FORTES IN FIDE… Michal Kozal nació el 25 de septiembre de 1893 en Nowy Folwark, pequeña población cercana a la ciudad de Krotoszyn. Su familia, fervientemente piadosa, era de condición humilde. A los 21 años entró en el seminario de Poznan. Continuó sus estudios en el Seminario de Gniezno, diócesis en la que fue ordenado sacerdote el 23 de febrero de 1918.
Es enviado como vicario a un pequeño pueblecito en el que se dedicó con una entrega inusual, junto a las otras tareas parroquiales, a dirigir organizaciones y movimientos juveniles. En 1923 se le nombra Prefecto del Liceo Católico de Bydgoszsc. Experto catequista y pedagogo, en 1927 pasa a ser Director Espiritual del Seminario Diocesano de Gniezno. Durante doce años forjó los corazones de aquellos jóvenes que se preparaban para ser futuros sacerdotes, y a los que aleccionaba al martirio cristiano.
El Venerable Juan Pablo II publicó el 18 de mayo de 2004 su tercer libro con el título: “¡Levantaos! ¡Vamos!”. Es un texto autobiográfico, que ayuda a entender a fondo algunos aspectos del pensamiento, de la actividad y del estilo de este Papa. La sexta parte la titula “El Señor es mi fuerza”.
Sobre el tema de la valentía se recogen en el libro algunas afirmaciones del cardenal Wyszynski. Citamos las de la página 163: “Para un obispo, la falta de fortaleza es el comienzo de la derrota”; “La falta más grande del apóstol es el miedo”. Para Karol Wojtyla, un obispo “con Dios en el corazón y rodeado de sus sacerdotes y fieles", debe tener la valentía de afrontar los desafíos que implica nuestra época. Así lo hizo él: ni siquiera las balas que le dispararon lo detuvieron o lo atemorizaron. En esta parte también podemos leer este breve capítulo:
Sobre el tema de la valentía se recogen en el libro algunas afirmaciones del cardenal Wyszynski. Citamos las de la página 163: “Para un obispo, la falta de fortaleza es el comienzo de la derrota”; “La falta más grande del apóstol es el miedo”. Para Karol Wojtyla, un obispo “con Dios en el corazón y rodeado de sus sacerdotes y fieles", debe tener la valentía de afrontar los desafíos que implica nuestra época. Así lo hizo él: ni siquiera las balas que le dispararon lo detuvieron o lo atemorizaron. En esta parte también podemos leer este breve capítulo:
MARTYRES, LOS MÁRTIRES
“¡Cruz de Cristo, te alabo,
que por siempre se te alabe!
De ti viene el poder y la fuerza,
en ti está nuestra victoria”.
Nunca me he puesto la cruz pectoral de obispo con indiferencia. Es un gesto que hago siempre con la oración. Desde hace cuarenta y cinco años, la cruz está sobre mi pecho, junto a mi corazón. Amar la cruz quiere decir amar el sacrificio. Los mártires son modelos de este amor como, por ejemplo, el obispo Michal Kozal, consagrado obispo el 15 de agosto de 1939, dos semanas antes de estallar la guerra. No abandono a su grey durante el conflicto, aunque fuera previsible el precio que tendría que pagar por eso. Perdió la vida en el campo de concentración de Dachau, donde fue ejemplo y apoyo para los sacerdotes prisioneros como él.
En 1999 tuve el gozo de beatificar a 108 mártires, víctimas de los nazis, entre los que había tres obispos: el arzobispo Antoni Julian Nowowiejski, ordinario de Plock, su auxiliar, monseñor Leon Wetmanski, y monseñor Wladyslaw Goral, de Lublin. Con ellos fueron elevados a la gloria de los altares sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. Es significativa esta unión en la fe, en el amor y en el martirio entre pastores y la grey, reunidos en torno a la cruz de Cristo.
Un modelo muy conocido de sacrificio de amor en el martirio es san Maximiliano Kolbe. Dio su vida en el campo de concentración de Auschwitz, ofreciéndose por otro prisionero al que no conocía, un padre de familia.
Hay también otros mártires más cercanos a nuestros días. Recuerdo con emoción los encuentros con el cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân. En el memorable Año Jubilar predicó los ejercicios espirituales para nosotros en el Vaticano. Al darle las gracias por las meditaciones que nos había dirigido, dije: “Habiendo sido él mismo testigo de la cruz durante los largos años de cárcel en Vietnam, nos ha contado frecuentemente hechos y episodios de su dolorosa detención, fortaleciendo así nuestra certeza consoladora de que, cuando todo se derrumba alrededor de nosotros y tal vez también dentro de nosotros, Cristo sigue siendo nuestro apoyo indefectible” (Texto publicado en L´Osservatore Romano).
