Tal como están las cosas, nadie se arriesgaría a perder su puesto de trabajo por dejadez, por incumplimiento de contrato, p or hacer las cosas mal o a medi as, por llegar siempre tarde y salir antes de tiempo, por ausentarse sin causa justificada, etc. Nadie, absolutamente nadie lo haría, salvo un necio o un loco.
San José es un trabajador, un artesano, un hombre de obras, arreglos y maderas; lo sabemos, y porque el evangelista lo llama “justo” en el sentido tan fuerte de este calificativo en las Escrituras, sabemos que incluye la honradez, la pulcritud, la eficacia, la perseverancia, en el trabajo bien hecho. Se convierte así en modelo y patrono, en un ejemplo para nuestra forma de vivir el trabajo, la profesionalidad, el ejercicio bien hecho de nuestro trabajo como medio habitual de santificación.
Hasta ahora, nada especial en principio.
Pero san José es un gran trabajador en otro sentido, tal vez el principal, probablemente el primer trabajo. ¿Cuál? Los trabajos de Dios, los trabajos a lo divino que a Él se le confían. El primer gran trabajo, el más importante, y el que exigió más esfuerzo y constancia sin vacaciones, fue custodiar al Verbo encarnado, a Jesucristo, como padre en la tierra. La oración colecta de la Misa propia de san José reza: “Dios todopoderoso que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José”. Ahí se señala muy bien cuál es el trabajo de san José, un trabajo divino, al modo divino, vivido como creyente que abarca, no las ocho horas diarias de trabajo en días laborables, sino todo el tiempo, la existencia entera, dándole un sentido absoluto y una encomienda que le llena de plenitud.
San José trabaja en las cosas de Dios, san José se emplea a fondo en el trabajo sobrenatural o trabajo directamente encomendado por Dios. Cristo mismo se identifica con un trabajo distinto, la tarea de Dios en el mundo, la salvación, la redención: “Mi Padre siempre trabaja y yo también trabajo” (Jn 5,17).
San José es un trabajador, un artesano, un hombre de obras, arreglos y maderas; lo sabemos, y porque el evangelista lo llama “justo” en el sentido tan fuerte de este calificativo en las Escrituras, sabemos que incluye la honradez, la pulcritud, la eficacia, la perseverancia, en el trabajo bien hecho. Se convierte así en modelo y patrono, en un ejemplo para nuestra forma de vivir el trabajo, la profesionalidad, el ejercicio bien hecho de nuestro trabajo como medio habitual de santificación.
Hasta ahora, nada especial en principio.
Pero san José es un gran trabajador en otro sentido, tal vez el principal, probablemente el primer trabajo. ¿Cuál? Los trabajos de Dios, los trabajos a lo divino que a Él se le confían. El primer gran trabajo, el más importante, y el que exigió más esfuerzo y constancia sin vacaciones, fue custodiar al Verbo encarnado, a Jesucristo, como padre en la tierra. La oración colecta de la Misa propia de san José reza: “Dios todopoderoso que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José”. Ahí se señala muy bien cuál es el trabajo de san José, un trabajo divino, al modo divino, vivido como creyente que abarca, no las ocho horas diarias de trabajo en días laborables, sino todo el tiempo, la existencia entera, dándole un sentido absoluto y una encomienda que le llena de plenitud.
Cristo nos sitúa así en una perspectiva distinta, la misma que vivió cada jornada san José: hay trabajos tanto y más importantes, que el empleo y el ejercicio laboral. Veamos: “Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el cual el Hijo del Hombre os dará, Porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello. Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios: que creáis en el que El ha Enviado” (Jn 6, 27-29).
El trabajo, al modo divino, es creer; un creer firme, esperanzado, por difícil que sea o que las circunstancias se tornen adversas, confusas, contradictorias. El empeño fundamental en el trabajo divino es vivir una fe recia, muy honda, muy sincera, alejada de la costumbre o de la superficialidad. Y si trabajamos, y mucho, por el alimento perecedero, por el sueldo, igualmente y con más interés, como san José, habremos de trabajar por lo divino en nuestras vidas. Las cosas de Dios ni se pueden trabajar con mediocridad o con rutina; ni uno se puede ausentar sin causa justificada (de la Misa dominical, de la oración personal, de la confesión frecuente); ni uno puede tomarse vacaciones en el espíritu apartándose y volviéndose a Dios frívolamente; ni uno puede llegar tarde o salirse antes de los apostolados y compromisos cristianos, tomándolos un tanto a la ligera y anteponiendo cualquier cosa.
Los trabajos de San José fueron “las cosas de Dios”, y esas mismas “cosas de Dios” requieren nuestro empeño, nuestra constancia, nuestro interés, toda nuestra capacidad. En estos trabajos a lo divino señalemos algunos de máxima prioridad “laboral”: la comunión con Cristo en la Eucaristía, la Penitencia y la oración personal; segundo, la formación para conocer y amar más a Dios en la catequesis, formación de adultos, conferencias, retiros, círculos de formación, lectura personal; tercero, los encargos de Dios y el apostolado personal en Cáritas, la catequesis, la liturgia, los enfermos, la cofradía, el COF, la Adoración Nocturna, etc. etc.
Los trabajos de San José fueron algo más que la artesanía y la madera: fueron los encargos de Dios.