Es evidente que la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural no depende ni de cifras, ni de número de asistentes a diversas concentraciones y manifestaciones. Sin embargo, el desigual seguimiento de las diversas concentraciones convocadas hasta la fecha debe dar lugar a análisis que intenten ir al fondo de la cuestión. Es evidente que ayer, 26 de marzo de 2011, el seguimiento fue mucho menor que en ocasiones anteriores.
La primera razón que aparece con una cierta claridad es el carácter reactivo de cualquier movilización social. Por regla general, la sociedad se moviliza siempre ante asuntos que saltan al espacio público por su actualidad, debida principalmente a algún suceco del tipo que sea, bien se trate de la iniciativa legislativa de un gobierno, de un atentado terrorista, del comienzo de una guerra o de un desastre natural.
Reactividad, por tanto, entendida como la reacción del cuerpo social ante un acontecimiento inmediato, algo que sucede en ese mismo instante y que pasa a ser del dominio público por acción de los medios de comunicación, la segunda de las razones que inciden directamente en este tipo de actos. Sin un suceso desencadenante y sin el concurso de los medios de comunicación, la sociedad permanece impasible ante cualquier otro hecho que en muchos casos se da con la misma inmediatez temporal y forma parte de la vida cotidiana.
Los ejemplos son bien claros: las movilizaciones contra la guerra se dan en el caso de que ésta se produzca de forma inminente, las movilizaciones antinucleares se reactivan ante un desastre en una central nuclear, las movilizaciones contra atentados terroristas, asesinatos de menores o cualquier otro aciago suceso se producen siempre que éstos ocurren. Encontramos, pues, dos características comunes e ineludibles a cualquier movilización de masas: son reactivas y dependen de los medios de comunicación.
En el caso de las movilizaciones a favor de la vida se aprecia el mismo fenómeno: las movilizaciones han sido masivas como reacción y en respuesta al trámite de un proyecto de ley tremendamente agresivo con relación a este derecho fundamental. Una vez pasa el suceso desencadenante, las movilizaciones se desactivan, tal y como ocurre con cualquier otra movilización, sea contra la guerra, sea antiterrorista, sea del tipo que sea.
Sin embargo, la Marcha por la Vida de ayer, 26 de marzo de 2011 hay que entenderla en otra clave completamente distinta. Se trata de una carrera de fondo que sigue exactamente las mismas estrategias seguidas anteriormente por los lobbys feministas y el lobby gay. En ambos casos, la acción sobre la sociedad se desarrolló de una forma sostenida en el tiempo, con total independencia de los posibles sucesos desencadenantes de movilizaciones y con una estrategia de acciones bien planificada.
El lobby feminista, muy activo desde hace más de un siglo, ha conseguido empapar todo el cuerpo social de sus planteamientos mediante una sucesión sin pausa en el tiempo de reivindicaciones puntuales y movilizaciones parciales en torno a causas muy concretas, hasta conseguir no sólo orientar en gran medida la acción de los poderes públicos, sino también la institucionalización de sus reivindicaciones llevadas en demasiados casos hasta el extremo. Incluso figura en el calendario de la ONU un “Día de la mujer trabajadora” como logro simbólico más destacado.
El lobby gay se haya en mitad de camino de este proceso, siendo su acción más mediática y conocida la celebración anual del “Día del Orgulla Gay”, mientras intentan por todos los medios que tal fecha pase a tener la misma consideración en el calendario de efemérides de la ONU que el “Día de la mujer trabajadora”. No hace falta decir hasta qué punto el lobby gay ha llegado a influir en las políticas públicas y ha llegado a empapar también todo el tejido social con sus planteamientos. Hoy en día es especialmente notable como la acción de ambos lobbys ha llegado a imbuir la totalidad del sistema educativo, y no sólo en España, sino en todo el Occidente.
Pues bien, el planteamiento de fondo que se sigue en las actuales movilizaciones en defensa de la vida es el mismo: una acción de lobby orientada en primer lugar hacia la sociedad y en segundo lugar hacia los poderes públicos, que poco a poco tendrán que ir haciendo hueco en sus agendas a esas nuevas sensibilidades sociales. No obstante, sobre esta acción de lobby, muy reciente si se compara con la trayectoria que llevan ya los lobbys feministas y elegetebés se cierne el peligro de la marginalidad.
Y este peligro viene de la mano de un error descomunal en el diagnóstico sobre el funcionamiento de las actuales sociedades postindustriales. En la era de la modernidad líquida, siguiendo el término acuñado por Zigmunt Bauman, se observa la tendencia a articular determinadas causas en torno a partidos políticos. Se trata de reivindicaciones muy concretas y puntuales, por completo desconectadas del conjuto de la problemática de la comunidad política, como pueden ser la legalización del cánnabis, la prohibición de los toros o el cierre de las centrales nucleares.
La articulación de estas causas en torno a partidos políticos da lugar a un amplio paisaje de micropartiditos que suelen tomarse por sus mismos creadores como algo folklórico y que no pasa de ser una broma en los márgenes del actual sistema. De igual forma, la articulación de la defensa de la vida humana en torno a algún micropartidito desemboca de inmediato en la aparición de una nueva manifestación folklórica que corre de inmediato a ocupar su sitio en esas mismas zonas de marginalidad política.
Así, es por completo un error de diagnóstico muy grave el plantear la reivindicación y la defensa de cualquier sistema de creencias, como por ejemplo el cristiano, a partir de la creación de una partido político que haga bandera de tal sistema. En ambos casos, los planteamientos deben orientarse a la acción en y hacia la sociedad, tal y como están haciendo con gran acierto los convocantes de la Marcha por la Vida de ayer. Lo importante no es la afluencia concreta de manifestantes, lo importante es que se haga todos los años en la misma fecha, al modo del “Día de la mujer trabajadora” y del “Día del Orgullo Gay”.
Hoy Occidente vive una dinámica en la que se camina hacia la superación de los partidos políticos como cauces imprescindibles para la representación parlamentaria. Los mismos se han convertido en clubs privados, en mafias que han usurpado la soberanía que corresponde al conjunto de esas mismas sociedades. Y sobre todo, hoy la vivencia y defensa no sólo de “causas” concretas sino de todo un sistema de creencias y valores que convive con otros muy diferentes en las mismas comunidades políticas pasa por hacerlo presente y vivo en la sociedad.
Las “políticas feministas” sólo han venido de la mano de un clima previo y generalizado en la sociedad de aceptación de los planteamientos de estos colectivos, tal y como está ocurriendo ahora con las “políticas elegetebés”. Que se olviden los cristianos de “votar en católico” y de “partidos católicos” si previamente no han conseguido ese clima previo y generalizado. La acción debe dirigirse hacia la sociedad, es de nuevo tiempo de persecución y evangelización en un entorno pagano. Ni feminismo ni homosexualismo han conseguido sus logros de la mano de ningún partido feminista o partido homosexual. Cualquier otro planteamiento no es más que una bonita reliquia de un pasado ya muerto.