Y es que hay características de Cristo que sospecho nadie diría como, por ejemplo, que Cristo era enérgico. Y, muchas veces, más que enérgico. Veamos las pruebas de lo que digo, en el Evangelio.
1. Cristo no dudaba en llamar las cosas por su nombre, especialmente cuando trataba con los fariseos. A ellos se refería como raza de víboras, sepulcros blanqueados, serpientes, hipócritas, adúlteros, ciegos, llenos de rapiña, generación maldita... Y siempre se lo decía a la cara. A Herodes le llamó zorra. No parece este un lenguaje compasivo o conciliador, más bien al revés…
2. En otro episodio, cuenta San Juan que se acercaba la Pascua y Cristo subió a Jerusalen. Y al entrar en el Templo encontró allí a vendedores de animales y cambistas. Pero no les pidió que se fueran sino que hizo un látigo ¡y los echó a latigazos! Me imagino la cara de ira de Nuestro Señor, porque aquellos mercaderes no serían precisamente gente apocada. No sólo les azotó sino que les tiró las mesas, desparramó el dinero y les gritó. Esto tampoco suena a nada bondadoso, más bien a exigente…
Estos hechos que narran los evangelistas chocan frontalmente con la idea de un Cristo melifluo y blando que muchos, tanto de fuera de la Iglesia como de dentro, tratan de inculcar a los católicos, y que en términos prácticos podría resumirse con lo de “poner la otra mejilla”, lo cual no deja de ser una interesada, y caricaturesca, mala interpretación del Evangelio (¿nos cortamos también las manos?).
Cuento esto porque todos podemos ver con claridad la ofensiva anticatólica que se está produciendo en España y, ante tales ataques, son muchos los católicos que se preguntan cómo responder, qué hacer. Yo mismo me he preguntado cómo reaccionaría si me ocurriera tal cosa o tal otra por ser católico. Y aunque rezar por nuestro enemigos es muy necesario (el mismo Cristo rezó por ellos en la Cruz), no hay que olvidar que Cristo era muy enérgico con los malos, y que si Él quiere que le imitemos, también hemos de hacerlo en esto, siendo enérgicos como Él lo era.
Pero eso sí, enérgicos ¡con inteligencia y astucia!, porque Cristo también era muy inteligente y astuto. Pero esto lo dejamos para otro día.
Aramis