Para entender este pasaje del libro del Éxodo 32, 18 sobre el becerro de oro conviene recordar algunas notas sobre la importancia de Moisés, el desierto.
Moisés. Fue salvado por el Señor de forma extraordinaria cuando los niños judíos morían. Siempre tuvo conciencia de pertenecer al pueblo esclavizado y por este motivo huyó a Madián. El Señor lo eligió para sacar a su pueblo de Egipto.
Era, sin duda, el punto de referencia del pueblo. Le daba seguridad. Subió al monte a orar. Cuarenta días sin jefe fueron insoportables. El pueblo no puede vivir sin él. Pide a Aarón: “Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado”.
El desierto. “¿Qué es el desierto? Un lugar donde reina la precariedad y la inseguridad –en el desierto no hay nada- donde falta el agua, falta el alimento y falta el amparo. El desierto es una imagen de la vida humana, cuya condición es incierta y no posee garantías inviolables”.
Ídolo. El becerro significaba en el Oriente antiguo la fecundidad y la abundancia. Era de oro: riqueza, poder y éxito. Son los deseos de la ilusión de la libertad pero que esclavizan.
“La naturaleza humana para escapar de la precariedad –la precariedad del desierto- busca una religión hecha por uno mismo: si Dios no se hace ver, nos hacemos un dios a medida. «Ante el ídolo, no hay riesgo de una llamada para salir de las propias seguridades, porque los ídolos 'tienen boca y no hablan'. Vemos entonces que el ídolo es un pretexto para ponerse a sí mismo en el centro de la realidad, adorando la obra de las propias manos»”.
“Pero todo esto nace de la incapacidad de confiar sobre todo en Dios, de poner en Él nuestras seguridades, de dejar que sea Él dé verdadera profundidad a los deseos de nuestro corazón. Esto permite sostener también la debilidad, la incertidumbre y la precariedad. La referencia a dios nos hace fuertes en la debilidad, en la incertidumbre y también en la precariedad. La referencia a Dios nos hace fuertes en la debilidad, en la incertidumbre y también en la precariedad. Sin el primado de Dios se cae fácilmente en la idolatría y nos contentamos con míseras tristezas”.
“Liberar al pueblo de Egipto no le costó trabajo a Dios; lo hizo con señales de poder, el gran trabajo de Dios fue quitar a Egipto del corazón del pueblo, es decir quitar la idolatría del corazón del pueblo. Y todavía continúa trabajando para quitarla de nuestros corazones”.