Podría recordar todavía a tantos obispos valientes, que con su ejemplo señalaron el camino a otros... ¿Cuál es su secreto común? Pienso que sea la fortaleza en la fe. La primacía que se ha dado a la fe durante toda la vida y en toda la actividad, a una fe valerosa y sin miedos, a una fe acrisolada en las dificultades, pronta a responder con generosidad toda llamada de Dios: fortes in fide...
Hasta aquí lo escrito por el Papa Juan Pablo II.
MICHAL KOZAL, "MODELO DE HOMBRE RECTO Y DE SACERDOTE CATOLICO"
Es enviado como vicario a un pequeño pueblecito en el que se dedicó con una entrega inusual, junto a las otras tareas parroquiales, a dirigir organizaciones y movimientos juveniles. En 1923 se le nombra Prefecto del Liceo Católico de Bydgoszsc. Experto catequista y pedagogo, en 1927 pasa a ser Director Espiritual del Seminario Diocesano de Gniezno. Durante doce años forjó los corazones de aquellos jóvenes que se preparaban para ser futuros sacerdotes, y a los que aleccionaba al martirio cristiano.
El 12 de junio de 1939, Pío XII lo nombró Obispo auxiliar de Wloclawek. Dieciocho días antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial recibe la consagración episcopal en la catedral de Wloclawek. La mitra que recibió no era sino prefiguración de la misma corona de espinas, que sobre la cabeza de nuestro Señor Jesucristo colocaron los soldados de Pilato. Su servicio pastoral sólo duró veintidós meses, durante los cuales se constituyó defensor y libertador de la fe. Permaneció como único Pastor presente en la diócesis, no obstante las invitaciones que se le hicieron para huir ante la avanzada alemana. Dos semanas después su diócesis fue escenario de crueles combates bélicos, siendo posteriormente ocupada por los ejércitos alemanes.
El 7 de noviembre de 1939, a través de una maniobra puntual, el obispo Kozal es arrestado junto con cerca de 350 sacerdotes de la diócesis, profesores y alumnos del Seminario. De todos ellos 220 sacerdotes morirían en el campo de concentración de Dachau.
Nótese bien; los invasores sabían perfectamente que para destruir eficazmente a Polonia era necesario, ante todo, destruir a la Iglesia. Y ésta fue la causa por la que en 1939, los primeros condenados a los campos de concentración fueron los obispos, los sacerdotes, en compañía de los universitarios, de profesores y de representantes de la cultura creadora.
Nótese bien; los invasores sabían perfectamente que para destruir eficazmente a Polonia era necesario, ante todo, destruir a la Iglesia. Y ésta fue la causa por la que en 1939, los primeros condenados a los campos de concentración fueron los obispos, los sacerdotes, en compañía de los universitarios, de profesores y de representantes de la cultura creadora.
"La Iglesia de Polonia no olvida jamás los sacrificios enormes realizados por los obispos y sacerdotes, los dirigentes laicos y espirituales de nuestra vida y de nuestra cultura religiosa. En primer lugar, recordamos a obispos como Nowowiejski, Kozal, Wetmanski, Goral, y el padre Kolbe al frente de ellos. Entre las víctimas se encuentran millares de sacerdotes. Muchos encontraron la muerte en los campos de concentración... En total fueron diez los obispos polacos asesinados en los campos de concentración nazi" De la Carta Pastoral de los Obispos Polacos con motivo del trigésimo aniversario de la declaración de la Segunda Guerra Mundial. Ecclesia, 21 febrero 1970 (nº 1.480).
Encarcelados primero en la prisión de la ciudad de Wloclawek; se les trasladó posteriormente al convento de los Padres Salesianos en Lad, sobre el río Warta.
“En las manos de Dios -escribió Kozal desde Lad- he abandonado la suerte de mi vida; y así me encuentro muy bien”.
