Sí señores, ¡Feliz Pascua! ¡Pesax Same’ax! a todos los judíos, porque tal día como hoy celebran nuestros hermanos mayores, -como gustaba de llamarlos el próximo beato de la Iglesia, Juan Pablo II-, su Pascua, ya que hoy es 15 del mes judío de nisán, fecha en el que tal celebración se produce. Una Pascua que, por expreso deseo de los primeros padres del cristianismo, como teníamos ocasión de ver ayer, no coincidirá nunca con la cristiana, pero sí caerá, en cambio, siempre, en fechas muy próximas. Y es que, al fin y a la postre, la Pascua cristiana, aunque con otra significación, no es sino una herencia más del amplio legado judío del cristianismo, y la Pascua judía la ocasión sobre la que se explica todo el sacrificio de Jesús en la cruz.
La Pascua según la llamamos en español, “pesaj” (=paso) en hebreo, es la gran fiesta judía. En ella, los descendientes de Abraham celebran la liberación de Egipto guiados por Moisés, cosa que aconteció en el s. XIII a.C.. Y más concretamente la décima plaga de las enviadas por Dios a Egipto para convencer al Faraón de que dejara salir del país a los israelitas, la consistente en el sacrificio de todos los primogénitos de Egipto por el Angel exterminador, menos los de los israelitas, que previamente, habían marcado sus puertas con la sangre de un cordero.
“Y cuando vuestros hijos os pregunten: ‘¿Qué significa este rito para vosotros?’, responderéis: ‘Es el sacrificio de la Pascua de Yahvé, que pasó de largo por las casas de los israelitas en Egipto hiriendo a los egipcios y preservando nuestras casas.?” (Ex. 12, 26-27).
Aunque el día grande de la Pascua es el 15 de nisán, la comida de la Pascua se realiza la víspera. Una víspera que no es tal. O dicho de otro modo, que lo sería para nosotros, para quienes los días empiezan a la medianoche, pero no para los judíos, para quienes los días empiezan con la aparición en el firmamento de las primeras tres estrellas, es decir, con el anochecer, momento a partir del cual se celebra la cena de Pascua. La víspera propiamente dicha, ésto es, el 14 de nisán es el que se llama “primer día de ázimos”, o “día de la preparación” (ver Jn. 19, 42), primero de los siete que los judíos han de estar sin comer alimentos fermentados con levadura, en recuerdo de que la noche de la partida, ni tiempo dio a fermentar los alimentos.
Aunque muy probablemente la festividad ya existía con anterioridad -sería en origen, la fiesta del Massot, una especie de fiesta de la cosecha- el Exodo atribuye su institución al mismo Yahveh, en un bello relato que transcribimos.
“Dijo Yahveh a Moisés y Aarón en el país de Egipto: este mes será para vosotros el comienzo de los meses, será el primero de los meses del año. Hablad a toda la comunidad de Israel y decid: el día diez de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor, traerá al vecino más cercano a su casa […]. El animal será sin defecto, macho, de un año. Lo escogeréis entre los corderos o los cabritos. Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces. Luego tomarán la sangre y untarán las dos jambas y el dintel de las casas donde lo coman. En aquella misma noche comerán la carne. La comerán asada al fuego, con ázimos y con hierbas amargas. Nada de él comeréis crudo ni cocido sino asado, con su cabeza, sus patas y sus entrañas. Y no dejaréis nada de él para mañana; lo que sobre al amanecer lo quemaréis. Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa. Es Pascua de Yahveh” (Ex. 12, 111).
El mes al que el relato se refiere, el “mes primero” (del año), es el primero de la primavera, equivalente a nuestro marzo-abril, llamado “nisán” en el calendario postexílico de origen babilónico (y “abib” antes), convertido actualmente en el mes séptimo del calendario hebreo.
Las normas de la Pascua están diseminadas por todos los libros de la Torah (una Torah, o Ley, que se corresponde con nuestro Pentateuco, es decir, los cinco primeros libros de la Biblia). El Exodo recoge las siguientes:
“No comerá de ella ningún extranjero. Todo siervo comprado por dinero, a quien hayas circuncidado, podrá comerla. Pero el residente y el jornalero no la comerán. Se ha de comer dentro de casa, no sacaréis fuera de casa nada de carne, ni le quebraréis ningún hueso. Toda la comunidad de Israel lo celebrará. Si un forastero que habita contigo quiere celebrar la Pascua de Yahveh, que se circunciden todos sus varones, y entonces podrá acercarse para celebrarla, pues será como los nativos; pero ningún incircunciso podrá comerla” (Ex. 12, 43-48).
El Libro de los Números el caso del que no pueda celebrar la Pascua por hallarse impuro al haber estado en contacto con un cadáver:
“La celebrarán el mes segundo, el día catorce, entre dos luces” (Nu. 9, 11).
Es decir, un mes más tarde.
Y finalmente, también, la consecuencia para el judío de no celebrar la Pascua:
“El que, encontrándose puro y no habiendo estado de viaje, deje de celebrar la Pascua, ese tal será extirpado de su pueblo. Ese hombre cargará con su pecado, por no haber presentado a su tiempo la ofrenda a Yahvé” (Nu. 9, 13).
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