¡Qué poco sería si los discípulos se hubieran alegrado solamente porque un ser querido siguiera viviendo! Sí, ciertamente eso fue motivo de gozo. Pero que Jesús viviera era más que un simple seguir viviendo.
Jesús es el viviente, es la Vida. Su vida tras la resurrección no es sin más una vida de creaturasin peligro de mortalidad. La vida del resucitado es la vida de un hombre que vive por siempre vida divina. Y esto es desde luego motivo de gran alegría.
Y los discípulos ven plenamente aquello para lo cual han sido creados, aquello que anhela el corazón de todo hombre. Lo oscuramente percibido en el interior de todos, lo vaga e imperfectísimamente bocetado por las religiones, está ante ellos. Aquí está la alegría del que se topa con la verdad, con que eso barruntado por todo hombre tiene un rostro. Y no sólo lo atisbado, el cumplimiento de lo prometido por Dios en los profetas se les hace presente.
Pero el cuerpo resucitado de Jesús no les pone solamente el gozo de la verdad, en ella el discípulo también es atraído por la belleza de la vida glorificada. Se da la alegría de la pregustación; la seducción de ese fin visible en el cuerpo de Jesús, aunque aún no alcanzado, felizmente se saborea anticipadamente.
Y la dicha de que el resucitado es el dador de esa vida. Él ha sido crucificado y ha vencido a la muerte para que nosotros resucitemos con Él. La alegría de que la plenitud es posible porque está por Él posibilitada.