Por qué los milagros en vida de Juan Pablo II no servirán para su canonización
En un esclarecedor artículo Diana R. García B. aclara que los milagros en vida de Juan Pablo II, que fueron muchos, no valen para la canonización. Es a partir de la Beatificación cuando se abre un proceso nuevo, que requiere nuevas pruebas. Los milagros son los testimonios del mismo Dios a favor de un siervo muerto en olor de santidad.
Miles de milagros han sido informados al Vaticano
Que Juan Pablo II vivió en la Tierra una vida de santidad, no nos cabe duda alguna. La vida del Papa se ha desarrollado ante los ojos de todos: «todo el mundo ha visto cómo ha muerto, todos somos testigos de sus virtudes heroicas», ha expresado el secretario de la Congregación para las Causas de los Santos, monseñor Edward Nowak. En palabras del cardenal portugués José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para la Causas de los Santos, «con Karol Wojtyla la santidad se ha hecho universal» .
Durante la Misa exequial de Juan Pablo II decenas de peregrinos exhibieron grandes mantas en las que se leía: «Santo súbito», que significa «santo ya» o «santo de inmediato». Al terminar la homilía del cardenal Ratzinger, miles de fieles de todas las naciones comenzaron a corear durante largos minutos: «Santo, santo, santo». Este acontecimiento tiene gran relevancia, pues si bien la Iglesia no es una democracia —es el Señor es el que decide, no nosotros—, bien podría decirse que una canonización es el proceso «más democrático» que Dios se ha inventado.
Santo es todo aquel que ha llegado al Cielo, pero no a todos los santos se les conoce ni se les llega a iniciar un proceso para determinar sus virtudes heroicas. Para iniciar una canonización —en sentido literal canonizar significa incluir un nombre en el canon o lista de los santos— es indispensable que sean los fieles, y no las autoridades eclesiásticas, los que sean movidos por Dios para considerar que una persona fallecida es santa, y que respalden dicha reputación de santidad demostrándole veneración mediante oraciones, uso de reliquias, solicitud de favores divinos por su intercesión, etc.
Sin embargo, la simple aclamación popular no es suficiente para declarar santo a alguien. Hoy se necesita que hayan transcurrido cinco años de la muerte de la persona antes de que sus virtudes o martirio puedan discutirse de manera oficial en la Iglesia. Tal vez parezca mucho tiempo; pero hasta 1917 el derecho canónico exigía que pasaran por lo menos cincuenta años. Lo que se pretendía entonces y lo que se pretende ahora es asegurar que la reputación de santidad de que goza un candidato es duradera y no llamarada de petate.
Refiriéndose a la percepción general que se tiene sobre Juan Pablo II, el director de la publicación Palabra, José Miguel Pero-Sanz, dice: «Cuando la Iglesia, desde la cabeza hasta el último fiel sostiene que alguien es santo, eso es asistido por el Espíritu Santo». Pero no todos piensan igual. Juan María Laboa, jesuita y profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas, teme que las peticiones de los fieles para canonizar al recién fallecido pontífice hayan sido fruto del «ambiente sentimental y entusiasta» del momento. Sin embargo, hay que considerar que este presbítero tiene una visión muy peculiar del asunto al considerar que ser santo o beato «no tiene tanta importancia». Y tiene razón en cuanto a que los santos no tienen ninguna necesidad de ser venerados; como dijera san Pablo, ellos han corrido ya la carrera y ganado la corona. Pero los que sí tenemos necesidad de los santos como intercesores y, sobre todo, como modelos de vida cristiana, somos los que aún peregrinamos en el mundo.
Por eso para Juan Pablo II declarar santo o beato a un cristiano no era una bagatela; esto se lee en el número 37 de la Tertio millennio adveniente: «En estos años se han multiplicado las canonizaciones y beatificaciones. Ellas manifiestan la vitalidad de las Iglesias locales, mucho más numerosas hoy que en los primeros siglos y en el primer milenio»; son «demostración de la omnipotente presencia del Redentor mediante frutos de fe, esperanza y caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido a Cristo en las distintas formas de la vocación cristiana».
Para que alguien sea declarado beato se requiere la realización de un milagro mediante su intercesión, y otro más antes de ser declarado santo. Un milagro, subraya el cardenal José Saraiva Martins, «es el sello con el que Dios garantiza que una persona está con Dios y que Dios está con esa persona, en comunión». Monseñor Di Ruberto, subsecretario de la Congregación para las Causas de los Santos, agrega que «es de importancia capital conservar la necesidad de los milagros en las causas de canonización porque constituyen una confirmación divina de la santidad de la persona invocada, al margen de posibles errores humanos», y es que «nosotros podemos equivocarnos, engañarnos; los milagros, en cambio, sólo Dios puede realizarlos, y Dios no engaña».
