Vuelvo a ceder a Petrus Hispanus, la hospitalidad de mi campanario para dar una respuesta al segundo artículo con el que de D.José María Iraburu trata de desacreditar a la obra de resistencia a la autodemolición de la Iglesia y de conservación de la Tradición Católica con el señuelo de la denuncia de un presunto filo-lefebvrismo.

Y es que, en contra de lo que piensa Iraburu, la atención que hemos prestado a su pobre argumentación no se debe a su aguda capacidad para denunciar cripto-lefebvristas en el seno de las instancias oficiales, sino al deseo de que no se siga sembrando la confusión al tiempo que se desmoraliza al número, proporcionalmente reducido, de sacerdotes y fieles que luchamos para defender nuestra fe del más agresivo ataque: el que procede de la autodemolición de la Iglesia denunciada por el propio Pablo VI.

“Si alguno de los que me honraron leyendo mi anterior respuesta pudo pensar que exageraba, ahora tiene ante los ojos la última entrega de Don José Mª Iraburu en la que podrán comprobar que en todo caso me quedé corto.

Me referiré sólo a algunos de los temas que expone.

1. “El nacimiento de alguna de estas comunidades tradicionales nos muestra claramente que la Pontificia Comisión Ecclesia Dei no se constituyó gracias a Mons. Lefebvre, sino precisamente para acoger a los que abandonaban la Fraternidad a causa de la ordenación y excomunión de sus Obispos”.

Esto, D. José María, es sólo una verdad a medias. Nunca en el clima postconciliar se hubieran tolerado esas comunidades si no fuera porque Mons. Lefebvre se plantó en un tema en el que con razón veía peligrar la Fe. Peligro que fue denunciado también en el Breve Examen Crítico firmado por los Cardenales Ottaviani y Bacci, texto fundador de todas la críticas posteriores a la Misa reformada en 1969 y al que Vd. nunca se refiere.



La mayoría de los casos que usted cita, son precisamente la prueba de lo contrario de su tesis; son el más perfecto ejemplo de la necesaria presencia de la Hermandad de San Pío X y de la obra de Mons. Lefebvre para la supervivencia de la Tradición.

Por referirnos solamente a alguna de las comunidades aludidas por Vd., podemos recordar que, si no fuera por la existencia previa de la Hermandad de San Pío X, ni siquiera habría nacido la Fraternidad de San Pedro. Solamente hay que ver el trato que sus miembros dieron a su entonces superior, Joseph Bisig, para poder concelebrar en el Novus Ordo; eso sí, para esto contaron con todo el respaldo de las autoridades romanas.

Otro de los casos que usted cita es el del Oasis de Jesús Sacerdote: podría preguntarle a su fundador cuáles han sido sus relaciones con Mons. Lefebvre y con la Hermandad de San Pío X y no solamente antes, sino después de las consagraciones episcopales de 1988. Una última pregunta: ¿de quiénes recibió el episcopado Mons.Licinio Rangel, primer titular de la que luego sería Administración Diocesana de San Juan María Vianney previamente a su reconocimiento por Roma? De los obispos consagrados por Mons.Lefebvre. Por cierto, que estos sacerdotes de la diócesis de Campos (Brasil) habían sido los autores de un divulgadísimo folleto en el que se exponían las razones para rechazar la Nueva Misa.

Todo ello prueba ex abundantia lo que venimos diciendo acerca los grupos nacidos a la sombra de Ecclesia Dei. Hubo que esperar a las ordenaciones episcopales llevadas a cabo por Mons.Lefebvre para que se pudieran constituir Ahora bien ¿Dónde estaban antes sus miembros? ¿Por qué con anterioridad a 1988 siempre se negaron desde Roma a reconocer comunidades en las que se celebrara la Liturgia Tradicional? La propia historia de la Hermandad de San Pío X es el resultado de todas estas negativas porque desde 1969 Roma nunca autorizó la celebración de la Misa Tradicional hasta 1984, y entonces en condiciones leoninas. Prohibición, por cierto, contra todo derecho, por puro abuso de poder pues ahora el propio Benedicto XVI ha reconocido que nunca fue abrogada. No hacen falta muchas luces para reconocer que son unas circunstancias excepcionales las que explican la adopción de medidas excepcionales como lo fue la operación supervivencia de la Tradición diseñada por Mons. Lefebvre.


