Ahora que nuestros pobres, sufridos y trabajadores hermanos japoneses pasan por la terrible prueba por la que están pasando –las últimas noticias hablan de 5.000 muertos, 10.000 desaparecidos y 600.000 desplazados como consecuencia del terrible terremoto-tsunami del viernes-, me pregunto el cómo y el porqué de la comunidad cristiana del archipiélago nipón, una comunidad que, sin duda, ha sufrido la crueldad sísmica con parecido rigor a como la han sufrido el resto de sus compatriotas.
El Japón de principios del s. XXI es lo que cabe definir como un caso exitoso de multiculturalismo, o por lo menos, de convivencia interreligiosa. Señala el Informe de libertad religiosa en el mundo que “la libertad religiosa, garantizada por el artículo 20 de la Constitución nipona, también es respetada en la práctica” y que “durante el período analizado en este Informe [2010] no hubo episodios importantes con respecto a la libertad religiosa”, lo que no es poco decir.
El mapa religioso japonés nos habla de dos religiones predominantes: el sintoismo, la religión tradicional del Japón y la que convertía al Emperador en dios, y el budismo. Las cuales no son necesariamente antagónicas, sino que son, incluso, compatibles. Esta permeabilidad o ductilidad del sintoismo, da lugar al fenómeno conocido como de las “nuevas religiones” japonesas, las cuales podrían afectar a otro buen cuarto de la población. Y finalmente, una serie de religiosidades marginales que afectarían al último cuarto de la población, en el cual una primera mitad de los que se autoconsideran agnósticos, y una segunda mitad que se repartirían las grandes religiones del mundo: las asiáticas (confucianismo, hinduismo), y las del libro u occidentales (judaísmo, islam, pero sobre todo cristianismo).
Es difícil determinar el porcentaje preciso de cristianos existentes en Japón. El Informe de libertad religiosa al que aludimos arriba se refiere a un 2,3% de la población, lo que sobre una población total de 125 millones de personas, permite hablar de una comunidad cristiana de casi tres millones de personas. Pero la cifra tal vez sea algo exagerada. La comunidad cristiana a su vez, se dividiría casi a partes iguales entre los católicos procedentes de la primera cristianización, la del s. XVI; y los protestantes procedentes de la última cristianización, la del s. XIX, esta comunidad algo mayor que la primera.
Llamado el cristianismo kirisuto-kyo, (de kirisuto=cristo; kyo=doctrina), el padre del cristianismo en Japón no es otro que ese español iuniversal que es San Francisco Javier, que llega a la isla el 15 de agosto de 1549, acompañado de dos novicios españoles, Cosme Torres y Juan Fernández, los primeros occidentales conocidos en pisar suelo nipón, si es que antes que ellos no lo hace el portugués Fernao Mendes Pinto, autor de unas controvertidas Peregrinaciones, escritas al modo de las Maravillas de Marco Polo, en las que reclama para sí dicho honor, que habría consumado hacia 1542.
La iglesia católica japonesa está dividida en dieciséis diócesis, de las cuales es la principal Nagasaki, fundación jesuítica en el sur del Japón, la ciudad masacrada en 1945 con la segunda bomba atómica arrojada por los Estados Unidos.
La evangelización japonesa será dirigida por jesuitas, primero, a los que se unirán después franciscanos y dominicos. Todos ellos de procedencia española y portuguesa. Sólo a modo de ejemplo, esa presencia portuguesa en la isla que Marco Polo llamara el Cipango deja rastros tan curiosos como la palabra “arigato” (gracias), procedente del “obrigado” portugués.
El cristianismo japonés no siempre vivió la idílica situación que conoce hoy día, siendo así que en 1587 el daimyo [señor] Hideyoshi Toyotomi que consigue unificar un disperso Japón, expulsa de la isla a los misioneros cristianos, dando lugar al fenómeno que se da en llamar del kakure kirishitan, el cripto-cristianismo o cristianismo escondido, durante el cual, se produjo, entre otros, el episodio de la crucifixión en Nagasaki de los Veintiséis mártires del Japón (1597), cuya festividad se celebra el 6 de febrero.
Después de ello, coincidiendo con la apertura de Japón al mundo, no por casualidad mientras Estados Unidos y Rusia se disputan su influencia sobre la isla, aparecen en ella dos nuevas misiones cristianas. La primera, la del médico protestante presbiteriano James Curtis Hepburn, llegado a Kanagawa en 1859, el cual escribe un diccionario inglés-japonés, realiza una nueva traducción de la Biblia al japonés en cuya tercera edición aporta un abecedario para la escritura romana del idioma de la isla, y es responsable de los cerca de 600.000 protestantes existentes hoy día en el Japón.
La segunda la del ruso Ivan Dimitrich Kasathin, canonizado como San Nicolás, enviado en 1861, y responsable de los 30.000 ortodoxos existentes hoy en el Imperio donde nace el sol. Que eso, el sol naciente, y no otra cosa, es lo que significa nipon, Japón. Aunque en estos días, para nuestros castigados hermanos japoneses, luzca sin embargo tan oscuro.