Vayan por delante dos consideraciones: la primera es que la mención a estos dos bloggers no supone en absoluto ningún desmerecimiento de los demás. Todos los blogs de Religión en Libertad aportan y enriquecen a los miles de lectores de esta web desde las circunstancias e historia personal de cada uno de sus autores, y todos desde la enriquecedora diversidad que esto supone.
La segunda tiene relación conmigo mismo, y me obliga a una cierta confesión: el contínuo bregar entre la actualidad, sea ésta eclesial o más en general social y política, tanto en España como en el resto del mundo, me provoca contínuos desfallecimientos, por una simple debilidad de carácter: un exceso de implicación y sensibilidad me impide en ocasiones tomar la justa distancia de muchas cosas, hasta el punto de que me afectan en demasía, como si fueran cuestiones personales cuando en modo alguno son semejante cosa.
Y es en esos momentos en los que hay que volver la vista hacia el fundamento, hacia la Roca que nos sostiene a todos y cada uno de los que habitamos la web. Pues bien, en ReL tenemos el privilegio de contar con dos pequeños oasis donde descansar, saciar la sed y recuperar la correcta perspectiva de las cosas.
Callados, sin hacer ruido, sin entrar en estridencias, ajenos a polémicas y batallas estériles, dedican día tras día sus espacios a mantener vivo el manantial de aguas cristalinas que son las únicas que pueden saciar la auténtica sed del hombre. Y que sacian mi sed en los momentos de desfallecimiento.
Su sola presencia en las páginas de ReL está actuando a modo de argamasa, de nexo de unión entre la diversa fauna de bloggers que poblamos el sitio, cada uno con nuestros estilos distintos y a veces distantes, cada uno arrastrando nuestras propias historias personales de las que inevitablemente somos hijos y que dan origen a nuestra diversidad, por lo demás complementaria y enriquecedora.
El lector ya habrá adivinado: se trata de Juan del Carmelo y de Guillermo Urbizu. Ellos reciben ocasionalmente alguna muestra de gratitud de sus lectores entre los comentarios a sus artículos, pero hoy siento la necesidad de agradecerles públicamente a los dos su inestimable e irremplazable contribución a ReL, simplemente porque me desborda, se me sale hacia fuera.
Queridos Juan y Guillermo: quiero agradeceros de todo corazón vuestro trabajo diario en ReL, y quiero que sepáis, al menos por mi boca, que estáis dando vida y que estáis sosteniendo muchas veces sin saberlo la fe titubeante de algunos que, como yo, nos dejamos arrastrar demasiado por las pasiones y afanes de este mundo. Me atrevo a llamaros, sin miedo y sin complejos, el corazón de ReL.