Aleluya es una exclamación hebrea que se compone de dos palabras: “Hallelu” que quiere decir “alabad” y "Yah” que es abreviación de Yahvé, el nombre de Dios. Significa, por tanto, alabad al Señor, y mientras se invita uno a otro a alabarlo, ya lo está alabando: "Aleluya".
Es canto de júbilo, de fiesta y de alabanza. Tan querido es el canto del "Aleluya", que la palabra hebrea ha permanecido en su lengua original (como le pasa a "Amén").
"Aleluya" es la alabanza del pueblo de Dios a su Señor; "aleluya" es el cánto de júbilo por la liberación; "aleluya" es la expresión del corazón agradecido a Dios, que reconoce su intervención.
¡Aleluya!
Ese será el himno de la Jerusalén reconstruida, imagen y anticipo de la imagen del cielo y de la Iglesia celestial:
"Las torres de Jerusalén
serán reconstruidas
con zafiros y esmeraldas,
y sus murllas
con toda clase de piedras preciosas.
Las torres de Jerusalén
será edificadas con oro,
y sus baluartes con oro puro.
Las plazas de Jerusalén
serán pavimentadas con azabaches
y con piedras de Ofir.
Las puertas de Jerusalén
prorrumpirán en cantos de alegría.
Todos sus habitantes dirán: "¡Aleluya!
¡Bendito sea el Dios de Israel!"
Y los elegidos bendecirán
su nombre santo ahora y por los siglos" (Tob 13, 17c18).
La alegría en el Señor y la alabanza son una expresión normal en la fe de Israel que la Iglesia asumió. Ahí están, por ejemplo, los salmos aleluyáticos, llamados así porque empiezan con la palabra "Aleluya" y modulan el canto entero mediante la alabanza. ¡Alabad al Señor! "¡Aleluya! ¡Alabad el nombre del Señor, alabadlo, siervos del Señor..." (Sal 134); "¡Aleluya! Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Dad gracias al Dios de los dioses, porque es eterna su misericordia..." (Sal 135).
Y, sobre todo, los salmos aleluyáticos que cierran el Salterio:
"¡Aleluya! Alaba, alma mía al Señor, y todo mi ser a su santo nombre..." (Sal 145).
"¡Aleluya! Alabad al Señor que la música es buena, nuestro Dios merece una alabanza armoniosa" (Sal 146).
"¡Glorifica al Señor, Jerusalén!... Con ninguna nación obró así ni les dio a conocer sus mandatos. Aleluya" (Sal 147).
"¡Aleluya! Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto, alabadlo todos sus ángeles" (Sal 148).
"¡Aleluya! Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles" (Sal 149).
"¡Aleluya! Alabad al Señor en su tiempo, alabadlo en su fuerte firmamento" (Sal 150).
El Aleluya será el gran canto pascual de la Iglesia. En razón del triunfo del Señor resucitado, la Iglesia alaba al Señor, ¡aleluya!, y lo hace trayendo hasta este tiempo nuestro el canto triunfante de la Iglesia del cielo. Más aún, el Aleluya que aquí entonamos es sólo un reflejo del verdadero "Aleluya" que resuena en las moradas celestiales. Humildemente, en este peregrinar, la Iglesia terrena se une a la Iglesia del cielo cantando el Aleluya.
Sabe, al entonarlo aquí y ahora, que está ya anunciando el triunfo definitivo del Señor sobre todas las cosas.
Sabe, al cantarlo aquí, en la liturgia terrena, que la victoria es de Cristo, al final de los tiempos, como Alfa y Omega, Señor y Juez de la historia.
Sabe, al cantarlo aquí, en la celebración litúrgica, que este Aleluya es un estímulo y un aliento para caminar hacia el cielo, aguardando la victoria definitiva de su Señor.
Solemne e impresionante el canto del Aleluya en Ap 19. Una inmensa muchedumbre con voz potente, canta: "Aleluya. La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios... Y por segunda vez cantaban: Aleluya... Cayeron entonces rostro a tierra los veinticuatro ancianos y lo scuatro seres vivientes y adoraron a Dios que está sentado en el trono, diciendo: ¡Amén! ¡Aleluya!" (Ap 19, 1-4).
