Otra de las cuestiones en que está insistiendo la corriente "Somos Iglesia" es el celibato opcional del sacerdote. Lo están repitiendo constantemente. Que la Iglesia no respeta la libertad de quienes tienen vocación al sacerdocio, pero no al celibato, que si sería mejor para la solución del problema vocacional, que si el sacerdote tendría un mejor equilibrio psíquico... De ahí, la presente reflexión.
Por la vocación sacerdotal Jesús llama a los que quiere, no para el celibato, sino para continuar su sacerdocio. Lógicamente, como en toda imitación de Jesús, los llamados deben tender a vivir su sacerdocio con la mayor perfección posible, como deben vivirse todas las virtudes, es decir, imitando la manera de vivirlo Jesús. En otras palabras, Jesús envía al sacerdote para que ejerza su mismo sacerdocio con la misma intensidad con que Él lo vivió. Es aquí donde el celibato encuentra su razón de ser. Lo que pasa es que, normalmente, tenemos la tendencia a suavizar las exigencias tanto del sacerdocio como de la misma vida cristiana. Sin radicalidad.
El punto clave al hablar del celibato no es si ha de ser obligatorio u opcional. El celibato consiste, sencillamente, en aceptar las exigencias del sacerdocio ya que hay que vivirlo al estilo de Jesús, no puede haber, de entrada, sacerdotes de primera y de segunda, los dedicados en exclusiva y los dedicados a media jornada.
Si a nadie extraña que en la sociedad civil haya cargos que requieren dedicación exclusiva, de manera que los que los desempeñan no pueden dedicarse a otra profesión, tampoco debe extrañar que la Iglesia pida a los sacerdotes dedicación exclusiva para que lo ejerzan plenamente y sin condicionamientos.
Vocación al celibato en sí, no la hay; el celibato supone una liberación de todo lo que pueda impedir estar totalmente libres para el ejercicio del sacerdocio. No consiste en renuncias al matrimonio, sino a renunciar incluso al matrimonio. Cuando alguien acepta la llamada al sacerdocio ya sabe a qué se compromete, a tratar de vivirlo radicalmente como se debe vivir cualquier otra virtud cristiana. Tampoco se puede decir que la Iglesia imponga la dedicación en exclusiva y para siempre al propio cónyuge, en la administración del matrimonio. Los que lo contraen podrían decir que tienen vocación al sacramento pero no a su perpetuidad. Es cuestión de coherencia. La grandeza y belleza del sacerdocio, como participación del sacerdocio de Jesús como raíz de toda su vida, es lo que debiéramos presentar con nuestras vidas al estilo de la de Jesús y, en nuestro contacto con la gente joven.
Los sacramentos que imprimen carácter asumen toda la realidad personal de quien los recibe y la orientan a la realización de lo que el sacramento significa. El bautismo y la Confirmación orientan a la persona a vivir como hijo de Dios y como testigo de Jesús, de manera que no hay nada en el bautizado y en el confirmado que no esté orientado a la vivencia de estos sacramentos. En ambos hay una exigencia de vivir la filiación y el testimonio con la mayor perfección posible. No hay medias tintas ni reducción de exigencias para vivirlos en plenitud.
Lo mismo sucede con el sacramento del orden sacerdotal, que también imprime carácter. Si por el sacramento se recibe el mismo sacerdocio de Cristo, es toda la persona del sacerdote la que debe estar orientada a la vivencia del mismo que en los otros dos sacramentos. Y la perfección en su vivencia está en la exclusividad de la dedicación. Ni matrimonio, ni negocios, ni actividades de cualquier tipo recordemos aquello de San Pedro cuando la institución de los diáconos, nada debe apartarle de la entrega incondicional a hacer presente a través de él a Cristo sacerdote enviado a salvar a todos los hombres. En esto consiste el celibato. En resumen, que si todos los actos del sacerdote son sacerdotales, toda su vida debe orientarse en exclusiva a la vivencia del sacerdocio.
Hay quienes hablan de las iglesias orientales en las que se pueden conferir el sacerdocio a personas casadas. No entro en el enjuiciamiento de esta situación, aunque pienso que deberían ser más bien los orientales quienes deberían avanzar hacia el ejercicio del sacerdocio en plenitud por medio del celibato
También algunos dicen que en la primitiva Iglesia, eran ordenadas personas casadas. De hecho, había obispos y sacerdotes que eran casados. Es posible que hubiese algún apóstol casado, aunque de hecho no aparece en el Nuevo Testamento ninguna esposa ni hijos de ninguno de ellos; sólo se nos habla de la suegra de San Pedro, pero nada se dice de si vivía, o no, su mujer cuando Jesús lo llamó.
Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que la Iglesia ha ido descubriendo la grandeza del celibato como manera de ejercer el sacerdocio, hasta decidir conceder el sacerdocio sólo a quienes estuviesen dispuestos a vivir en celibato.
José Gea