Ni uno más ni uno menos, 321 años, los quince que van desde el 1281 hasta el 1296, y los 306 que van luego desde el 1408 hasta el 1714. De los cuales 81 años vinculada a la Corona de Aragón, y 240 ya directamente a las coronas españolas, desde el momento del ascenso de Isabel, esposa de Fernando II de Sicilia (Fernando el Católico), a la corona de Castilla en 1474.
Lo que quiere decir que, incorporándose a la Italia del Risorgimento en el año 1862, 160 años italiana pues, aún habrá de cumplir Sicilia precisamente otros 160 años e incluso un poco más, para haber sido italiana tanto tiempo como lo ha sido española. Una vinculación, por cierto, a España, incluso mayor que la de un país tan hispano como Méjico, español durante trescientos redondos años.
Todo empieza el 30 de marzo de 1281, en Palermo, capital de la isla, con la revuelta conocida como de las “Vísperas sicilianas”. Salta la chispa en la iglesia del Espíritu Santo, en la que muchos palermitanos celebraban los oficios vespertinos. En esto un francés borracho empieza a molestar a una joven. Ocurre que la joven está casada y el furibundo esposo saca un cuchillo y apuñala al gabacho, y aunque sus compañeros salen en su defensa, un grupo de palermitanos los rodea y les da muerte también, justo en el momento en que las campanas de la iglesia tocan a vísperas, de ahí el nombre del evento.
Reina entonces en Sicilia Carlos I, de la casa francesa de los Anjou o Angiovinos, (que de las dos maneras es conocida), no tan antigua, pues de hecho, apenas lleva en el trono, promovida y apoyada por el Papa Inocencio IV, quince años.
El incidente se presenta como la ocasión perfecta para levantarse contra los impopulares angiovinos. La rebelión pronto se extiende por toda la ciudad, y al poco, por toda la isla, y en petición de ayuda, los sicilianos acuden a Pedro III de Aragón, aunque sólo sea por el hecho de estar casado con Constanza de Hohenstauffen, hija del rey de Sicilia Manfredo II Hohenstauffen, hijo bastardo, a su vez, del emperador Federico II, y al que precisamente habían destronado y matado, en la batalla de Benevento de 1266, los Anjou.
Pedro accede a la petición, y el 30 de agosto se halla en Palermo, reponiendo el orden y con él, una nueva dinastía, la de los Aragón, reinando como Pedro I de Sicilia. Recibe sus derechos de la casa de los Hohenstauffen, de los que era depositaria su esposa, Constanza de Hohenstauffen. Su reinado va a ser breve, al morir en 1285, sólo tres años después.
A Pedro le sucede su hijo Jaime II de Aragón, que reina en Sicilia como Jaime I, quien a su muerte, acaecida en 1296, separa de nuevo ambas coronas, dejando la de Aragón a su hijo Alfonso IV, y la de Sicilia a su otro hijo Federico, el cual reina en la isla italiana como Federico III.
La nueva situación, -misma dinastía, la de los Aragón, pero distintos reyes-, se prolonga durante los reinados de Pedro II, Luis y Federico III de Sicilia, hasta que en 1375, se producen novedades. Muerta Leonor de Sicilia (de la casa siciliana de Aragón), casada de nuevo con un aragonés, Pedro IV, el hijo de ambos, Martín I, llamado “el Humano”, se halla en situación de heredar la corona siciliana. Y así lo habría hecho de no ser porque cuando ya en Sicilia se dispone a coronarse, muere su hermano mayor, Juan I de Aragón, y retorna a España para reclamar la corona aragonesa. No sin dejar en Sicilia, eso sí, a su hijo, llamado, como él, Martín, casado a la sazón con María de Sicilia (también de la casa siciliana de los Aragón), el cual reina como Martín I.
Este Martín, llamado “el Joven”, morirá en 1409 sin herederos, siendo sucedido en el trono siciliano por su propio padre, el rey de Aragón, que, ahora sí, reina como Martín II de Sicilia, -consumándose así la curiosa circunstancia de que el hijo sea Martín I y el padre Martín II-, y vincula, para siempre ya, los reinos de Sicilia y Aragón.
El hecho de que este Martín (I de Aragón y II de Sicilia) muera sin herederos, no será óbice para que su sucesor, el infante castellano Fernando Trastámara, conocido como Fernando de Antequera, y elegido mediante el llamado Compromiso de Caspe, reciba el derecho a ambos tronos, tanto el aragonés como el siciliano.
Felipe II de Sicilia y II de España. Estatua en Palermo.
Los destinos sicilianos quedan desde entonces definitivamente vinculados a la corona de Aragón, hasta que con la unión de los reinos de Aragón y de Castilla en 1474 en la persona de sus respectivos reyes, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, los Reyes Católicos, pase a vincularse, como uno más de los virreinatos aragoneses, a la Corona Española.
Una situación que va a durar hasta que en 1714 la Paz de Utrecht pone fin a la Guerra de Sucesión Española, con la definitiva pérdida de todas sus posesiones italianas. Es decir, 305 años, que unidos a los dieciséis iniciales, suman una vinculación total de 321 años.
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©L.A.