Alguien lo definió como antropológicamente optimista, a mí me parece antropológicamente mentiroso. Por innecesaria, por estúpida, por absurda que pueda parecer una mentira, si tiene ocasión de formularla la formulará.
Garantizó que no abandonaría Irak si se producía una resolución de Naciones Unidas en tres meses. La resolución se produjo con su propio voto favorable, pero él había abandonado ya el Irak.
Dio su palabra de que todas las negociaciones con la ETA estaban canceladas, finiquitadas, liquidadas y no sé cuentos verbos más, y sin embargo siguió negociando con la banda terrorista a las espaldas del pueblo español durante todo un año (o más), con episodios tan deleznables y vergonzosos como el del faisán.
Afirmó durante dos años que en España no había crisis, cuando sabía fehacientemente (y si no lo sabía ¿qué pintaba en La Moncloa?) que la crisis era galopante y gravísima.
Se presentó a unas elecciones, cuando ya estábamos en plena crisis, ¡¡¡prometiendo el pleno empleo!!!, siendo, como ha sido, el presidente del gobierno español que más paro ha creado en los últimos setenta años de historia de España.
Prometió unos supuestos derechos sociales que sólo existían en su imaginación, y ha sido el primer presidente de la democracia que le baja el sueldo a los funcionarios, le congela las pensiones a los pensionistas, le quita las ayudas a las madres, elimina las ayudas a la compra de vivienda, retrasa la edad de jubilación, y reduce las prestaciones que recibirán los futuros pensionistas.
Ganó las pasadas elecciones prometiendo una bajada de impuestos, y ha sido el presidente que más ha subido los impuestos a los españoles en toda la historia de la democracia.
Se le ponía la boca gorda hablando de libertad, y lo único que ha traído a este país son prohibiciones. Se le ponía gorda la boca hablando de igualdad, y lo único que ha traído a este país son groseras discriminaciones (entre regiones, entre hombres y mujeres, entre fumadores y no fumadores...). Se le ponía la boca gorda con palabras grandilocuentes, algunas inventadas, (dignidad, ¡salud reproductiva, ¿qué es eso?! ), y sólo estaba hablando de muerte...
¿Esperaba alguien que dejara el poder, como según todo apunta -con él nada se puede dar por seguro, y todo es “mentirible”-, sin obsequiarnos con una nueva mentira por innecesaria, absurda y fácilmente reconocible que pudiera ser? Pues no, no lo ha hecho y, como cabía esperar, ayer nos la tuvo que calzar una vez más, bien grosera, bien estúpida, bien infantil, bien reconocible:
“Cuando fui elegido presidente del Gobierno en 2004 pensaba que dos legislaturas era el periodo razonable al que podía aspirar para estar al frente de los destinos del país. Dos legislaturas. Ocho años. No más. Pensaba que era lo más conveniente, no ya para nuestra formación política, a la que me unen unos vínculos emocionales que no hace falta que os recuerde hoy aquí, sino también para el país”.
Mentira, mentira y más mentira. Mentira sobre mentira: habría sido presidente de gobierno veinticinco años si hubiera podido. Y treinta también. Hasta ayer, sin ir más lejos, nadie o prácticamente nadie en su partido sabía lo que iba a hacer, por la sencilla razón de que jamás le ha hecho ascos a presentarse a una segunda reelección. De la misma manera que jamás ha hecho una declaración sobre los ocho años de los que habla ahora como si hubiera creído en ellos toda la vida. Eso lo hizo su predecesor... ¡Pero él no!
Si no ha estado más de ocho años –y eso si llega a cumplirlos- sólo ha sido porque no ha podido, sencillamente porque no ha podido. Como también les digo que si se va, no lo hace, como dice, “por el país”: de ser ello así, lo habría hecho hace ya algunos años, mañana mismo incluso. Ni tampoco se va “por” su partido, como dice. O, por lo menos, no en la acepción que a él le gustaría hacernos creer de “por el bien de” su partido, si bien sí, en el sentido de “por causa de” su partido, ninguno de cuyos miembros significativos le quiere a su lado, como con toda claridad y sin recatarse en ocultarlo, han declarado tantos de ellos últimamente, provocando ¡al fin! su marcha.
Reconózcalo, Sr. Zapatero: esta última no era ni necesaria. Podría Vd. haber planteado su despedida desde mil perspectivas tanto más dignas que la que ha elegido para hacerlo. ¿Por qué dice Vd., Sr. Zapatero, tantas mentiras?
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