Hace unas semanas, el experto de la Unión Europea para vigilar la discriminación contra los cristianos en Europa y en el mundo, Massimo Introvigne, publicaba un artículo tan lúcido como provocador, en el que afirmaba que “los musulmanes moderados no existen” y, por supuesto, lo demostraba. Eso no significa que todos los musulmanes justifiquen el uso de la violencia contra los que no pertenecen a su religión. Pero, desde luego, existen y son muchos los que la justifican e incluso la practican. Pocos, en cambio, son los que se atreven a condenarla, sobre todo en los países donde ésta tiene lugar.

El asesinato esta semana del ministro paquistaní Shahbaz Bhatti, católico y único ministro del Gobierno de ese país perteneciente a alguna Iglesia cristiana, ha supuesto un nuevo y definitivo paso delante de la violencia terrorista de origen islámico. También esta semana, no hay que olvidarlo, ha sido asesinado el abogado de Asia Bibi –la cristiana condenada a muerte por una supuesta blasfemia contra el Corán- y se ha desarticulado en Italia una red de islamistas dispuesta a atentar contra el Papa. Eso sin perder de vista el atentado mortal contra soldados norteamericanos en Alemania o la sangría de Libia y Túnez, que no cesa.

Ante estos datos, no cabe duda de que tenemos un problema gravísimo a nivel mundial, pues la paz internacional está seriamente amenazada. En la Iglesia ese problema lo vivimos ya a modo de persecución real en aquellas naciones donde el Islam es mayoritario y está cada vez más presente en aquellas otras donde los musulmanes son una minoría significativa, como es el caso de España –el atentado del 11-M, cuyo aniversario es esta semana, nos lo recuerda-. Pero el problema lo tiene también, e incluso más que nosotros, el propio Islam. Los que deberían tener el mayor interés en condenar los asesinatos y en evitarlos a toda costa deberían ser los propios musulmanes y me consta que son muchos y muy valientes los que así actúan, aunque temo que en determinados países sean sólo una minoría. No se trata de que el Islam deba conseguir buena imagen a nivel mundial. Se trata de que sea fiel a sus propios principios. Y si esos principios justifican o incluso promueven el crimen, entonces el Islam no tiene cabida en el mundo. Si, como creo y deseo, esos principios rechazan la violencia, los más amenazados y perjudicados por la misma son los propios musulmanes, pues es su religión la que está siendo desvirtuada por sus seguidores más extremistas. Ayudemos, pues, a los musulmanes que, en nombre de Alá y por fidelidad a Él, rechazan la violencia. Ayudémosles con nuestra oración, con nuestra comprensión y con nuestro apoyo. Aunque no lo parezca, son las primeras víctimas de los asesinos.

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