Hay noticias que siendo malas son buenas. O, mejor dicho, son auténticos “males menores”. Me refiero a la destitución por el Papa Benedicto XVI del obispo de Toowoomba, en Australia, por enseñar reiteradamente doctrinas contrarias a las del Magisterio de la Iglesia. No es una buena noticia que un obispo tenga que ser destituido, ni por herejías no por pederastia. La buena noticia es que un obispo –o un Papa- sea elevado a los altares como santo. Estoy seguro de que en esa diócesis muchos estarán sufriendo y no pocos católicos de buena fe estarán desconcertados. Se trata, pues, de una decisión quirúrgica: extirpar un miembro enfermo que está contaminando al conjunto del organismo y le está dañando. Y esto en sí –el valor para operar y el éxito de la operación- sí es una buena noticia.

Lo que hace falta es que cunda el ejemplo. Se ha hablado mucho de los escándalos sexuales del clero. Por desgracia son reales y no deberían haber existido nunca. Pero se ha hablado muy poco de otros escándalos, de los cuales también han sido víctimas preferentes los menores de edad: la mala formación transmitida a través de las catequesis parroquiales o en las clases de religión de los colegios católicos. Es cierto que ni todos los curas fueron pederastas –gracias a Dios sólo poquísimos cometieron ese pecado-, ni todos enseñaron herejías, pero en la crisis posconciliar abundaron los que, despistados, transmitieron su crisis personal a las personas que tenían a su cargo y les hicieron un daño irreparable. Si empezaran a llover reclamaciones millonarias por esa otra corrupción de menores –una corrupción ideológica, no física, pero corrupción al fin- no creo que hubiera dinero para pagarlo.

Lo que ha hecho el Vaticano debe considerarse un “aviso a navegantes”. El obispo no es un dios en su diócesis. Lo mismo que fue puesto puede ser quitado. No se trata, por supuesto, de reclamar una caza de brujas, pero sí de empezar a poner orden en las cosas. ¿Cómo es posible que un cura en España –por ejemplo- diga que ha pagado dos abortos a sendas mujeres, que su obispo no le haga nada y que a su obispo tampoco le haga nadie nada? ¿Cómo es posible que un jesuita publique un libro insultando horriblemente al beato Juan Pablo II y no le suceda nada? Hay cosas que deben cambiar, al menos en los aspectos más graves y llamativos. Confío y rezo para que el doloroso paso dado en Australia no tenga que repetirse, porque todos aprendan la lección aplicándose aquello de que “cuando las barbas de tu vecino veas pelar....”.

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