 
Otra cosa es que, efectivamente, ya sea por escrúpulos ya por discrepancias personales, un determinado número de ex miembros de la Hermandad de San Pio X formaran la Fraternidad de San Pedro o de San Vicente Ferrer bajo los auspicios de Ecclesia Dei. Y otra cosa es el precio que tuvieron que pagar por ello.

Porque al acto de desagravio por la profanación de Fátima —perpetrada como sabrá por un idólatra con el respaldo de la Jerarquía local— no asistió más que la Fraternidad San Pío X con sus fieles y comunidades amigas (unas 2.500 personas). Como Vd. dice, aunque sea a otros efectos, la Fraternidad San Pío X "se ha quedado prácticamente sola". Y esta es su gloria, Don José María.


  
2. Insiste Vd. hasta la náusea en lo referente a la ordenación de obispos sin mandato papal. Y aquí es, Don José María, donde su alejamiento de la realidad alcanza el clímax porque lo que realmente ha demolido la Fe —al menos en España— no son los 4 obispos consagrados por Mons. Lefebvre sino los numerosos obispos auxiliares nombrados por Pablo VI y su Nuncio Luigi Dadaglio, buena parte de ellos luego reconvertidos en obispos titulares y arzobispos. ¿Recordamos algunos nombres?: AZAGRA, SETIEN, INIESTA, ECHARREN, OSÉS, ESTEPA, MONTERO, TORIJA, YANES, URIARTE... Eso por no hablar de otros, designados directamente para la sede que habrían de ocupar como DÍAZ MERCHÁN, DORADO, CASTELLANOS o BUXARRAIS. Estos dos últimos llegaron incluso a renunciar al ejercicio del ministerio episcopal después de hacer estragos en sus diócesis.

Todos estos personajes, con misión canónica y mandato papal, fueron en mayor o menor grado, auténticos caballos de Atila, como dice Vd. de los filolefebvrianos. Especialmente algunos, como Osés, que ya lo había sido antes de ser nombrado obispo, en su actuación en el Seminario de Pamplona. ¿O no, Don José María?

La afirmación de su primer artículo en el sentido de que “Ordenar Obispos sin permiso de la Santa Sede … es también un sacrilegio” citando en abono de su afirmación un número del Catecismo de la Iglesia Católica que no guarda ninguna relación con el asunto, es —además de una calumnia hacia las personas afectadas— sencillamente falsa. Como también lo es la tesis ahora sostenida por Vd. de que “todos los santos que han buscado la reforma de la Iglesia la han procurado siempre por el camino de la obediencia”. Sin ir más lejos, un San Juan de la Cruz obediente a sus legítimos superiores se hubiera quedado preso en la cárcel del Carmelo en Toledo o, al menos, hubiera tenido que esperar a que alguien con mayor autoridad que sus superiores le autorizara a salir de la cárcel. Sin embargo, lo que hizo fue “desobedecer” y escaparse de la cárcel para poner en marcha la reforma de su propia Orden.
 
3. Hay otro punto de su escrito que da auténtica vergüenza ajena. Es cuando en tono laudatorio dice Vd.: "…aceptan sin reservas el sagrado Concilio Vaticano II…" ¡Pero, Don José María, si al Vaticano II le critica hasta un canónigo de la Basílica de San Pedro del Vaticano! (Mons. Brunero Gherardini).

¿Y Vd. sigue así? ¿A estas alturas? Desde luego no escandaliza a ningún católico pero busca anestesiarlos para que se entreguen a ese desarme unilateral que propugna como modelo de conducta. Desde luego no fue ese el comportamiento de San Pablo con San Pedro. ni tampoco el de Mons. Lefebvre. A diferencia de Don José María que busca situarse en la inexistente posición centrista de una equidistancia entre la tradición y la revolución, el prelado francés optó sin lugar a dudas por la Tradición Católica, es decir, por la fe, discurriendo de manera equilibrada sin caer ni en el sedevacantismo ni en la papolatría, Escila y Caribdis en las que tantos han sucumbido esterilizando así su propia obra.


