Si preguntáramos a la mayoría de los cristianos si han visto la acción de Dios en su vida, probablemente responderían afirmativamente refiriendo historias y experiencias de perdón, de conversión e incluso de actos de la divina providencia en sus vidas.
En cambio, si preguntáramos si han visto o experimentado algún milagro estoy seguro de que sería mucho más difícil obtener respuestas positivas.
A pesar de que vivimos en una tradición que exalta y reconoce públicamente los milagros que Dios obra por medio de sus santos, aquí en Europa al menos reina una mentalidad cartesiana que no espera la acción sobrenatural de parte de Dios.
Y el caso es que razones hay para hacerlo, pues ya en el Evangelio Jesús envía a sus discípulos a sanar a los enfermos en Lucas 10,411, y una vez resucitado renueva este mandato diciéndoles: ("En mi nombre [...] impondréis las manos sobre los enfermos y se sanarán", Mc 16,1718)
Posteriormente la Iglesia de los Hechos de los Apóstoles lo pone en práctica y San Pablo nos habla de los dones que da el Espíritu Santo, entre los que no falta el don de sanación (1 Cor 12,11).
Uno podría pensar que todo esto de la sanación queda circunscrito a la práctica sacramental, donde la unción de los enfermos sería el sacramento que formaliza y canaliza todo esto, pero hay más que eso.
La Lumen Gentium dice lo siguiente: “El Espíritu Santo no sólo santifica y dirige al Pueblo de Dios mediante los sacramenos, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno, según quier, sus dones” (LG 12)
Y es que el catecismo de la Iglesia nos dice que Cristo “ vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo” (CIC 1503)
por lo que nada más natural que esperar de Dios aquello que los enfermos, cojos y lisiados esperaban cuando se acercaban a El: la sanación completa, de cuerpo y alma.Desafortunadamente en la Iglesia de hoy en día, al menos la que conocemos en Occidente, se ha dejado de esperar que Dios actúe con poder obrando milagros, al menos entre sus fieles “de a pie”.
Jesús explicaba que no se podían obtener milagros sin la necesaria fe que todo lo espera, la cual requiere una mentalidad de niños que no tenemos.
La pregunta de Jesús, “¿crees?” no era una especie de condición para recibir la acción de Dios, sino un presupuesto necesario para que Dios pueda actuar en nosotros, que tiene que ver mucho más con la libertad y la confianza, que con el mero hecho formal de pedirle algo a Dios.
Pero en la Iglesia de hoy en día sólo creemos que los milagros los concede Dios a través de los súpersantos, como si de una máquina de cambio se tratara, en la que a tantas monedas de santidad, Dios nos devolviera otras cuantas monedas de acciones.
Y aunque sea cierto que Dios actúe a través de sus amigos los santos nosotros somos también hijos y bautizados, por lo que podemos pedir y esperarlo todo de El, que actúa a través de nuestra imperfección allá donde hay humildad y obediencia a su voluntad.
Mi oración de esta mañana tiene que ver con todo esto, con pedirle a Dios que nos dé fe, que aprendamos a dejarle actuar libremente y a maravillarnos con la fuerza viva de cambio que es el Evangelio.
No es tan difícil, pues ya dijo Jesús que nada es imposible para los que creen, aunque necesitamos su gracia pues es Dios quien da el querer y el obrar (Fil 2,13)
Lo difícil es que nos lo creamos, y que no pasemos por la vida dando excusas de parte de Dios, de tipo “nosotros pedimos, pero entendemos que tú no actúes porque nos quieres pacientes y resignados a tu Voluntad”; por santo y resignado que suene esto, creo que hay mayor virtud en ser hijos, y como tales pedir a Dios, esperándolo todo de El.
Dios ha demostrado infinitas veces que nos ama, y que puede utilizar lo que quiera, hasta un asno, para manifestar su voluntad…pidámosle pues que nos utilice para llevar la Buena Nueva de la salvación, de cuerpo y alma, a todos nuestros hermanos.
Por todo esto, y mucho más que llevo dentro, y algún que otro testimonio, yo si creo que Dios sana hoy en día; pero por si acaso, le pido creerlo más y más fuerte, para poder seguir viendo los milagros de nuestro Dios y Señor.