Breve descripción de la paideia griega
La paideía griega se iniciaba en el hogar. Los padres de las familias ricas eran los primeros educadores de sus hijos. Estaban muy pendientes de una instrucción que se proponía ser integral: buscaban formar personas expertas en saberes aplicados en la vida diaria, pero también hombres virtuosos con una sólida formación moral que procedía de los grandes poetas y filósofos que habían alcanzado la excelencia en siglos y décadas precedentes. Ser culto en Grecia (antigua, clásica, helenística) era también un deber moral que las familias aristocráticas y más pudientes nunca desatendían. El objetivo era, en la Grecia antigua, educar un buen militar, y, sucesivamente, en la Grecia clásica, un buen ciudadano, quizá un buen político que debía contribuir a la cohesión de las polis, de la ciudad-Estado. Desde los primeros días, tras el nacimiento, los padres se hacían cargo de su educación creando en el hogar un ambiente delicado y contratando a los mejores maestros (también denominados pedagogos) que enseñaban las disciplinas que formaban parte de las artes liberales, diferentes de las artes manuales cuyo objetivo eran los bienes materiales. En este sentido las artes liberales eran fundamentales para formar a los hijos de los hombres libres y se dividían entre las artes del lenguaje (en las que encontramos la gramática, la retórica y la poesía, etc.) y las artes matemáticas (allí estarán la aritmética, la geometría y la astronomía y otras materias).
En la paideía de la Grecia antigua (VIII-V a. C) el arte de la guerra tenía un papel importante. Se preparaba a los hijos física y militarmente sin olvidar la enseñanza de la lectura y la escritura, unidas a la poesía épica, la música y la danza. En la paideía de la Grecia clásica (siglos V y IV a.C.) se suman las matemáticas, la filosofía, la retórica, la literatura y la política. En estos siglos clásicos la enseñanza se democratiza y acceden a la educación, sucesivamente, un mayor número de familias. El contenido de los saberes y disciplinas tienen en estos momentos como objetivo la preparación para la política y la vida social. En la paideía helenística (siglos III al I a.C.) la educación comienza a contar con disciplinas como las ciencias naturales, la ética y una filosofía que ya era una sucinta historia de la filosofía griega. Si en la época clásica la ciudad era el centro, con la expansión de imperio de la mano de Alejandro Magno, la educación se hace más cosmopolita.
Grecia y Roma en tiempos de Plutarco
Ya en el siglo I y II d.C, en la época de Plutarco, la filosofía se ha convertido en el centro y culmen de los saberes pues la tradición cuenta con los muy estudiados filósofos presocráticos, luego Sócrates, Platón y Aristóteles, entre otros, donde también destacan la corriente epicúrea y estoica. En este siglo I d.C, una Grecia plenamente helenística se ha convertido en una provincia de Roma. Roma se mira en el espejo de la Grecia clásica, pero Plutarco pertenece casi exclusivamente a la tradición helénica. En cualquier caso, esta filosofía ya muy elaborada y plena de fuentes significativas, no excluye nunca la omnipresencia de grandes poetas y dramaturgos desde Homero, y Esquilo hasta Calímaco. Consecuentemente el propósito de toda familia griega acomodada, inserta en esta tradición cultural que se concretaba en las artes liberales, era que sus hijos alcanzaran la excelencia de una vida virtuosa, dotados con el mejor uso de la razón en una existencia llena de moderación y continencia que en definitiva eran la condición de posibilidad de la felicidad entonces.
Plutarco, escueta biografía
Plutarco (c. 46-120 d.C.) nacido en Queronea, en la región de Boecia, al norte de Grecia, es un filósofo, historiador y moralista que cuenta con una gran obra clásica que se denomina Vidas Paralelas donde relata y compara la vida de grandes hombres griegos y romanos: un auténtico modelo para la historiografía posterior. Procedente de una familia económicamente bien situada, estudia en Atenas a los grandes de la cultura helena y parece ser, no es seguro, que también se convierte en sacerdote del templo de Apolo en Delfos y, asimismo, desempeña el cargo de magistrado en su ciudad natal. Viajó a Roma varias veces donde trabó amistad con destacados prohombres de la política y la cultura. Enseñó filosofía y literatura y muy probablemente fue instructor de los hijos de destacadas familias de Queronea. Para profundizar en este tema nos vamos a fijar en un opúsculo suyo, De la educación de los hijos, que pertenece a la colección de ensayos éticos y morales que se encuentran incluidos en su conocida obra Moralia.