Ese desarme unilateral resulta desastroso para el Catolicismo porque deja a éste en manos de los grupos de presión que a la hora de decidir inclinan siempre a su favor la balanza de una Jerarquía débil y complaciente. Una autoridad que, en nombre de la obediencia, impone a todos los obedientes que hagan lo que quieren los grupos de presión. Ejemplo señero: la Comunión en la mano, aprobada por Pablo VI dando así su respaldo a una práctica que había comenzado contra la ley litúrgica y que contaba con la oposición de la mayoría del episcopado.

4. Y el error de fondo que invalida toda su argumentación: Negar que a partir del "sagrado" Concilio Vaticano II no ha habido una ruptura.

¡Pero si esto lo han afirmado claramente no ya los críticos del Concilio sino algunos de los más entusiastas impulsores de tan augusta asamblea! Olvida Vd. algunos datos: el luego cardenal Yves Congar, co-autor de buena parte de los documentos conciliares, considera que con Dignitatis humanae y Gaudium et spes, el Concilio abandonó las doctrinas que vinculan a la Iglesia católica con el pasado, que él genéricamente llama Edad Media. El mismo teólogo admitió que: “no podemos negar que tal texto [Declaración conciliar sobre la libertad religiosa] dice materialmente cosas distintas al Syllabus de 1864, e incluso casi lo contrario de las proposiciones 15 y 77 a 79 de ese documento”. Y en otro lugar dice que en el Vaticano II “la Iglesia tuvo pacíficamente su Revolución de Octubre”, en referencia al Octubre rojo que desencadenó la Revolución rusa. El cardenal Suenens lo comparó a 1789 (Revolución francesa) en la Iglesia.

Un teólogo español, Juan Martín Velasco, enumeraba recientemente —también en sentido elogioso y reivindicativo— los cambios “trascendentales, doctrinales y prácticos” introducidos por el Concilio:
 
de una idea de revelación “proposicional”, a otra que tiene su centro en la auto-revelación de Dios en Cristo; de la búsqueda de la unidad por el retorno de los separados, a la promoción común de la unidad por los cristianos; de una Iglesia sociedad perfecta, a otra concebida como Misterio de unión en Cristo y Pueblo de Dios; de la radical oposición a la modernidad de documentos como el Syllabus, a una mirada positiva que no teme entrar en diálogo con ella; de una precedencia de la Iglesia universal a la de las Iglesias particulares de las que consta, en comunión recíproca, bajo el ministerio de la unidad ejercido por el sucesor de Pedro; de la práctica ignorancia de las religiones no cristianas, a recomendar el aprecio de las verdades y valores que contienen; del ideal del Estado confesional, a la libertad religiosa” (“Fidelidad al Concilio”, Misa Dominical XLII10 (2010), 52).

Espero que Vd me explique cómo se casa todo esto, sin ruptura, con la doctrina tradicional. A no ser, claro está, que la ideología nos nuble la cabeza hasta el punto de olvidar el más elemental principio lógico: el de no contradicción.
 
Y, por otra parte, ahí están los hechos: ya me dirá qué queda de catolicismo en ese magma ecuménico que a menudo es presentado como tal, en esos conventos y casas de formación vacíos, en esas miles y miles de secularizaciones, en esos nuevos movimientos que unas veces promueven el sentimentalismo y otras un rigorismo desconectado de la fe…
 
Y ya sé que me va a decir que eso no entraba para nada en las intenciones formales del Concilio. Y yo se lo admito: No entraba para nada en las intenciones del Concilio. Pero no hubiera sucedido sin él. Es lo característico de las llamadas "revoluciones tranquilas".


Y le aseguro que no me hace ninguna gracia tener que recordar todo esto. Quisiera que no fuera verdad y que todo se pudiera arreglar con viajes pontificios, JEMEJES, beatificaciones y otros fastos ilusorios; pero tengo la convicción de que sólo se saldrá de la crisis metiendo el bisturí hasta el fondo de la herida y no arremetiendo, como Vd. hace con energías dignas de mejor causa, contra unos fieles católicos que sólo tratan de salvar su Fe y transmitirla sin adulterar a las generaciones futuras.
 
Y no pierda más tiempo con ese proyecto suyo de "Reforma o apostasía". No va a ninguna parte. Es el equivalente a querer salvar la Ciudad dejándo dentro al Caballo de Troya. Y, si fuera oportuno y posible, dejo para más adelante otros asuntos que su artículo plantea".

PETRUS HISPANUS