Antes de entrar en las reflexiones sobre el Viernes Santo y la Cruz, tengo que recordarles cariñosamente que el Viernes Santo también es el día que se realiza la colecta pro Tierra Santa.
Seamos generosos con nuestros hermanos de Tierra Santa. Ellos son las piedras vivas que vivifican el cristianismo perseguido y repudiado en la misma Tierra del Señor. La labor de la Custodia Franciscana de Tierra Santa es inmensa. Los franciscanos de Tierra Santa son verdaderos héroes desconocidos por la mayoría de los católicos. Si pueden, visiten su página Web y disfruten de la cercanía de estos hermanos tan queridos.
Se siente conmovido ¿Quiere ayudar? Pónganse en contacto con el Centro de Tierra Santa en Madrid. Fr. Teodoro les guiará hacia las Comisarías de Tierra Santa y Asociaciones de Amigos más cercanas. No dejen pasar este tren. No se arrepentirán.
Volviendo al Viernes Santo, comparto con ustedes este texto de San Cirilo de Jerusalén:
En cualquier acción de Cristo se gloría la Iglesia católica. Pero el colmo de estas glorias es la cruz. Pablo, con conocimiento del asunto, dice: «En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo! (Gál 6, 14). Sin duda fue admirable que un ciego de nacimiento recuperase la visión en Siloé (Jn 9). Pero, ¿en qué afectaba esto a todos los ciegos del mundo? Grande es, y más allá de toda naturaleza, que Lázaro, muerto de cuatro días, resucitara (Jn 11, 39-44). Pero ésta es una gracia que a él sólo le alcanzó. ¿Qué tenía esto que ver con todos los que en todo el mundo estaban muertos por sus pecados? (Ef 2, 1 ss; Rom 3, 23). Es admirable que cinco panes diesen alimento, como si manase de cinco fuentes, a cinco mil hombres (Mt 14, 21). Pero, ¿qué es esto en comparación con los que en todo el mundo se encontraban sometidos al hambre de la ignorancia? (Am 8, 11). Es admirable que una mujer fuese totalmente liberada tras haber estado atada por Satanás durante dieciocho años (Lc 13, 1013). Pero míranos a todos, que estamos sujetos por las cadenas de nuestros pecados. En cambio, la corona —o incluso la gloria— de la cruz, iluminó a los que estaban ciegos por la ignorancia, liberó a los que estaban sujetos por el pecado y rescató a todos los hombres.
No te asombre que haya sido redimido el orbe entero. Pues no era un simple hombre, sino el unigénito Hijo de Dios, el que moría por esta causa. Ciertamente, el pecado de un único hombre, Adán, pudo introducir la muerte en el mundo. Pero si por la caída de uno reinó la muerte en el mundo, ¿por qué no habrá de reinar mucho más por la justicia de uno sólo?. Y si en aquel momento, a causa del leño del que (nuestros padres) comieron, fueron expulsados del paraíso (cf. Gén 3, 22-24), ¿acaso los que crean no habrán de entrar ahora, por el leño de Jesús, mucho más fácilmente en el paraíso?Si el primer hombre, hecho de la tierra, trajo a todos la muerte, ¿acaso quien lo hizo de la tierra (Gén 2,7), siendo él mismo la vida (Jn 15, 5 ss), no le dará vida eterna? Si Pinjás, inflamado de celo, matando al autor del delito, aplacó la ira de Dios (Núm 25, 711), Jesús, sin matar a nadie, sino entregándose a sí mismo como rescate (I Tim 2, 6), ¿acaso no deshará la cólera contra los hombres (Rom 1, 18)? (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis XIII, fragmento)
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Comparto mis humildes reflexiones con ustedes. La Cruz es un escándalo y al mismo tiempo una llamada de Dios. La Tradición señala que la Cruz es mucho más que un instrumento de tortura. La Cruz es símbolo, reflejo y analogía de la voluntad de Dios. Se pueden encontrar sus ecos en muchos pasajes de la Biblia, tal como San Cirilo nos indica. La serpiente que forjó Moisés para salvar a quienes eran mordidos por serpientes. El árbol de la Vida que hizo caer a la humanidad y ahora la eleva. Al pecado de desobediencia de Adán y Eva que se contrapone la virtud de la obediencia extrema de Cristo. El deseo de querer ser como Dios, que se enfrenta al inmenso amor de Dios al hacerse hombre y morir por nosotros.
¿Cómo algo puede ser tan sobrecogedoramente cruel y maravillosamente alegre? La voluntad de Dios actúa más allá de nuestra comprensión y por los medios que estima adecuados en cada momento. Ante este tremendo misterio solo podemos arrodillarnos y adorar a Dios a través de la Cruz.