La lista de milagros atribuidos a Juan Pablo II es muy extensa. No cientos sino miles de ellos fueron informados a la Santa Sede inmediatamente después de que falleciera el Papa, y las nunciaturas apostólicas —la de México, por ejemplo— tienen en sus libros de visitas una buena cantidad de testimonios. Sin embargo, se trata básicamente de curaciones sobrenaturales ocurridas en vida del pontífice. Al respecto advierte Darío Chimeno, director de la revista Mundo Cristiano: «Los milagros en vida no sirven para nada», sólo para ratificar su fama de santidad. Y es que una canonización es un ejercicio estrictamente póstumo. La buena noticia es que la cuantificación de los milagros tras la muerte de Juan Pablo II comenzaron la misma noche de su fallecimiento; ahora sólo falta estudiarlos.
Además, con la dispensa de Benedicto XVI, ya no será necesario esperar hasta el 2010 para comenzar el proceso de Juan Pablo II. Monseñor Nowak se siente optimista, y no descarta la posibilidad de que en unos seis meses, durante el Sínodo de los Obispos de octubre, Juan Pablo II puede ser proclamado santo.
Algunos milagros papales «inservibles»
* El cardenal Francesco Marchisano, días después de la muerte de Juan Pablo II, testimonió: «Yo había sido operado de las carótidas y, por un error de los médicos, la cuerda vocal derecha había quedado paralizada, obligándome a hablar casi imperceptiblemente. El Papa me acarició el lugar de la garganta donde había sido operado, diciéndome que había rezado por mí. Después de algún tiempo volví a hablar regularmente».
* El secretario personal de Juan Pablo II, Estanislao Dziwisz, contó hace tres años que en 1998 un conocido suyo le pidió que permitiera a un amigo estadounidense muy rico y enfermo de cáncer asistir a la Misa del Papa en Castelgandolfo. El hombre se acercó a comulgar durante la Eucaristía. Dziwisz sólo después supo que el hombre ni siquiera era cristiano, sino judío. «Me llamaron algunas semanas más tarde para decirme que el tumor cerebral había desaparecido en unas horas», aseguró don Estanislao.
* En Colombia, la religiosa Ofelia Trespalacios, de 90 años, afirmó que hace 20 se curó de una enfermedad dolorosa e incurable en el oído que le afectaba el equilibrio. Se encontró con el pontífice en el Vaticano en 1985, en una audiencia que le ofreció a las religiosas de su comunidad. «Le dije: ´Santísimo Padre, quiero una bendición para que se me quite la enfermedad´. Me dijo que rezara, me dio la bendición y luego me tapó la cara con su mano. Desde entonces no volví a sufrir nada».
* En Irlanda, en setiembre de 1979, Bernhard y Mary Mulligan tuvieron una hija a la que un doctor había desahuciado. «Los riñones de su hija no funcionan. Ella morirá». La madre llevó a su hija hasta donde iba a pasar el Papa, quien sostuvo a la niña en alto. Al poco tiempo la pequeña sanó.
* Desde que nació y hasta los dos años de edad, la hoy adolescente Angélica María Bedoya padecía hidrocefalia y se encontraba en estado muy grave. Durante la visita del Papa a Paraguay, el entonces obispo de la diócesis de Caacupé, monseñor Demetrio Aquino (ya fallecido), la llevó ante el pontífice en la sacristía, antes de la Misa, y el Papa «tocó la cabeza de la niña y cerró los ojos para rezar por ella». La niña se curó.
* En 1980 Juan Pablo II saludaba a los niños, como era su costumbre. Stefanía Mosca tenía 10 años y sufría de autismo, por lo cual no hablaba y solía negarse a recibir alimentos. El Papa le dio un beso a la pequeña, que rápidamente se curó.
* Un terremoto ocurrido en 1980 provocó un accidente que dejó parapléjico, en silla de ruedas, a Emilio Ceconni. En 1984 el Papa posó las manos sobre la cabeza del joven que, pocos días más tarde, recuperó la movilidad total de sus piernas.
* Ese mismo año el Papa visitó Puerto Rico. Allí estaba Lucía, que a los 17 años sufría de ceguera. El Papa posó sus manos, y cuando la joven regresó a su casa, recobró la vista.
Fuente:
www.mariologia.org/vidasejemplaresmarianasjuanpabloii155.htm
Consulta:
www.youtube.com/watch