo que habría de ocurrir a lo largo de los tiempos, afectando a Iglesia y mundo. Ya en 1978 lo señalaba el padre Alonso. “Lucia está muy segura en esa teología difícil de las permisiones secretas de Dios, cuando no se cumple su santa Voluntad manifestada. Veámoslo. Lucía, decimos, recibe la orden sobre la consagración de Rusia en junio de 1929, en un momento en que el terror estaliniano impera sobre Rusia. Todas las tentativas de Lucia de obtener ese acto de consagración de Rusia resultaron ineficaces. Y muy pronto, en agosto de 1931, es iluminado sobre los secretos juicios de Dios, así: “Participa a mis ministros que, en vista de que siguen el ejemplo del Rey de Francia, en la dilación por ejecutar mi petición, le han de seguir también en la aflicción. Aunque nunca será tarde para recurrir a Jesús y María”.
“Me asusta pensar lo que pueda pasar”, diría sor Lucia en 1944, para en 2001 decir, “me asusta mirar el mundo de hoy”. No es lo grave el secreto o lo que pueda faltar de él, sino que de no convertirnos, todo se verificará.
¿Y sobre el secreto? Mucho se debe y puede decir sobre si hay algo oculto, o no. Pero qué pueda ser o a qué haga referencia, por ahora lo dejo a la sabiduría de los lectores. Sin embargo, olvidar que la clave es el mensaje de conversión es abrir la puerta a que todo aquello dicho u oculto, se verifique. Mejor es una conversión sin saber de qué nos hemos librado, que padecer lo viniente llenos de sabiduría y faltos de conversión. Y aún así, fuerte es la curiosidad que nos espolea a conocer qué nos deparará a los hombres.
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