Es una alabanza eterna, celestial, un tributo de adoración: "¡Aleluya!... Han llegado las bodas del Cordero. Está engalanada la esposa, vestida de lino puro, brillante" (19,7-8).
El aleluya es el canto nuevo -¡un cántico nuevo!- que sólo pueden cantar los que han nacido, por la muerte y resurrección de Cristo, a la vida nueva de los hijos de Dios, anticipando la vida eterna.
El aleluya es un canto de triunfo, de victoria: Cristo y los que creen en El han vencido a la muerte, a la tristeza y al pecado. Han comenzado a vivir de verdad. Todo es nuevo. ¡¡Todo es nuevo!! El Señor todo lo hace nuevo y recrea el mundo y al propio hombre en imagen suya.
El aleluya es un himno de alabanza a la grandeza y poder de Dios el cosmos entero proclama la alabanza del Señor.
La liturgia romana nos priva del Aleluya durante la Cuaresma, para entonarlo con júbilo en la Vigilia pascual. Hay incluso un rito para el Aleluya en la Vigilia. El diácono se acerca al Obispo y le dice: "Reverendisimo Padre: os anuncio una gran noticia: el Aleluya", "Reverendissime Pater, annuntio vobis gaudium magnum, quod est Alleluia" (Caeremoniale 352).
Desde entonces el Aleluya resuena constantemente: en el inicio del Oficio divino (Dios mío, ven en mi auxilio), en las antífonas de cada salmo ("Cristo ha resucitado y con su claridad ilumina al pueblo rescatado con su sangre. Aleluya") y de los cánticos evangélicos (Benedictus, Magnificat, Nunc dimittis). Aleluya también en las antífonas de entrada y de comunión en la Santa Misa; Aleluya como posible respuesta al salmo responsorial o añadir "Aleluya" al versículo (por ejemplo ayer: "La misericordia del Señor llena la tierra. Aleluya"). Y Aleluya, cantado, ojalá cada uno de los cincuenta días, para recibir a Cristo en su Evangelio.
¡Aleluya!
¡Es la Pascua! ¡Alabad al Señor!, porque Él ha resucitado.
"En la solemne Vigilia Pascual vuelve a resonar, después de los días de la Cuaresma, el canto del Aleluya, palabra hebrea universalmente conocida, que significa "Alabad al Señor". En los días del tiempo pascual esta invitación a la alabanza va de boca en boca, de corazón en corazón. Resuena a partir de un advenimiento absolutamente nuevo: la muerte y resurrección de Cristo. El aleluya alcanza su apogeo en los corazones de los primeros discípulos, y discípulas de Jesús en la mañana de Pascua en Jerusalén… Casi parece escuchar sus voces: la de María de Magdala, que por primera vez vio al Señor resucitado en el jardín del Calvario; las voces de las mujeres, que Lo encontraron mientras corrían, asustadas y felices para llevar a los discípulos el anuncio de la tumba vacía, las voces de los dos discípulos, que se encaminaban a Emaús, con la cara triste y que en la noche regresaron a Jerusalén llenos de alegría después de haber escuchado su palabra y haberlo reconocido “en la repartición del pan”, las voces de los once Apóstoles, que esa misma noche lo vieron aparecer en medio de ellos en el cenáculo, mostrar las heridas de los clavos y la lanza y decirles: “La paz sea con vosotros”. Esta experiencia ha inscrito de una vez y para siempre el aleluya en el corazón de la Iglesia!" (Benedicto XVI, Regina Coeli, 24-marzo-2008).
Sea el Aleluya una expresión de la propia espiritualidad, sea un modo de vivir, sea una forma de estar ante el Señor y vivir su Misterio en la liturgia:
"Queridos hermanos y hermanas, dejemos que el Aleluya pascual se imprima profundamente en nosotros, de modo que no sea sólo una palabra, sino la expresión de nuestra propia vida: la existencia de la persona que invita a todos a alabar al Señor y lo imitemos con muestro comportamiento de “resucitados”" (ibíd.).