Muchos son los nombres de personas que compartimos cristianos y musulmanes. Muchos más de los que acostumbranos a creer: Isa es Jesús; Yahya es Juan; Muza es Moisés; Maryam es María; Yibril es Gabriel... Se trata en general, de todos aquéllos que proceden del Antiguo Testamento, muchos de ellos presentes también en el Nuevo. Dos libros que aunque generalmente se desconozca, compartimos cristianos y musulmanes como acerbo de la fe. Menos son, en cambio, los nombres que estrictamente procedentes de la lengua árabe, pasan al santoral cristiano. Pues bien, uno de ellos, si no el único, es justamente aquél cuya onomástica celebramos hoy (ayer cuando lo lean Vds.) los cristianos: Fátima, Nuestra señora del Rosario de Fátima, para ser exactos.
Fátima, que según la Enciclopedia Británica significa “la que brilla”, en otras palabras “la que esplende”, “la espléndida”, es un nombre árabe de históricas resonancias, y por ello, muy frecuente entre las mujeres musulmanas. Fátima se llamaban la abuela y una tía de Mahoma. Fátima se llamaba, sobre todo, su hija preferida, la habida de su primer matrimonio con Jadicha, la cual casará con Alí, que terminará siendo el cuarto califa, o dicho de otro modo, el cuarto sucesor (califa significa sucesor) del Profeta.
Pues bien, según quiere la leyenda, una princesa mora de nombre tal habría sido capturada por los cristianos durante la Reconquista portuguesa. Cristianizada y casada con un conde portugués (la leyenda ha de decir, sin duda, que era bellísima), habría recibido en el bautismo el nombre de Oriana, de resultas de todo lo cual, la villa en la que supuestamente habría sido capturada, pasaría a denominarse con el nombre originario de la nueva condesa, Fátima, y la ciudad de la que la dicha villa era freguesía, con el que se cristianizaba, Oriana, transformado hoy día en Ourem. Muy legendario todo, pero como todo lo legendario, cierto. ¿O no?
Siendo en cualquier caso una aldea prácticamente insignificante (aún hoy apenas tiene 8.000 habitantes, aunque reciba cinco millones de peregrinos al año, para que se hagan Vds. una idea, uno por cada dos habitantes de Portugal), el evento que marca la historia de la ciudad portuguesa de Fátima a la que las fátimas cristianas deben su nombre, no es otro que el de las apariciones de la Virgen María a tres pastorcitos: Lucía Dos Santos (1907-2005), Francisco Marto (19081919), y Jacinta Marto (19101920). Cosa que ocurría el día 13 de mayo de 1917, y todavía otra vez los días trece de los posteriores meses de junio, julio, septiembre y octubre, siempre en la Cova de Iría, así como el 19 de agosto, pero esta vez en Valinhos (el 13 de agosto, los niños estaban presos del alcalde).
Pues bien, he aquí la maravillosa manera en que un precioso nombre árabe, -Fátima, “la espléndida”-, y por ende, musulmán, termina derivando en nombre también cristiano. Un nombre que portan, pues, miles de mujeres, muchas de ellas cristianas, pero muchas, también, musulmanas. Qué casualidad que precisamente Fátima haya terminado dando nombre a tan bella advocación de la Virgen, como si fuera casual la sincera y franca devoción que por ella sienten los musulmanes.