Ante ciertas reacciones que ha habido con motivo de algunos cambios en lo que se refiere a la enseñanza de la Religión en las escuelas, quiero hacer alguna consideración.
Tanto en la reglamentación de la enseñanza en general como en la formación religiosa no podemos estar pendientes de lo que piensen o quieran los legisladores de turno.
A mi mi modo de ver, dos puntos básicos hay que tener en cuenta: el sentido de la escuela y la libertad de los padres.
Sentido de la escuela. Me pregunto ¿la escuela está sólo para enseñar o también para educar? Según se insista en una cosa o en otra, habrá actitudes distintas. Si nos referimos a la enseñanza y la religión ha configurado nuestra cultura occidental, me pregunto ¿qué es más importante, conocer los fundamentos básicos de la religión, o saber, por ejemplo, la lista de los reyes godos, o los ríos de África y sus afluentes? ¿Se puede entender la historia de un país budista o musulmán sin conocer bien su historia religiosa?
¿No es ya hora de que la asignatura de religión sea considerada al mismo nivel que las demás asignaturas? ¿Es que cabe en una persona culta conocer bien la historia sin conocer la religión en la que se ha fraguado dicha historia?
La clase de religión ciertamente no es una catequesis. Uno puede sacar la máxima calificación en religión y no ir siquiera a misa o no tener fe. En la clase se ayuda al alumno a encontrar la conexión entre fe y cultura; y esto puede percibirse desde fuera del campo de la fe.
Si, aparte de la dimensión cultural, entramos en el aspecto educativo, dado que los padres han optado en su absoluta mayoría por la formación y educación cristiana de sus hijos, ¿con qué derecho puede el legislador poner trabas a esta educación y formación pedida por los padres, y con qué derecho pueden prescindir de ello los profesores? Porque la escuela tiene otra dimensión que no es la cultural, sino la formativa (que es lo que la mayoría de los padres piden).
En la formación se trata de ayudar a los alumnos a asimilar en la propia vida los principios religiosos basados en la fe religiosa. Porque hay que educar en una línea o en otra ya que la educación neutra no existe. Y desgraciadamente en algunos centros se prescinde de los grandes principios y valores morales, lo cual lleva a una educación o, más bien, deseducación cuyos efectos ya se van percibiendo. Y es que no es posible un progreso social sin valores morales, por mucho que avance la técnica.
Hay que ser consecuentes. Hay quienes están obstaculizando la clase de religión y mandan a sus hijos a centros donde se imparte la educación religiosa.
Creo que ya sería hora de dejar de lado tantos prejuicios y caminar unidos, buscando que nuestros niños y jóvenes sean educados en los grandes valores. Y pienso además que ya estaría bien que se dejase de criticar tanto a la Iglesia como si fuese la culpable de todos los males de la Historia. En realidad, ¿quién ha hecho más en el campo de la educación que la Iglesia?
No creo que los fallos de los hombres de iglesia sean mayores que los que tiene nuestra sociedad democrática, ni en la corrupción ni en otros casos. La solución de los fallos democráticos ¿está en rechazar la democracia o en purificarla? ¿Por qué no se aplica este mismo proceder a la Iglesia?
Creo que habría que estar más atentos a la línea educativa de los profesores. Bien está la libertad de cátedra, pero ¿vale la libertad absoluta de cara a unos chavales que todavía no tienen criterios maduros para distinguir valores y contravalores? ¿No habría que compaginarla con los derechos de los padres?
Tanto los padres como los profesores cristianos deberían poner mucho interés en todo lo que se refiere a la educación y formación religiosa; unos, haciendo valer sus derechos y participando en las asociaciones de padres de alumnos; y los otros, no dejándose avasallar por unos pocos profesores que se imponen al claustro aunque haya mayoría de cristianos conscientes de su fe, pero que, por no complicarse la vida callan y dejan hacer.
José Gea