Incluir en la seguridad social y en la jubilación a las amas de casa no sólo fortalece la postura de la mujer en la familia, sino que es de justicia. Una vez más, debe entrar en juego el enfoque y orientación de la vida desde la dignidad de la persona: igualdad de todos en todo; también, claro está, en el trabajo.

Formulo unas preguntas por si pueden ayudarnos en nuestra reflexión aportando un poco de luz:

¿Por qué la mujer -no la que no trabaja fuera de casa, sino la que trabaja en la casa por su familia las mismas o más horas que el marido- no ha de tener los mismos derechos que el marido que trabaja fuera de casa?

¿Por qué no ha de equipararse en cuanto a la seguridad social y en la jubilación a quienes trabajan fuera de casa si está rindiendo con su trabajo dentro de su familia?

Está bien lo que dice San Pablo, que quien no trabaje que no coma, pero ¿es éste el caso de las madres de familia y de las amas de casa? ¿No estarán trabajando más que algunos que trabajan fuera de casa?

¿Es que sólo tienen derecho a una seguridad social quienes producen bienes de consumo fuera de casa?

¿Es que no tiene la misma dignidad o más, el trabajo de quien crea un ambiente de acogida y de educación en la propia casa, forjando, con la educación de los hijos, el futuro de nuestra sociedad, que el de quien lo realiza fuera? ¿No habrá que valorar más el trabajo doméstico de madres y amas de casa?

Cierto que a la hora de cotizar a la seguridad social, no hay empresa para cotizar cuando no hay producción económica. Pero siguen las preguntas:

¿Es éste el principio por el que debemos regirnos? Deberá ser el Estado quien, en el caso de la mujer en la casa, cotice lo que cotizan las empresas. Y si el Estado cotiza, como empresa, por los maestros que enseñan y por los empleados que atienden a los ancianos en sus casas o en algunas residencias, ¿por qué no cotizar por las madres que educan callada y abnegadamente a sus hijos y atienden a sus padres ancianos?

¿Es más importante para la sociedad la enseñanza que la educación? Cierto que la escuela libera a las madres de la atención a los hijos por unas horas, pero ¿no están en casa trabajando en las labores propias de la casa en beneficio del marido y de los hijos?

Creo que debería legislarse de manera que la mujer no se vea forzada a trabajar fuera de casa a no ser que se sienta vocacionada para ello. La mujer pone en su trabajo laboral un toque de ternura y de feminidad que tanto necesita nuestro mundo. Lo que no es justo es exigirle un doble trabajo, el profesional y el doméstico.

Hay algo que reformar en nuestra legislación. No soy técnico ni estoy capacitado para decir cómo, pero por lo que sí abogo es porque se dé solución a este problema, por igualdad entre hombre y mujer, por dignidad del trabajo de uno y de otra, y por la equiparación del trabajo hecho dentro y fuera de casa.

Que la mujer tenga su vida resuelta con su trabajo fuera de casa, no significa que pueda dejar de lado aquello para lo que ha sido revestida por Dios y que le da unas cualidades especiales para la educación de los hijos.

No olvidemos que la educación debe ser personalizada. Nadie como las madres sabe las diferencias que hay entre sus hijos. Y no olvidemos tampoco que si la legislación está en función sólo de la economía, puede el hombre quedar privado de la educación amorosa y personalizada que sólo las madres pueden dar; una sociedad sin madres está llamada al fracaso.

José Gea