Bueno, el descubridor en ningún caso, porque un descubrimiento requiere primero de un hallazgo, y en segundo lugar, de la difusión de ese hallazgo, sin la cual no hay descubrimiento. Por eso, ni Sánchez de Huelva, ni antes que él unos vikingos, o unos pescadores vascos, o gallegos, o escoceses, o hasta japoneses, aunque hubieran estado en América antes que la expedición colombina, habrían descubierto nada. En todo caso, y suponiendo que lo hicieran, habrían “estado” en América, pero de descubrir, nada de nada.

            Esto dicho, sí es legítimo en cambio preguntarse de qué información disponía Cristóbal Colón para conseguir que tantas personas de la más importante condición estuvieran dispuestos a darle audiencia y escuchar sus propuestas. A eso, es a lo que la historiografía da en llamar “el Secreto de Colón”.

            Pues bien, entre las muchas variantes históricas existente de ese “Secreto de Colón”, una lleva cierta ventaja sobre las demás: se trata de la teoría de la existencia de un “predescubridor”, -me gusta más la otra palabra con la que se le conoce, “prenauta”, pues descubrir, lo que se dice descubrir, y de acuerdo con lo que hemos dicho, no descubrió nada-, el cual habría estado en América antes que Colón, y que sería quien le habría dado mucha de la información que necesitaba para llegar a aquellas latitudes.

            La teoría del “prenauta” recibe cierta acogida desde tiempos muy tempranos. Tan pronto como en 1535 el autor de la “Historia General y Natural de las Indias”, Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), era quizás el primero en hacerse eco de la misma:

            “Quieren decir algunos que una carabela que desde España pasaba á Inglaterra cargada de mercadurías y bastimentos acaesció que le sobrevinieron tales é tan forzosos tiempos é tan contrarios, que ovo necesidad de correr al poniente tantos días que reconosció una ó más de las islas destas partes é Indias, é salió en tierra é vido gente desnuda de la manera que acá la hay, y que cesados los vientos que contra su voluntad acá lo trujeron, tomó agua, y leña para volver á su primero camino. Dicen más: que la mayor parte de la carga que este navío traía eran bastimentos é cosas de comer, é vinos, y así tuvieron con que se sostener en tan largo viaje é trabajo; é que después le hizo tiempo á su propósito y tornó á dar la vuelta, é tan favorable navegación le subcedió, que volvió á Europa, é fué á Portugal. Pero como el viaje fuese tan largo y enojoso, y en especial á los que con tanto temor é peligro forzados le hicieron, por presta que fuese su navegación les duraría cuatro ó cinco meses (ó por ventura más), en venir acá é volver á donde he dicho. Y en este tiempo se murió cuasi toda la gente del navio, é no salieron en Portugal sino el piloto con tres ó cuatro ó alguno más de los marineros, é todos ellos tan dolientes, que en breves días después de llegados murieron”.

            El cronista Francisco López de Gómara (1511-1559), en su obra titulada “Historia general de las Indias” del año 1552, persevera en la idea:

            “He aquí cómo se descubrieron las Indias por desdicha de quien primero las vio, pues acabó la vida sin gozar dellas”.

            El de Gómara sostiene que el buque iba de camino entre Canarias y Madeira, una singladura náuticamente hablando mucho más lógica que la que nos presenta Gonzalo Fernández de Oviedo proveniente de aguas inglesas, por ser aquella que proveen de manera natural los vientos atlánticos.

            Más tarde, Bartolomé de Las Casas (1488-1566), importante precursor de la Leyenda Negra Española como se sabe, en su obra “Historia de las Indias” terminada hacia el año 1561, se hace eco también de la teoría:

            “Díjose que una carabela o navío que había salido de un puerto de España y que iba cargada de mercadería para Flandes o Inglaterra, o para los tractos, la cual, corriendo terrible tormenta, y arrebatada de la violencia e ímpetu de ella, vino diz que, a parar a estas islas y que aquesta fue la primera que las descubrió”.

            Añadiendo estas palabras a modo de colofón:

            “Que esto acaeciese así algunos argumentos para mostrarlo hay”.

            El testimonio de De las Casas tiene el gran valor de tratarse de un autor claramente pro-colombino, gran admirador como era de la figura del Almirante, en el que cabe preguntarse por qué se habría hecho eco de una teoría tan poco favorable para con la persona del Almirante.

 

Inca Garcilaso de la Vega, "padre" de Alonso Sánchez de Huelva

 

            Obsérvese que los tres autores apenas hablan de una hipótesis, casi de una leyenda, y ni siquiera ponen nombre al protagonista de la misma. Hasta aquí pues, apenas la posibilidad de la existencia de un prenauta anterior a Colón, del que poco se sabe ni menos aún de los detalles de su singladura.

            El verdadero “padre” del “prenauta onubense” por nombre Alonso Sánchez de Huelva que da título a este capítulo es el escritor Gómez Suárez de Figueroa, más conocido como el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), quien en su obra “Comentarios reales de los Incas”, escrita en el año 1609, deja por escrito relatos que dice haber escuchado de los más viejos del lugar, añadiendo a la historia multitud de detalles.

            Para empezar, el Inca Garcilaso pone fecha al evento, 1484, es decir, ocho años antes del descubrimiento. Según él, se trataría de un comerciante que comerciaba con Canarias y Madeira, al que un día de 1484 un temporal habría arrastrado junto a diecisiete compañeros a un viaje de veintinueve días por tierras desconocidas, y de los que apenas cinco regresarían a la isla de Terceira, dónde el de Huelva se encontraría con un enigmático marino, por nombre Cristóbal Colón, a quien trasladaría toda la información sobre el extraño viaje que acababa de realizar.

            Como quiera que sea, la hipótesis-leyenda del prenauta Alonso Sánchez de Huelva recibe excelente acogida en la ciudad que le da nombre e hipotético nacimiento, Huelva, en la que tiene un monumento, obra del escultor León Ortega, así como calle, parque e instituto de enseñanza secundaria.

 

            ©Luis Antequera

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