El cambio de estación, en un sentido intenso y positivo, siempre me interpela poderosamente, y me lleva a reflexionar sobre el tiempo, que, invariable, hace que nuestras vidas transcurran implacablemente, estación tras estación.
Las primaveras se suceden una tras otra, siempre igual, y siempre también de forma nueva y renovada.
Y una vez más, me maravillo ante esta realidad de la naturaleza a la que intento acompasar mi propia persona. Cuando veo los brotes nuevos que asoman en las ramas hasta hace poco desnudas de los árboles, me pregunto acerca de los brotes nuevos en mi interior. ¿Qué fruto va a dar el recogimiento invernal? ¿Cómo va a ser mi primavera? ¿Cómo va a ser mi explosión de vida?
Nuestro cuerpo y nuestros sentidos se acompasan fácilmente a la brisa fresca bajo un sol que calienta sin herirnos; es momento de acompasar el espíritu a esta oportunidad de vida y de expansión, captar la armonía y la belleza expresiva que encierra la naturaleza en estos meses, y dejar que nuestra alma y nuestro corazón se empapen de tanto don.
Y desde allí, alimentar nuestras acciones, nuestras decisiones, nuestros pensamientos.
Agradezco una vez más vivir en este meridiano, en el que las cuatro estaciones llenan de riqueza mi percepción de la existencia a través de la naturaleza. Dios es sabio, y nos da a cada uno lo que necesitamos para vivir y sentirnos vivos.