Tengo que decir que he gozado con todo el ambiente vivido estos días en torno a la figura de  Juan Pablo II. Con su pontificado, con su magisterio, con su talante, con la grandeza de su entrega hasta la muerte, con su profunda identificación con la Divina Misericordia, con el Proceso de Beatificación, con la organización de los actos festivos y litúrgicos… Mi iglesia es Santuario de la Divina Misericordia, y en la Misa de este domingo, poco después de la proclamación de Beato, hemos entronizado una imagen suya, y el pueblo fiel, el pueblo sano y limpio de prejuicios, le ha obsequiado un aplauso. La Iglesia ha recibido estos días una verdadera lluvia de Gracia de Dios. Esta es la bella cara de un acontecimiento histórico.

            La cruz, aunque muy pequeña, la han puesto los progres de siempre con  Hans Küng a la cabeza. Los teólogos de la “liberación” nunca le perdonaron a Juan Pablo II que le corrigiera con autoridad sus tesis teologicosociales. Nunca le ha perdonado la izquierda política y doctrinal que destapara las mentiras del marxismo y contribuyera a vencer en los países del Este la concepción materialista de la vida. El esfuerzo ya iniciado por Pablo VI, y rematado por Juan Pablo II, de encarrilar la teología posconciliar hizo saltar muchas chispas, y los fieles seguidores de un enfoque radical de la doctrina cristiana, tratando de contraponer Evangelio con Magisterio, abrieron una brecha en la unidad de la Iglesia haciendo derivar la pastoral en paralelo a lo que llaman la Iglesia Oficial, en contraposición a la que consideran Iglesia real.

            Estos mismos tampoco “comulgan” con Benedicto XVI, aunque no hace mucho Hans Küng se entrevistara con él y hablaran amistosamente de teólogo a teólogo. Y están rabiosamente en contra del concepto católico de la santidad y, a pesar de predicar la caridad y la justicia, arremeten sin piedad contra los que no piensan como ellos. Ciertas canonizaciones nunca las han visto con buenos ojos, y la de Juan Pablo II tampoco.

            Pero todo ello no es más que un borrón en la gran plana, heroica y limpia, escrita para la historia por un Papa que dio la vida por defender el Camino, la Verdad y la Vida, que es el mismo Cristo. No podemos dar coces contra el aguijón. Yo me uno a la alegría del cielo y de la tierra por haber puesto oficialmente como ejemplo de vida al que ya lo era popularmente: al Beato Juan Pablo II.

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Juan García Inza