¿Por qué tenía que venir Cristo a la tierra? ¿Por qué tenía que morir? ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por qué la Redención? ¿Por qué...?
Las preguntas podrían formularse hasta el infinito (y las respuestas) y siempre quedaríamos insatisfechos, porque en el fondo de nuestra conciencia no nos convencen las razones que conocemos sobre la Redención.
Nos quejamos de no entender el misterio de la Redención, pero, ¿no es verdad que comprendemos que sólo en el más Allá, cuando seamos revestidos de dones suprahumanos, llegará la hora de la revelación de este Supremo Misterio?
Mientras tanto escrutemos, comparemos, razonemos (porque no se nos prohíbe, sino todo lo contrario) la Redención, el Redentor, pero siempre que recordemos que nos sumergimos al intentarlo en la atmósfera del misterio más profundo que jamás le ha sido dado contemplar a la mente humana.
Escuchando un versículo del Evangelio del Domingo (“Me muero de tristeza”, decía trágicamente el Señor) recordé lo bueno que es que en estos días de Semana Santa nos propongamos compartir los sufrimientos (en lo que es posible), y sobre todo las ideas y pensamientos, de Nuestro Señor, y hacerlo tanto con el corazón como con la inteligencia, respondiendo a estas cuatro preguntas:
- ¿Cómo se comportaron en estos días los fariseos?
- ¿Y los mediocres?
- ¿Y los apóstoles?
- ¿Cómo me comportaré yo?
Sólo nos queda pedirle a Dios Fe para poder decir como el centurión ante la Crucifixión:
Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios>>
(Mc 15,39)
Os deseamos una Santa Semana. Volveremos el Domingo de Resurrección.
Los Tres Mosqueteros