“Así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?". (Lc 11, 9-13).
La “palabra de vida” de esta semana nos invita a ser humildes ante el Señor y a acudir a Él mostrándole nuestras necesidades. Cristo nos anima a pedir y nos recuerda que Dios es amor y que está siempre con los oídos abiertos para escuchar nuestras súplicas.
Sin embargo, hay algunos “peros”. El primero está en la propia esencia de la petición. Pedir significa rogar, no exigir. Y nosotros no sabemos, por lo general, pedir. El que pide no se enfada si no se le concede lo pedido, pues sabe que está suplicando algo a lo que no tiene derecho. Los favores se solicitan, no se reclaman. En cambio, nosotros, aunque parezca que pedimos, en realidad lo que hacemos es exigir, como demuestra nuestro comportamiento cuando no nos dan lo que hemos pedido: enfados, alejamiento de Dios, incluso chantajes y pérdida de la fe. ¿No será que Dios no te lo concedió porque pedías mal, porque, quizá sin darte tú cuenta, más que pedir exigías?.
El segundo inconveniente está en que sólo pedimos cosas materiales. ¿Cómo debe sentirse Dios ante este comportamiento nuestro?. ¿No estaría mucho más dispuesto a ayudarnos si viera que lo que nos preocupa por encima de todo es la santidad? ¿Y si probáramos a pedirle con la misma insistencia tanto el amor a Él y al prójimo como el resto de favores que suplicamos para nosotros o para los nuestros?.
Por último, el que el Señor nos anime a pedir no significa que sólo debamos pedir. Sin agradecimiento, la petición se vuelve egoísmo y cansa a aquel al que se le está pidiendo ayuda.