El Papa Francisco ha dedicado una catequesis a la Eucaristía como “memorial”. Es una palabra clave para entender la Santa Misa.
En el pueblo judío, la Pascua histórica se celebró una vez. Dios salvó al pueblo con el paso del mar Rojo, camino de la tierra prometida. Cada año los judíos de todos los siglos celebran la Pascua. Hacen presente aquel acontecimiento, con toda su fuerza, con la esperanza de la venida definitiva del Mesías.
La primera Eucaristía se celebró en una Cena Pascual judía. Terminaba la alianza antigua y comenzaba la Alianza Nueva y definitiva. “No es solamente un recuerdo, no, es más: es hacer presente aquello que ha sucedido hace veinte siglos. La eucaristía nos lleva siempre al vértice de las acciones de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido para nosotros, vierte sobre nosotros todo a la misericordia y su amor, como lo hizo en la cruz, para renovar nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Dice el Concilio Vaticano II: «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por el cual ‘Cristo, que es nuestra pascua, ha sido inmolado’»”.
Participar de nuevo en la Eucaristía es penetrar de nuevo en la acción salvadora de Jesús que por la fuerza salvadora de su espíritu nos envuelve en su amor: “A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos arrastra también a nosotros con Él para hacer la Pascua. En la Misa se hace Pascua. Nosotros, en la misa, estamos con Jesús, muerto y resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos el Él”.
En la Eucaristía, vivida con intensidad, Jesús nos libera del mal por su Espíritu y nos da la vida eterna: “Su sangre, de hecho, nos libera de la muerte y del miedo a la muerte. Nos libera no solo del dominio de la muerte física, sino de la muerte espiritual que es el mal, el pecado, que nos toma cada vez que caemos víctimas del pecado nuestro o de los demás. Y entonces nuestra vida se contamina, pierde belleza, pierde significado, se marchita. Cristo, en cambio, nos devuelve la vida; Cristo es la plenitud de la vida, y cuando afrontó la muerte, la derrotó para siempre… En la Eucaristía, Él quiere comunicarnos su amor pascual, victorioso. Si lo recibimos con fe, también nosotros podeos amar verdaderamente a Dios y al prójimo, podemos amar como Él nos ha amado, toda la vida”.
Entrar el misterio de la muerte y resurrección de Jesús es fortalecernos con su propia vida y posibilitar una entrega como la suya sin temor a nada ni a nadie. Como Él ha vencido, nosotros venceremos. También sobre la muerte.
Termina el Papa con un asunto repetitivo pero importante. La Eucaristía no es un espectáculo mundano. La entrega del Calvario se hace presente. “Cuando entramos en la Iglesia para celebrar la Misa pensemos esto: entro en el calvario donde Jesús da su vida por mí. Así desaparece el espectáculo, desaparecen las charlas, los comentarios y estas cosas que nos alejan de esto tan hermoso que es la misa, el triunfo de Jesús”.