Plutarco y su obra De la educación de los hijos
En este libro, De la educación de los hijos, nuestro filósofo-moralista nos habla del despliegue de la paideía helenística en el inicial plano familiar donde él, personalmente, interviene como el maestro-pedagogo. La paideía tenía una segunda fase escolar en la que destacan distintas instituciones educativas como el didaskaleion o el gymnasion que se apartan del centro de nuestro estudio. Este opúsculo, quizá autobiográfico, se introduce en la vida educativa, entonces, de una familia libre (en definitiva, rica, no esclava sino probablemente poseedora de esclavos). Es decir, una familia económicamente autosuficiente y quizá relevante en la ciudad de Queronea.
La paideía comienza en los primeros meses
Siguiendo a Plutarco, la vida educativa de la familia empieza fijándose en el papel de la madre que debe amamantar a sus hijos con gran devoción y cuidado evitando las amas de cría cuyo lenguaje y afecto no deja de ser interesado. El arrullo de la madre y sus palabras tiernas y cultas son vitales. Y si los esclavos deben acompañar al niño en otros menesteres es preciso que tengan buenas costumbres y hablen el griego con calidad. Muchos siglos han de pasar para que se conciba la educación de los niños como un asunto que empieza nada más nacer. Esta temprana educación se concreta, en este opúsculo, con un interés centrado en la calidad del primer lenguaje que recibe el niño como base de su futura formación (capítulo 5). Podríamos aventurar que para Plutarco, hablar el griego más exquisito era la base para pensar mejor y ser más culto y virtuoso.
La elección del instructor doméstico
El siguiente paso será la elección de los pedagogos (maestros). Plutarco insiste atinadamente que el maestro debe ser elegido con gran cuidado “tal como era Fénix, el pedagogo de Aquiles” (capítulo 7). Estos formadores domésticos han de ser irreprochables pues el ejemplo del pedagogo va a dejar rastro no solo en sus enseñanzas sino también en su modo de comportarse. Ahí no se puede improvisar y entonces se cita a Sócrates: “¿A dónde hombres os dejáis llevar […] los que ponéis tanto esfuerzo en la adquisición de riquezas, pero os preocupáis muy poco de los hijos a los que se las vais a dejar?” (capítulo 7). Estamos ante una elección fundamental en la que la avaricia (elegir un mal pedagogo por poco sueldo y que además no es ejemplar) no puede ser el criterio dominante. Entonces nuestro autor señala que la buena educación “conduce y coopera a la virtud y a la felicidad […] y el resto de los bienes son humanos y pequeños y no son dignos de ser buscados con gran trabajo” (capítulo 8). Plutarco señala, en este breve escrito, que una educación integral es la gran herencia que los padres dejan a sus hijos. Y ahí los buenos maestros son fundamentales.
La instrucción y la sabiduría en el eje de la paideía
“La instrucción es lo único que en nosotros es inmortal y divino […] por encima de la gloria, la belleza declinante, la salud o la fuerza corporal” (capítulo 8). Todo caduca para Plutarco menos la razón y la palabra que son objeto de una atenta instrucción. La sabiduría –uno de los conceptos fundamentales de este escrito- comienza en el aprender a leer y escribir temprano. La sabiduría continua en la formación para declamar un poema y sostener un discurso bien argumentado. El resultado será la adquisición de una razón imperecedera y savia que “envejeciendo se rejuvenece y el tiempo, que arrebata todas las demás cosas, añade sabiduría a la vejez” (capítulo 8). Plutarco recomienda el trabajo arduo, evitar la ligereza, y lo fácil. Y entonces apela a la belleza de la obra bien hecha: “Pues es hermoso, en verdad, que no digan ni hagan nada a la ligera y, como dice el proverbio ‘las cosas bellas son difíciles’ (sentencia de Demóstenes)” (capítulo 9).