El 26 de agosto de 1940, a excepción de un pequeño grupo de sacerdotes ancianos entre los que se encontraba el Obispo, todos fueron deportados al campo de concentración de Sachsenhausen-Oranienburg, a treinta kilómetros al norte de Berlín. Michal Kozal, permanentemente esposado como si se tratase del mayor delicuente, recorriendo un camino diferente, pasó por Berlín, hacia Dachau, última estación para todos aquellos que habían seguido formando un mismo presbiterio en la iglesia salesiana de Lad.
El 3 de abril de 1941 llegaba el último grupo, el del Obispo, al campo de concentración de Dachau. Monseñor Michal Kozal, obispo auxiliar de la diócesis de Wloclawek, había dejado de existir: su nombre y su condición de Príncipe de la Iglesia allí no le servían para nada. Ahora era un número, sencillamente un número: el 24.544.
Aquellas jornadas se presentaban tremendamente dolorosas; pero cualquier movimiento que conllevase presentarse como dudoso, provocaría un enorme daño entre los que le rodeaban. No podía convertirse en aliado de sus enemigos, tenía que mostrarse enormemente poderoso para animar incondicionalmente a sus hermanos de presbiterio, a sus seminaristas, a todos los hombres que compartían su misma desgracia.
A lo largo de los tres años en que permaneció como prisionero de Dachau, se preocupó solícitamente por atender la dirección espiritual de los sacerdotes. Era un modelo íntegro de confianza en la Providencia Divina; maestro en aceptar el dolor; signo de esperanza y de caridad; con su proceder se confirmó como el Obispo de los afligidos y de los oprimidos a causa de la fe.
El obispo Kozal sacaba fuerzas de flaqueza de la oración y principalmente de su piedad eucarística. Así caminó, tanto en los días de su ministerio sacerdotal como en los días de calamidad. Cuando podía distribuía ocultamente el Pan eucarístico a los prisioneros. Les exhortaba diciéndoles: “Os doy el don más grande, a Jesús Eucaristía. Dios nos acompaña. Dios nunca nos dejará”.
El invierno de 1942-1943 señaló el tiempo de la muerte del Obispo. Enfermó gravemente a consecuencia de contraer el tifus, y se le trasladó a una sección especial. Había caminado por su propio Vía Crucis acompañando en todo instante al Divino Maestro, dando ejemplo, de palabra y de obra, a los otros sacerdotes... Tumbado en aquellos jergones del barracón destinado a los enfermos terminales, recordaría la muerte del padre Tito Brandsma, asesinado unos meses antes tras serle inyectado ácido en sus venas. Recordaría uno por uno los nombres de todos aquellos que junto a él fueron deportados; de los que pudieron escapar de la Gestapo; de cada uno de los rostros enfermos y demacrados que deambulaban por el campo de concentración como muertos vivientes...
Todavía no había cumplido los cincuenta años, pero va a consumar su ardiente deseo de morir mártir, de ser víctima ofrecida en holocausto por todos los que aún quedaban sujetos a esa máquina infernal y destructora puesta en marcha por mentes febriles.
El 26 de enero, festividad de San Policarpo de Esmirna, el obispo Michal Kozal fue asesinado con una inyección. Su cuerpo, como era costumbre, fue quemado en el horno. Su cuerpo desaparecía incluso materialmente, pero para todos los prisioneros, y especialmente para los sacerdotes, su testimonio de santidad siempre había sido evidente.
Aquel día unió sus labios a los del mártir San Policarpo para recitar junto a él las palabras que muchos siglos antes pronunciase el Santo Obispo de Esmirna:
Señor, Dios todopoderoso, Padre de nuestro amado y bendito Jesucristo, Hijo tuyo, por Quien te hemos conocido: te bendigo, porque en este día y en esta hora me has concedido ser contado entre el número de tus mártires, participar del cáliz de Cristo y, por el Espíritu Santo, ser destinado a la resurrección de la vida eterna en la incorruptibilidad del alma y del cuerpo. ¡Ojalá que sea yo también contado entre el número de tus Santos como un sacrificio enjundioso y agradable, tal como lo dispusiste de antemano, me lo diste a conocer y ahora lo cumples, oh Dios veraz e ignorante de la mentira!
Verdaderamente, aquel 26 de enero de 1943, pasó a ser contado entre el número de los mártires y a participar del Cáliz de Cristo. El 14 de junio de 1987 el Papa Juan Pablo II, durante su visita apostólica a Polonia para clausurar el Congreso Eucarístico Nacional, proclamó Beato al Siervo de Dios Michal Kozal, figura luminosa del cristianismo polaco durante la primera mitad de este siglo.