Y el santo, como una catequesis encarnada, al explicar las verdades eternas y las presentes con su vivir, no sólo toca el Cielo, si no que nos lo baja, nos lo alcanza. Y lo que parecía lejano, invisible, a veces irreal, se nos hace presente y tocable. Así son los santos y así son, especialmente, los santos universales, esos santos donde el pasar del tiempo les aumenta la gloria, la admiración y la cercanía. Y es que la sabiduría popular no anda muy lejos de cierta constatación: que el santo universal no lo es porque agrade a muchos, sino que agrada a muchos por cuanto es modelo especial que Dios ha querido para esos tiempos. La sensibilidad de muchos evidencia un motivo especial, una enseñanza a destacar, un porqué comprensible. Y así, de estos últimos tiempos, emergen con fuerza creciente tres santos de un modo especial: santa Teresita de Lisieux, santa Faustina Kowalska y el padre Pío. Y los tres, dentro de sus grandes diferencias vitales y culturales, son luz para los tiempos presentes.
Y así la noche oscura de Teresita, en su confiada infancia espiritual, contrasta con el engreimiento actual del hombre -dios de si mismo y constructor único de la ciudad terrena-. En ella, en Teresita, el hombre pequeño y miserable -ante un mundo que oprime la medianía, el fracaso, la debilidad- descubre que su debilidad es amada por Dios, y deseada, porque en esa debilidad Dios se recuesta y encuentra su acomodo.
Y la vida asombrosa del padre Pío que, unido a la cruz mística de Cristo -especialmente renovada en la Misa- hace visible que Dios tiene poder, que Dios actúa, que Dios no nos ha dejado abandonados en la tierra, sino que nos busca, permitiendo que un hombre unido al dolor de Cristo, renueve la esperanza de un mundo desesperanzado y alcance misericordia para el que no lo merece. Y que sin la santa Misa, nada se puede, nada se mantiene, ni siquiera el mundo mismo se sostendría.
Son santos universales, pero también necesarios. En estos tiempos en que Satanás criba con tanta facilidad a los cristianos –así lo ha reconocido recientemente el santo Padre Benedicto XVI, abofeteando elegantemente ese peligroso optimismo destructor- estos 3 grandes santos nos vuelven a recordar la urgencia de Dios. Urgencia olvidada y alentada por unos años en que despertábamos siempre con noticias de avances, mejoras, enriquecimiento, beneficios, donde lo peor no parecía tener cabida. Pero santa Faustina, como fiel secretaria de la divina Misericordia, no se acobardó de reflejar en su diario: A nuestro Señor llegaremos y si no queremos pasar por su Misericordia, pasaremos por su Justicia. Es esta la hora de la Misericordia para el mundo, pero si la sigue resistiendo, dura será la hora de la Justicia. Y si eso ocurre –que es lo que el día a día del odio a la fe parece confirmar- de nuevo estos tres grandes santos estarán como lumbrera llenando de confianza: pegados a la cruz de Cristo, confiemos en Él.
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