La paideía griega y las artes liberales
Nuestro autor, con este nivel de exigencia y en esta exaltación de la instrucción y la sabiduría, señala que es bueno que el niño “nacido libre no deje de oír y de ver ninguna de las disciplinas llamadas artes liberales, sino que estas ha de aprenderlas de corrido, como para gustar de ellas, pero ocuparse solícitamente de la filosofía […] cabeza principal de toda la instrucción” (capítulo 10). Recordémoslo: la filosofía moral es el fin. En este aprendizaje, cree Plutarco, que es oportuno alejarse de la monotonía y recomienda la variedad para “gustar” de las materias. Pide trabajo y, en paralelo, recomienda el arte de enseñar sin agobiar al estudiante sino deleitándolo con la amenidad de los distintos temas. Plutarco se propone que sus jóvenes estudiantes disfruten aprendiendo y amen la sabiduría.
La filosofía y el cuidado de las personas
Ahí en la filosofía y en la vida moral ha de gobernar el buen criterio, para saber “qué es lo bello y qué lo vergonzoso, qué es lo justo y lo injusto” […]. Y además aprender “que es necesario venerar a los dioses, honrar a los padres, respetar a los ancianos, obedecer las leyes, querer a los amigos, ser moderado con las mujeres, ser cariñosos con los hijos, no ultrajar a los esclavos; […] ni ser desenfrenados en los placeres ni bestiales en la ira” (capítulo 10). Plutarco considera que no solo es importante educar a los ciudadanos para los polis, para lograr que sean conocedores de las leyes, expertos en agricultura y capaces de recitar poesía, por ejemplo. La vida no se acaba en la instrucción: matemáticas, retórica, literatura, política, ciencias naturales, etc. Hay más, considera que la paideía debe contribuir a un profundo aprendizaje ético y de cuidado de las personas. En cualquier caso, Plutarco es eminentemente un moralista y en la cúspide de las artes liberales destaca la virtud, el cuidado de la familia y de los más próximos sobre la base de la moderación, la templanza y el autodominio.
Un pedagogo que va más allá de lo útil
Si nos fijamos en la escuela de hoy mismo, a partir de secundaria, las asignaturas se restringen a un currículum estrecho, rígido, a veces cientifista, radicalmente útil y orientado al mercado de trabajo y a la empleabilidad. Sin embargo, Plutarco, implícitamente desde la Antigüedad, nos podría estar señalando que la escuela actual se ha olvidado de la vida buena, de las humanidades, de los libros, de la contemplación, de la vida sosegada y la belleza que los griegos veneraban. Ahí añadirá nuestro autor, en favor de la vida serena, que los trabajos excesivos agobiarán y los trabajos moderados harán crecer la paz del alma (capítulo 12). Aprender no puede convertirse únicamente en una mera especialización práctica sino también en una dedicación gozosa. Plutarco nos propone una generosa paideía del espíritu.
Una disciplina prudente y los halagos infundados
Plutarco, en esta línea, es un firme defensor de una disciplina prudente y exenta de castigos físicos. No cree en una educación mecanicista de refuerzos y correctivos. Defiende una educación que “gusta” y templa el alma. Las alabanzas y los reproches son más útiles que los golpes y las injurias que pueden embotar la mente de la misma forma que los halagos infundados envanecen el corazón. Plutarco, en la educación familiar y escolar de los estudiantes, siempre busca el justo medio aristotélico (capítulo 12). Nuestro autor no cree en las golosinas educativas. La tan cacareada defensa de la “autoestima” en la actualidad nos lleva, desde la escuela, a llenar de lisonjas nada realistas el aprendizaje de muchos estudiantes que luego tropiezan con la realidad de sus limitaciones.
La dedicación de los padres y la memoria
Los padres, consecuentemente, deben permanecer atentos al trabajo de pedagogos y maestros sin olvidar la supervisión directa de los estudios de sus hijos. No deben conformarse con la mejor elección de estos profesores y, por consiguiente, ellos mismos deben convertirse en testigos oculares que supervisan los progresos de sus hijos. Y, para que estos progresos sean evidentes, señala nuestro autor, la memoria debe ser ejercitada por los estudiantes dado que es el “almacén de la educación pues el recuerdo de las actividades pasadas se convierte en un ejemplo de prudencia de las futuras” (capítulo 13).
El cultivo de la memoria ya entonces debía ser un tema candente. Si, como dice Plutarco, la memoria es el almacén de la educación, añadimos un argumento valioso para defenderla en el panorama educativo actual.
