Hoy he celebrado la misa votiva de San Juan de la Cruz. Algunos dirán que por qué si es sábado y es más propio hacerlo de la Virgen del Carmen. La respuesta es bien sencilla: para recordar el nacimiento del Carmelo Descalzo masculino. El 28 de noviembre de 1568 se celebra la primera misa en Duruelo, un lugar escondido entre Salamanca y Ávila, donde se funda en este día el primer convento de carmelitas descalzos. Allí empiezan una nueva vida, una nueva vocación, fray Juan de la Cruz, fray Antonio de Jesús y fray José de Cristo. ¡Sólo tres frailes en un rincón perdido donde no hay más que campos y ganados y pueblos cercanos alrededor que no tienen otra vida sino la del duro trabajo en el campo a pleno sol en el verano y el rigor de los hielos cuando llega lo más duro del invierno!
Para San Juan de la Cruz es un gran paso. Su vida es dura como la de las gentes que viven por los contornos. Sabe lo que es esta vida porque ha nacido y se ha criado muy cerca de Duruelo. Ha tomado una opción importante para su vida: ser fraile carmelita. Sabe que tiene vocación, se siente llamado por Dios a vivir como religioso pero lo que vive como fraile, un Carmelo que está desvirtuado, no le llena. Quiere algo más vivo, entregado y radical en el buen sentido. Pero no lo encuentra. Se pregunta: ¿Cuál es mi vocación? Ha descubierto su vocación como consagrado, pero ahora tiene que ver dónde vivir esa vocación, en qué orden religiosa. Lo pasa mal, se piensa ir a la Cartuja pero no termina de dar el paso. Se ordena sacerdote dentro del Carmelo y cuando va a celebrar su primera misa en Medina del Campo su vida cambia de modo sustancial porque Dios le pone el momento, la persona y casi el lugar para vivir su vocación, la vocación que llena su vida para siempre ¡Descubre cuál es su vocación! ¡Ser carmelita descalzo!
La Madre Teresa de Jesús cuando está en su convento de Medina del Campo se entera que un joven fraile carmelita viene de Salamanca para celebrar su primera misa en el pueblo donde ha vivido los últimos años y donde ha tomado el hábito y ha hecho el noviciado. Algo intuye la santa de Ávila y no se equivoca. Busca quien le llame para poder hablar a solas en el locutorio del convento recién fundado por ella. Los dos “se confiesan”, hablan en total intimidad y se dan cuenta que buscan lo mismo y es el momento de ponerlo por obra. La Madre Teresa ha fundado las carmelitas descalzas, ella ha vivido también en el Carmelo y el Señor le ha pedido algo más, dar un paso y fundar una nueva orden religiosa. Lo ha hecho y las chicas jóvenes de la zona van entrando en los conventos de Ávila y Medina. Pero le falta algo muy importante, le falta la rama masculina. ¡Necesita los frailes! Frailes que acompañen y guíen a sus monjas y prediquen y confiesen y lleven el amor de Dios allí por donde vayan.
El jovenzuelo de 25 años recién ordenado sacerdote pasa por un mal momento, difícil, de muchas dudas. Es fraile carmelita, pero la vida del convento no es lo que esperaba, Dios le pide una vida más entregada y en otro sentido. Quiere y busca la soledad, estar a solas con Dios, el tú a tú con ese Cristo que tantas gracias le regala. Piensa en irse a la Cartuja, al silencio, a la soledad y a la entrega total. Es como desaparecer del mundo y vivir solo para Dios. En esas se encuentra cuando viene a Medina. Se lo cuenta a esa monja que anda fundando conventos y ésta le dice que tiene la solución: ¡el Carmelo Descalzo! Tiene la idea, le faltan los frailes y la casa. Fray Juan se entusiasma con la invitación y le dice que se dé prisa que si no se va a la Cartuja. En eso quedan.
Y como Dios lleva la historia de cada uno todo llega a su tiempo y a su hora. Pocos meses después la santa de Castilla ya tiene casa y otro fraile, más tarde llega otro voluntario. ¡Todo preparado! Fray Juan deja el Carmelo de la Antigua Observancia y comienza a vivir el Carmelo Descalzo. Lo que Dios le pide y él discierne, descubre y acepta con toda generosidad. Su vida es otra y es para lo que había sido creado por el amor de Dios, para vivir la fundación del Carmelo Descalzo masculino con toda fidelidad, amor y fraternidad. ¡Es el momento en el que “nace” fray Juan de la Cruz!
Deja de ser fray Juan de Santo Matía para ser fray Juan de la Cruz, es noviembre, es el inicio del Adviento y es el tiempo perfecto para dejar a Dios obrar. ¡Y la obra llega a ser realidad! Una obra que lleva algo más de 450 años con vida; una obra que nace del corazón de una monja de clausura enamorada de Dios y del alma de un fraile que busca su vocación; una obra que nos invita a buscar siempre la voluntad de Dios. ¡Y una obra que tiene que seguir viva!
Hoy no he podido ir a Duruelo a celebrar la fiesta, pero he vuelto a pasearme por aquellos encinares que rodean el convento. Sí, he vuelto desde la oración, desde el recuerdo de mis Santos Padres Teresa de Jesús y Juan de la Cruz y desde ese dejar que sople con fuerza el viento del Espíritu que me ha llevado a poder pisar de nuevo esa “Tierra Santa” del Carmelo donde siempre que puedo vuelvo. Y hoy he vuelto