De nuevo voy a insistir en algo fundamental: el respeto a la vida humana. Como de costumbre, y aunque a algunos les parezca demasiada insistencia, voy a referirme a una nueva modalidad del aborto. Quiero que mis palabras reflejen el sentir de la Iglesia. Los católicos tenemos el deber de aceptar esa enseñanza. Después, cada uno que obre en conciencia.

De pequeño, recuerdo que me llamaba mucho la atención el hecho de que un huevo, en 21 días de incubación, se convertía en un pollito que podía ver, caminar, comer, oír... y recuerdo que me paraba a pensar, ya desde muy pequeño, sobre el misterio de la vida. Me asombraba ante él. Ya de muy pequeño.

De mayor, también he pensado mucho no sólo en la maravilla del ser humano, sino en su gestación. Concretamente, en la manera de modelarse dentro del seno materno, hasta que a los nueve meses de su concepción, podemos admirar la realidad de un nuevo hombre, el ser más importante del mundo. Uno queda maravillado y asombrado ante la nueva vida que ha aparecido en el mundo.

Cuando el óvulo ha sido fecundado, el nuevo ser se implantará en el útero, e irá evolucionando siempre con el mismo código genético que tiene desde el principio y que le distingue del padre y de la madre. Desde el óvulo sin fecundar hasta el óvulo fecundado se ha dado un salto cualitativo. Ya no se dará otro en el desarrollo de la vida que se ha iniciado.

En la actualidad estamos perdiendo el sentido de la admiración, y en vez de la admiración, aparece la instrumentalización de lo más importante del mundo que es el hombre. Lo peor es que no sólo se destruyen vidas humanas incipientes sino que se intenta justificar dicha destrucción. Como dice San Pablo: "los cuales, aunque conocedores del veredicto de Dios que declara dignos de muerte a los que tales cosas practican, no solamente las practican, sino que aprueban a los que las cometen" (Rom. 1, 32).

Hace algún tiempo está puesta a la venta la llamada “píldora del día siguiente” entre cuyos efectos está impedir la implantación en el útero, del óvulo ya fecundado. Por tanto, abortiva. Ha dicho la Conferencia Episcopal que “se trata de un fármaco que no sirve para curar ninguna enfermedad, sino para acabar con la vida incipiente de un ser humano. Su empleo es un método abortivo en la intención y en el efecto posible”.

El centro del problema en el caso de esta píldora como en cualquier aborto, está en “lo que es” un huevo fecundado. Recuerda la Conferencia Episcopal que “el óvulo fecundado ya es un ser humano, distinto de la madre”. Ser humano que se puede destruir tanto si se le impide la anidación (éste es el efecto de la píldora), como si se le expulsa una vez anidado. Algo así como un injerto, que se puede destruir tanto si no se implanta en el árbol, como si se arranca una vez implantado.

He leído que los mismos prospectos de la píldora dicen que es anticonceptiva en un 50% y en otro 50% anti-implantatoria; lo cual equivale a decir que en un 50% es abortiva.

Es claro que si el óvulo no ha sido fecundado no hay aborto. Pero ¿y si lo ha sido? Valga un ejemplo: ¿Se puede demoler una casa si hay un 50% de probabilidades de que haya dentro un niño?

Al condenar la Iglesia el uso de esa píldora, encima, es acusada de ser insensible al dolor que esta píldora puede evitar. También hay quien dice que como nadie está obligado a usarla, no se debe imponer el criterio de no emplearla a quienes no piensen lo mismo. Y como guinda, el Consejero de Sanidad de Andalucía dijo que no cabe ningún tipo de objeción de conciencia por parte de los farmacéuticos para no venderla. ¡Lo que faltaba! Un poco más de seriedad, queridos gobernantes.

El Estado, al permitir su venta, abdica de su responsabilidad de tutelar la vida humana. Con su uso, más que evitar embarazos no deseados; lo que se consigue es multiplicarlos al facilitar el aborto.

Si se habla de libertad para vender productos abortivos, ¿por qué no se venden libremente armas, drogas, venenos...? ¿Es que es menos grave vender píldoras para suprimir vidas humanas?

¿No habría que insistir desde la familia y desde la escuela hasta en la legislación y actuación estatal, en una formación seria en la castidad, en vez de cruzarnos de brazos ante tanta insistencia en el sexo libre y en el sexo seguro? ¿No es por ahí por donde debiéramos caminar en nuestra sociedad?

No quiero terminar esta reflexión sin dirigir una palabra a las mujeres, especialmente a las más jovencitas que pueden sentirse inclinadas a deshacerse de un hijo horas después de haberlo concebido. Y me dirijo a vosotras porque sois las que pagáis las consecuencias y las que más solas os encontráis a la hora de las grandes decisiones en que pueda estar en juego vuestro futuro.

No cedáis a la tentación. Mantened vuestra dignidad de cristianas y no juguéis de manera irresponsable con el sexo. Y si habéis fallado en esto, no deis otro paso más grave suprimiendo una vida que ya se ha iniciado en vuestro seno. Buscad ayuda, que la encontraréis, pero no matéis a un hijo. Y si habéis dado el paso de suprimir su vida, pedid perdón a Dios, siempre Padre misericordioso. Y, como dijo el Papa: “Podréis pedir perdón también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor” (EV. 99).

José Gea