A continuación transcribo para Vds. la carta que con motivo de la beatificación hoy mismo del que fuera su predecesor en la silla de San Pedro, remite el Presidente francés Nicolas Sarkozy al Papa Benedicto XVI:
“En el momento en el que Su Santidad se dispone a beatificar al que fuera su predecesor, el Papa Juan Pablo II, deseo unirme al homenaje que le es rendido por todo el mundo con tal motivo. El recuerdo de su personalidad fuera de lo común ha marcado los espíritus no sólo por la intensidad de su fe, sino también por el papel fundamental que ha desempeñado en la Historia.
Defensor inquebrantable de la dignidad de los hombres y de los pueblos, incansable peregrino de la libertad, él contribuyó, con la sola fuerza de su mensaje, a transformar el mundo nacido de la Guerra Fría y a labrar el siglo que es el nuestro.
Amigo de Francia, el Papa Juan Pablo II la ha visitado en numerosas ocasiones. Las multitudes que le acogían a cada uno de sus desplazamientos testimoniaron el fervor, e incluso el afecto, con el que los franceses le obsequiaron.
Los franceses no olvidan las palabras devenidas históricas que pronunciara en su primera visita en 1980. No olvidan tampoco el coraje excepcional del que Juan Pablo II hizo gala para, con sus últimas fuerzas, consumar un último viaje a nuestro país en agosto de 2004.
Es en el recuerdo de este lazo estrecho, casi privilegiado, entre el Papa Juan Pablo II y Francia que le expreso, Santo Padre, en mi nombre y en el de mis compatriotas, nuestra cercanía en el momento en el que la Iglesia Católica se prepara para elevarlo al honor de sus altares.
Le ruego Santo Padre acepte, el homenaje de mi más profundo respeto y mis más fieles sentimientos,
Nicolás Sarkozy”.
Un simple ejemplo como otro cualquiera, de lo que es un gesto absolutamente normal en la escena internacional entre dos estados con relaciones diplomáticas y que, más allá de las diferencias puntuales que les puedan ocupar, se profesan amistad, en el momento en el que uno de ellos celebra un momento especial de su historia.
¿Habrá hecho algo parecido ese iletrado de la escena internacional que es el Iluminado de la Moncloa, empeñado en todo momento en manifestar con toda la grosería y el inmenso desconocimiento de las cosas que le caracterizan, el desprecio que le merecen las relaciones con la Santa Sede, como si de ello fuera a derivar algún beneficio para España o para su Gobierno?