Ofrezco hoy un resumen del último artículo que publiqué para el Boletín de la Adoración Nocturna (Córdoba), a petición de un buen amigo que ahora preside el Consejo diocesano de ANE (¡gracias, Juan, por tu confianza!).
 
Sabemos por experiencia que adorar al Señor la tarde del Jueves y la ya noche del Viernes Santo, es práctica común en movimientos y grupos eucarísticos así como en Monasterios; sin embargo, la noche de la Vigilia pascual -¡¡que es también noche de adoración!!- sigue en la mentalidad general como una celebración más bien vespertina y que no debe durar mucho ni ser muy nocturna.
 
 
Relacionemos las dos noches y las dos adoraciones y lo comprenderemos todo.
 
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Dos noches importantes marcan la vida cristiana y espiritual: una la noche del Jueves Santo, noche de adoración silenciosa y contemplación del Señor en la Eucaristía para entrar en el Triduo pascual; la otra noche, la noche única y santísima de la Vigilia pascual, la madre de todas las santas vigilias. Una noche conduce a la otra; de la vigilia de adoración del Jueves Santo a la vigilia de celebración de la Pascua; una noche prepara a la otra, una noche anhela la otra. El centro de todo el año litúrgico es la Vigilia pascual.

    Veamos una y otra noche, su liturgia y su sentido.

    Jueves Santo, Misa in Coena Domini, gran y solemne prólogo del Santísimo Triduo pascual: es todo un anticipo y una disposición de ánimo de la Iglesia-Esposa para la Pascua de su Señor y Esposo.

 “Invítese a los fieles a una adoración prolongada durante la noche del santísimo Sacramento en la reserva solemne, después de la misa “en la Cena del Señor”. En esta ocasión es oportuno leer una parte del Evangelio según san Juan (capítulos 1317).

Pasada la medianoche, la adoración debe hacerse sin solemnidad, dado que ha comenzado ya el día de la Pasión del Señor. Terminada la misa se despoja el altar en el cual se ha celebrado... No se encenderán velas o lámparas ante las imágenes de los santos" (Cong. Culto divino, Carta sobre las fiestas pascuales, nn. 48-57).

Estar ante la reserva eucarística, al inicio del Triduo pascual, tiene especiales resonancias, un sabor distinto, y la Iglesia acompaña a Cristo hoy en su oración, está con Él; sentada a sus pies, mira y adora a Cristo su Esposo, entra en oración. Esa tarde-noche tiene siempre sabor de Cenáculo, olor de Eucaristía, de Pascua adelantada y sacramento, de Iglesia nacida de los sacramentos del amor de Jesucristo.

Pero llega la gran noche: la Vigilia pascual. Aquí los verdaderos adoradores acuden gozosos, prestos, a vivir sacramentalmente la Vida que comunica el Resucitado. Nada nos puede retener, ni ninguna hay para ausentarse, porque para ello fuimos preparados por el Espíritu Santo en la Vigilia extraordinaria del Jueves Santo.

Es una celebración del todo especial y en nada se parece a una Misa vespertina del domingo. Es vigilia, tiempo que se le roba al sueño nocturno para estar como las vírgenes prudentes con las lámparas encendidas esperando que vuelva el Esposo (cf. Mt 25). La comunidad cristiana se reúne: padres con sus hijos, los abuelos, los catequistas de niños, jóvenes y adultos, los miembros de Cáritas, de la Pastoral de Enfermos, Asociaciones, Grupos, Movimientos, Cofradías, Adoración Nocturna, los religiosos y religiosas de vida activa... presididos por el sacerdote con los diferentes ministerios (acólitos, lectores, cantores, salmista): ¡una sola gran Vigilia Pascual, una sola y santa Iglesia Católica!

La primera parte de la Vigilia pascual es el Lucernario: el fuego nuevo del que se enciende el cirio pascual y después las velas de los fieles para entrar en procesión al templo, aclamando a Cristo Luz. Elemento antiguo cuyo origen fue encender las luces en el templo para el oficio vespertino y para las Vigilias. Se cierra el Lucernario con el solemne canto del Pregón pascual.

La Vigilia se configura con una amplia liturgia de la Palabra (2ª parte de la Vigilia), con lecturas a cuál más hermosa para llegar al canto (sí, al canto, es noche para cantarlo) del Evangelio de la Resurrección. Esta amplia liturgia de la Palabra (9 lecturas hoy, en la tradición romana incluso 12) era la última instrucción a los los que iban a ser bautizados y, a la par, la proclamación en síntesis de la historia de la salvación.

La tercera parte la liturgia bautismal; si hay bautismos, se cantan las letanías de los santos, se bendice el agua, renuncia y profesión de fe de los catecúmenos, Bautismo y Confirmación y, por último, la renovación de las promesas bautismales y aspersión con el agua bendecida a todos los presentes. Si no hay bautismos, se bendice el agua común, se renuevan las promesas bautismales y se asperge al pueblo. Se concluye con la oración de los fieles, con la mayor solemnidad posible, destacando el carácter orante y sacerdotal de los bautizados.

Sin prisas, sino con la mayor solemnidad, se pasa a la cuarta parte de la Vigilia es la Eucaristía: ofrendas, incensación, canto del prefacio, Canon romano y Comunión eucarística que nos une al Cuerpo resucitado del Señor.

La Vigilia pascual que cada año celebramos debe marcar y dejar su impronta de tal manera y forma que marque la vida espiritual hasta el año siguiente: tan importante, tan deseada, tan solemne, tan espiritual es. Todo un año viviendo intensamente de lo que la Vigilia pascual supuso en la propia vida.