El aprendizaje narrativo y la imaginación moral
Además, es muy ilustrativo el magisterio de Plutarco pues recurre a menudo al aprendizaje narrativo –insertando sus enseñanzas en anécdotas e historias del pasado- con protagonistas como Sócrates y Platón que son ejemplo de continencia, prudencia y discreción ante los avatares de la vida. Ese es el objetivo: acostumbrar a los niños a decir la verdad y a actuar con justicia desde tradiciones, sucesos, anécdotas y relatos que además alimentan la imaginación moral. Más allá de la aridez de las puras normas Plutarco se apoya en los ejemplos de complejas vidas relatadas procedentes de la historia y la literatura.
Plutarco también duda
En un punto titubea Plutarco: no sabe si aprobar o rechazar la presencia de amantes en la vida de los niños. Entonces, ante la duda, se remite al inmediato pasado clásico de Sócrates, Platón, Jenofonte y Eurípides que aprobaron los amores masculinos. Finalmente termina admitiendo que “los mejores puedan besar a aquel de los bellos jóvenes que quieran” (capítulo 15). Lo acepta perplejo e indeciso, pero no se opone a esta realidad de la paideía.
La educación, ya escolar, de los adolescentes
Acabaremos hablando de la educación de los adolescentes (capítulo 16) que ya debe situarse en las escuelas más allá de la familia. Plutarco vuelve a reafirmarse en la defensa de la virtud, la sabiduría y el estudio de la filosofía y la poesía y la contención de las pasiones desatadas que en esta época de la vida acechan a todo joven. Y ahí enumera todos los excesos imaginables: el exceso en las comidas, los hurtos de los bienes paternos, las orgias o los amoríos adúlteros.
En esta tesitura Plutarco aconseja a los padres apartar a los hijos de los falsos amigos (los llama aduladores) y de los condiscípulos perversos que llevan a los hijos a la embriaguez, impudicia y despilfarro. Estos amigos interesados pueden desmontar toda la educación que los padres han construido desde la niñez para echar a perder “las naturalezas más virtuosas” de sus hijos (capítulo 17). Ahí aparece el tema de la amistad que luego tratará en otros opúsculos. Sin embargo, nuestro autor no apela nunca a la fuerza y al rigor con los hijos adolescentes. Plutarco apuesta por hacer atractiva la virtud y rechazable el vicio. Apuesta por educar por convicción y no bajo amenazas. En este sentido Plutarco aboga por el perdón y la exigencia mezclados con sabiduría: “Conviene que los padres combinen el rigor de sus reprensiones con la dulzura, y unas veces ceder a los deseos de los hijos y aflojar las riendas, y otras, por el contrario, volver a tirar de ellas” (capítulo 18). De nuevo regresamos al justo medio aristotélico en la defensa de una parentalidad (crianza) exigente y ponderada que nada tiene que ver con una educación permisiva e indolente o, en el extremo opuesto, cruelmente autoritaria.
Padres ejemplares
En una palabra, nuestro autor aboga por unos padres ejemplares, coherentes, presentes en la vida de sus hijos, de sus estudios, en la elección de sus amistades donde el ocio más digno (el otium cum dignitatem de Cicerón) sea una constante. Padres cuidadosos, trabajadores y cultos en aras a alcanzar la excelencia de sus hijos tarea, así la califica nuestro pedagogo, muy exigente. Y decimos padres y madres ahora explícitamente pues Plutarco menciona a una madre protagonista de la paideía, Eurídice, que, aunque era bárbara (procedente de la antigua Iliria que hoy es parte del occidente balcánico), “a una edad muy avanzada empezó su educación con vistas a la educación de sus hijos” (capítulo 20).
Dos conclusiones
Dos conclusiones, mutatis mutandis, cambiando lo que haya que cambiar, proporciona esta obra de Plutarco para nuestros días. Este opúsculo ayuda a los padres de hoy a reconocer en el día a día (elección de la escuela, seguimiento de los estudios, cultivo de la memoria, disciplina ponderada, etc.) las claves educativas del futuro de sus hijos. Un escrito clásico que también habla de la naturaleza humana (concepto muy repetido a lo largo de este opúsculo) que es perfectible a la luz de una razón, desde la virtud, si se saben discernir los preceptos de la ley natural.